Familias sacrificantes, cuando los sacrificios se pagan con afecto
Las familias sacrificantes son aquellas que educan en el “deber de sacrificarse” por sus miembros, aquellas que cultivan en sus componentes la necesidad de posponer los deseos y necesidades propias en pro del bienestar familiar, ya sea en conjunto o de manera invididual.
Sus principios relacionales obedecen a una máxima que principalmente se resume en “sacrificarse significa ser aceptado” o, lo que es lo mismo, priorizar las necesidades ajenas para no ser la oveja negra. El afecto profesado y los beneficios otorgados en forma de consideración dependen de eso, de hacer de la vida “una cadena continua de obligaciones”.
Principalmente observamos en sus roles cómo los padres son los principales sacrificantes o mártires, guiándose estos por la máxima de que “el placer principal es el placer de los hijos”. O sea, que las necesidades que estos manifiestan son el hilo conductor de la crianza.
Conforme la familia crece y envejece esta “obligación” es heredada por los descendientes, siendo entonces ellos los responsables del cuidado de la familia y esperándose un sinfín de privaciones y renuncias soportadas en favor del bien común.
Cuando los padres todavía son los sacrificantes
Cuando los padres todavía son los sacrificantes, los hijos pueden sentirse en la libertad de desarrollar otra visión diferente de la vida. Por lo tanto se rebelan en pensamiento, palabra y obra, intentando otorgar una perspectiva más saludable de relación.
Así, tal y como afirma Giorgio Nardone, con estas inquietudes todavía sin caducar, los hijos “les exhortan a divertirse más, a salir, a viajar, pero los padres responden que si los hijos quieren seguir vestidos a la moda, continuar sus estudios, tener su propio coche, etc., ellos tienen que continuar sacrificándose y dejar de hacer muchas cosas”.
Vemos que el punto clave en su visión del mundo y de la familia responde principalmente a mantener una continuada condescendencia con las necesidades y con los deseos de los demás. Esto es lo que se considera esencial para garantizar la estabilidad y la aceptación del otro.
Otros modelos de familia sacrificante se pueden conformar a partir de diadas de “altruistas insanos” y “egoístas insanos”, en las cuales uno disfruta de los sacrificios del otro. En este sentido, ambos miembros representan un papel, pudiéndose jugar la carta del sacrificio para dominar la relación.
Hay otras combinaciones posibles que también pueden ser altamente perturbadoras, como aquellas que inician competiciones de sacrificio en pro de lograr objetivos externos (comprarse una casa, por ejemplo), componiéndose así la coartada melódica perfecta para evitar vivir el placer presente. el objetivo: aumentar el disfrute futuro.
Como vamos a ver a continuación, sea como sea el origen de la pareja que conformará la familia, el patrón relacional que se descifra es realmente negativo. Esto es así porque menoscaba el amor propio y la construcción de una autoestima saludable en sus miembros.
“Sacrificio” y “deber”, palabras que conforman una forma de vida
En los casos más polarizados encontramos que las palabras “sacrificio” y “deber” crean una impronta determinante en la filosofía de vida. Cuando el “altruista insano” es el progenitor, este genera la obligatoriedad de “coger lo que él le da” en el “egoísta insano” (hijo). Así, como afirma Nardone:
“Las relaciones son a menudo asimétricas y el que se sacrifica, aunque en apariencia humilde y sometido, está en una posición de hierro, porque a través de sus renuncias obtiene una posición de superioridad, haciendo que los demás se sientan siempre culpables o en deuda. Esto crea un juego familiar que se fundamenta en un sistema de débitos y créditos con deslizamientos hacia el lado del chantaje moral”.
Esto se constituye como una suerte de patrón de personalidad que subsume a la persona, generando un desgaste inmenso. En algunos casos, la persona criada en este ambiente es difícil que vea satisfecha su necesidad de reciprocidad, ya que aprende a dejar perecer sus anhelos por los demás pocas cosas le reportarán el refuerzo que necesidad.
Se escuchan entonces verbalizaciones del tipo “tú no entiendes mi sacrificio, si no fuese por mí…”, asumiendo con ello la actitud de víctima principal. La vida para estas personas acaba convirtiéndose en un sepelio, confinándose en la obligación de sepultar sus propios intereses y su vida.
En los hijos que adoptan este modelo de familia sacrificante, el legado emocional lleva por bandera la contrariedad, la incapacidad de disfrutar del presente, la asunción de los sueños ajenos como propios, la desesperanza y la dificultad para manejar habilidades de autoconocimiento que les permitan salir del hoyo.
Otras personas buscan de manera desesperada salir de la sofocante atmósfera familiar en la que las obligaciones, los chantajes y las preocupaciones ahogan sus propias necesidades. Otros buscan incesantemente un cambio, otros aprenden a convivir, etc.
Sea como sea, identificar estos patrones de relación en las familias sacrificantes es esencial para dar un paso hacia el crecimiento personal y re-elaborar la propias prioridades. Algo que, sin duda, deberíamos replantearnos a diario.