Cuando estamos mal no siempre necesitamos consejos
Cuando pasamos por un momento complicado no siempre necesitamos consejos. Ahora bien, por curioso que parezca, en esas épocas en que uno transita precisamente por la adversidad en cualquiera de sus formas, lo que más recibimos por parte de los demás son recomendaciones sobre los siguientes pasos a seguir. Está claro que hay quien lo hace con toda la buena intención; sin embargo, no siempre es lo más acertado: lo que el otro necesita.
Como bien suele decirse, el acto de dar apoyo es un arte que no todo el mundo produce. Esta artesanía es tan delicada como singular; como bien decía J.R.R Tolkien , el consejo es un regalo peligroso, incluso si un sabio se lo da a otro sabio, porque lo más probable es que acabe funcionando mal. Pero… ¿por qué razón? ¿Por qué cuando una persona vive un instante vital desafortunado no es recomendable (en todos los casos) decirle qué debe hacer?
Hoy sabemos que los consejos no solicitados rara vez funcionan. Así, un aspecto que deberíamos comprender lo antes posible es la diferencia entre el apoyo informativo y el apoyo emocional.
- El primero es el menos útil de todos, es decir, sería aquel donde uno se limita a ofrecer posibles soluciones y una amplia batería de consejos. Es como hacer spam (ofrecer información y publicidad no solicitada).
- El segundo, el referente al apoyo emocional, configura sin lugar a dudas la estrategia más correcta y útil. Es aquella donde conferimos aspectos como una escucha activa, la empatía, la cercanía y la comprensión; esa donde no caben los juicios ni aún menos esos consejos estándar que ni ayudan ni sientan bien.
Profundicemos en el tema.
“Nunca derribes una cerca hasta que sepas por qué se levantó”.
– Robert Frost-
No siempre necesitamos consejos, pero darlos es algo inevitable
Como bien dice el refrán «consejos doy, que para mí no tengo». Es inevitable, sentimos la tentación de dirigir vidas ajenas cuando vemos a alguien pasando por una dificultad. Por norma, hacerlo no dice nada malo de nosotros; todo lo contrario, lo hacemos porque nos preocupamos por el otro y porque se despierta en nosotros la comprensible necesidad de «rescatar», de prestar ayuda.
La mayoría hemos caído en esa trampa alguna vez, pero lo más grave es que hay quien hace de esta dinámica su forma de vida. Hay quien adora encontrar a personas que lo están pasando mal para asumir el cargo de director de orquesta. Lo hacen no por un acto altruista o por una sincera preocupación hacia el otro, sino para reforzar su ego.
En efecto, las personas no siempre necesitamos consejos, pero no faltan quienes se adelantan en darlos de forma gratuita. Sin embargo… ¿por qué razón no ayudan esos consejos a pesar de que en ocasiones nos los ofrecen con la mejor intención?
La reactancia, el impulso por hacer lo opuesto a lo que nos dicen
Una dimensión que define por encima de todo al ser humano es su necesidad de libertad, de capacidad de acción y reacción. Así, una razón por la que no siempre necesitamos consejos es porque de algún modo, lo que hacen es vetar nuestras propias decisiones.
Es decir, a veces basta que alguien nos diga lo que deberíamos hacer para que al instante en nuestro cerebro salte un resorte, uno que nos susurra aquello de «pues ahora haré todo lo contrario». Este mecanismo se llama reactancia cognitiva.
Por ello, lo más aconsejable en estos casos es evitar decirle a la otra persona aquello que debe o no debe hacer. Lo ideal, es recordarle que puede contar con nuestro apoyo para lo que quiera y necesite. Así de simple.
Tus consejos son inútiles si no calzas mis zapatos
Cuando estamos mal, no siempre necesitamos consejos; en cambio siempre necesitamos comprensión, cercanía y por encima de todo, empatía. Ahora bien, quien se habilita en el arte de los consejos, en las recomendaciones y el «lo que tú tendrías que hacer es… » lo que está aplicando es una falta absoluta de empatía.
¿La razón? Uno no siempre llega a comprender en su totalidad la realidad del otro. Ninguno de nosotros calzamos los zapatos de quien sufre, no sabemos por cada cosa que ha pasado, no comprendemos lo que siente y lo que le duele.
Atrevernos a dar consejos es como entrar sin permiso en casa ajena y ponernos a cambiar objetos de lugar. Aún más, en ocasiones, un consejo hace también que la persona se sienta juzgada y eso es lo que menos puede ayudarle.
Si alguien lo está pasando mal… ¿qué podemos hacer?
Cuando estamos mal no siempre queremos consejos. Entonces… ¿qué es lo que necesitamos verdaderamente? Estas serían algunas claves en las que reflexionar.
- No queremos a personas que nos hagan spam. Es decir, que nos bombardeen con consejos gratuitos. Algo así no sirve y resulta irrespetuoso.
- Agradecemos el silencio. Cuando estamos pasándolo mal, agradecemos un espacio en calma donde sentirnos acompañados. Es más, en ocasiones, ni siquiera estamos preparados para hablar y de ahí, que sea muy adecuado tener a alguien cerca que respete nuestros tiempos, nuestros silencios y necesidades.
- Asimismo, cuando pasamos por un mal momento es vital poder contar con una persona capaz de escucharnos de forma auténtica. Algo así requiere empatía e implica, a su vez, que se dejen a un lado los juicios, las valoraciones y las ganas de aconsejar.
En resumen, dar consejos no es recomendable en todos los casos. Ahora bien, en caso de que alguien nos lo pida o veamos adecuado hacerlo, recordemos las palabras de Samuel Taylor Coleridge: “El buen consejo debe ser como la nieve: suave, imperceptible y ligero, solo así se hundirá en la mente del otro con mayor profundidad”.