Cuando la única salida es vivir
Pocas veces nos paramos a pensar lo tremendamente rico que es el concepto “vivir” en cuanto a emociones, pensamientos y opciones que encierra en sí mismo. Como poco, en un solo día tenemos la posibilidad de enfadarnos, motivarnos, alegrarnos, entristecernos, querer, ser queridos, ir, volver, hacer y deshacer. Y la elección de elegir otras muchas opciones.
Quizás esto parezca un poco obvio. Pero, posiblemente no nos hayamos dado cuenta de que vivir encierra dos acepciones cruciales. “Vivir” entendido como “continuar viviendo” o “mantenerse vivo”. Es algo tan básico que ni siquiera reparamos en ello.
De hecho, gran parte de la población mundial se levanta y se acuesta cada día con este dilema. El de si mañana le van a dejar seguir viviendo o no. Y no precisamente por elección propia; sino por hambre, pobreza, enfermedades terminales, y por supuesto, la guerra. La gran cantidad de riesgos y circunstancias que acechan a estas personas y que no pueden controlar les hacen pensar en el significado de estar vivo cada día.
El dilema de vivir
Tomemos un ejemplo más o menos actual para ilustrar esta afirmación. Centrémonos en la guerra civil Siria. A grandes rasgos, a 2019, han pasado más de 8 años desde que los ciudadanos civiles sirios empezaron a morir indiscriminadamente. A día de hoy, ya son más de 370.000 vidas rasgadas.
Pese a que nuestra sensibilidad puede estar algo bloqueada debido al aluvión de noticias similares con las que nos topamos diariamente, el impacto de esas muertas socialmente es un impacto monstruoso a todos los niveles. Sería imposible resumir en palabras el alcance de los cambios sufridos por las víctimas supervivientes al conflicto.
Aun así, todos esos cambios pasan por el mismo dilema de incertidumbre: vivir o no vivir. ¿Seguiré vivo esta noche? ¿Viviré para ver a mi hija crecer? Preguntas lógicas, humanas e incluso necesarias ante una situación en la que han llegado a caer 512 bombas al día a ritmo irregular sobre un solo pueblo.
Bien. Pues en contra de todo pronóstico, los supervivientes luchan incansablemente por mantenerse, mental y físicamente vivos. Y no solo eso, sino que los supervivientes encuentran una forma de darle “sentido” (si es que se puede) al conflicto, tomando parte en él.
Lo hacen de diversas maneras. Abandonando sus hogares para lanzarse a la emigración, luchando en la resistencia con pocas garantías, o mediante trabajos de apoyo social a colectivos necesitados (talleres de creación de negocio para mujeres que nunca han trabajado, labores de asistencia médica en hospitales, labores de información y documentación, etc.)
Se mantienen alerta, pero están externamente destrozados. Luchan por mantener el sustento de sus familias. Y conforme me informo y me acerco a esta realidad, una pregunta resuena cada vez con más fuerza en mi mente. ¿Cómo es posible que lo consigan? ¿Que no desfallezcan? ¿En qué se basa su fortaleza mental?
“Algunos niños salieron de una calle lateral, en donde formaron un círculo y empezaron a jugar y a reírse. Pero a mí no me hacía gracia. Mi mente seguía distraída por el avión que se cernía sobre nuestras cabezas, que podía hacerlos pedazos en cuestión de segundos. Dos de las madres estaban de pie en la puerta, abatidas”
-“La Frontera. Memoria de mi destrozada Siria”. Samar Yazbek, 2015-
¿Cómo es posible vivir?
Es complicado imaginar la manera en la que un humano es capaz de sobrevivir a tales circunstancias. Se nos ocurren opciones sobre cómo pueden seguir luchando: por su resiliencia, por esperanza, por amor, por el sentimiento social de unión ante la adversidad. También podría explicarse por la capacidad plástica del ser humano de normalizar cosas a todas luces imposibles de normalizar, como la muerte.
Todas estas opciones extraídas de la psicología, y muchas más no ofrecidas aquí podrían ser válidas, en principio, para comenzar a entender cómo funciona la mente de una persona que se encuentra en este tipo de situación. Pero hay algo que les implica directamente a ellos en esa situación, como humanos y seres vivos: la ausencia de otra opción aparte de vivir.
¿Por qué decimos que no tienen más opción? Cuando decimos que no tienen más opción, hacemos referencia a que humanamente, la naturaleza humana les empuja hacia la supervivencia. Hacia el uso óptimo de recursos mentales y físicos. Hacia la lucha y la búsqueda de sentido. Hemos visto este ejemplo de ausencia de opción en muchos ejemplos de supervivientes que han relatado sus experiencias, con los autores y psicoanalistas Viktor Frankl, Erich Fromm o Boris Cyrulnik entre ellos.
Algo en común: la naturaleza humana
Todos la compartimos. Es esa naturaleza que hace posible sentir miedo, ser resiliente, normalizar, luchar o escapar. Es la misma que hace nuestros días tan ricos en emociones, pensamientos y opciones. Pero, sobre todo, se trata de aquella que nos empuja a vivir.
Podemos vivir alienados, encerrados en una burbuja de información de la que no queremos salir por miedo a ver qué hay más alla. Podemos decidir no hacer nada ante este conflicto, o hacerlo todo.
Pero siempre, en última instancia, contaremos con el recurso infalible de nuestra humanidad. El de mirar al mundo con los ojos de un humano. De sentir como un humano. Y sobre todo, de aprender como un humano. Aprender, que si no somos capaces, si no hay más salida. Si todo parece perdido, siempre nos quedará la opción de vivir.