Convivir con el dolor de una madre, un proceso duro para los hijos

Convivir con el dolor de una madre, un proceso duro para los hijos
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Escrito por Raquel Aldana

Última actualización: 19 noviembre, 2023

Madre, no puedo perderte. No quiero. Me niego. Necesito que te cuides, necesito que no te des por vencida, que no dejes de luchar, que no pierdas tu sonrisa, que me hables con dulzura cada día, que conserves tu brillo, que protejas tu esencia.

Por eso te pido que no te des por vencida, madre. Aunque tengas que enfrentarte a mil y una batallas. Cuentas con mi espada, una espada forjada en el amor más puro, profundo e imperecedero del que podré dar cuenta durante toda mi vida.

En equipo saldremos adelante y venceremos cualquier obstáculo que pretenda interponerse entre nosotros y el caminar de nuestra vida. Por eso, mamá, te pido que no me dejes, que te mantengas fuerte. Yo prometo que estaré a tu lado para cuidarte durante el tiempo que dure nuestro recorrido por este mundo.

Consciente soy de que por ley de vida es posible que me toque vivir sin tu presencia. Sin embargo, te puedo asegurar que siempre (SIEMPRE) vas a permanecer en mí. Porque mi andadura no pudo ni puede ser si no es gracias a ti. Pero eso no resta peso a mi miedo…

“El peor defecto que tienen las madres es que se mueren antes de que uno alcance a retribuirles parte de lo que han hecho.

Lo dejan a uno desvalido, culpable e irremisiblemente huérfano. Por suerte hay una sola. Porque nadie aguantaría el dolor de perderla dos veces”.

-Isabel Allende-

Madre e hija de la mano

Convivir con el dolor de una madre, un proceso duro para los hijos

Porque en realidad tengo la plena convicción de que nuestro niño interior no teme a los monstruos ni a la oscuridad, tampoco a lo desconocido ni al caos. Lo que teme es perder a nuestras figuras de apego, a nuestras personas de referencia. Tememos que nuestra memoria no recuerde su olor, que nuestros ojos no puedan ver su cabello y que nuestro corazón no pueda sentir su calor.

Por eso es esencial que disfrutemos cada segundo a su lado y que le ayudemos a sanarse como mujer y a desarrollarse plenamente como persona. Porque a lo largo de su vida una mujer asume una gran lista de papeles: madre, hija, novia, pareja, mujer, etc. Así que llega un punto en el que nos encontramos con un sinfín de prioridades anudadas con las que hay que recomponer pedazos de vida.

Desenredar estos roles es bastante complicado si tenemos en cuenta que vivimos en una sociedad que impone ciertas obligaciones a la mujer simplemente por el hecho de serlo.

Así, si unimos la imposición social del rol de sufridora a la mujer que además es madre, con las propias dificultades vitales que se nos presentan, obtenemos un cóctel explosivo extremo que puede hacer sufrir intensamente a la figura que nos dio la vida.

Madre e hija haciendo yoga

Este dolor al que vemos sometidas a nuestras madres es tremendamente desgarrador para nosotros como hijos que vemos a nuestras madres como luchadoras cuya fuerza se debilita. No obstante y debido a este duro proceso es inevitable que en alguna ocasión los hijos invirtamos los papeles y nos hagamos “madres/padres de nuestra madre”. Asumiendo este rol buscamos protegerlas y evitarles sufrimientos.

Nos convertimos en esos “padres primerizos” que temen que su hijo se caiga de los columpios. Así, siendo hijos, tenemos que convertirnos en protectores. Funcionamos como la maquinaria que reconduce la inercia vital de una persona dañada. Entonces nos damos cuenta del inmenso poder que existe en el mundo femenino y, concretamente, en el mundo materno.

Quien haya vivido una situación parecida saber que lidiar con esto no es fácil pero que, sin duda, nos hace subir unos cuantos peldaños en la escalera del crecimiento emocional. La obligación emocional de proteger a nuestra madre cuando la sentimos vulnerable nos dota de una consciencia que es en sí misma muy potente. Al mismo tiempo desgasta, duele y quebranta nuestro equilibrio interior al menos de manera momentánea.

Y es que uno nunca está preparado para la pérdida de su madre y, por ello, descubre en sí mismo una gran fortaleza que le permite ir un paso más allá y convertirse en el ángel que cura las heridas de una madre dañada. Entonces ocurre algo maravilloso en nuestro mundo interno, pues la cálida mirada de nuestro niño interior aprende a convivir con la consciencia de un adulto lo que, sin duda, es un paso más hacia la madurez.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.