Cuando somos prisioneros de nuestro sufrimiento
El dolor, según dicen, es algo inherente al ser humano. Puede que sea el precio por estar vivos, o una prueba constante para sacar fuerzas de la flaqueza y salir adelante. No lo sabemos bien y nadie ha llegado todavía a una conclusión clara sobre ello. Pero existe y está ahí.
Dolor físico, dolor existencial… es difícil saber cuál de ellos puede ser el más intenso. Pero en ocasiones, ambos pueden ir de la mano.
Las depresiones, a menudo, sumen a la persona en intensos dolores musculares y esqueléticos que agravan aún más la enfermedad. O qué decir de la fibriomialgia, ahí donde según los expertos, ambas dimensiones, lo físico y lo psíquico pueden ir de la mano.
Ninguno de nosotros somos ajenos al dolor. En cualquier momento y por la razón que sea puede atraparnos.
Resulta curioso ver cómo muchas personas lo afrontan de diferente modo y logran mantener una adecuada calidad de vida, con la cual, atenuar, el sufrimiento de esas cadenas invisibles que a veces nos inmovilizan.
Conozcamos pues algunas pautas:
1. El dolor no durará eternamente
Es una realidad que nos explican los médicos. Hemos de tener en cuenta que el dolor por sí mismo, tiene una finalidad: indicarnos que hay algo que no va bien.
Esa punzada que nos inmoviliza el brazo puede indicarnos que estamos a punto de sufrir un infarto de miocardio, o ese bombeo en nuestras sienes alertándonos que estamos cansados y saturados por el estrés.
El dolor es un indicador, pero como tal, no va a tener una persistencia continuada. El cerebro suele mandarlo en etapas de diferente intensidad en el caso de ser un origen físico.
En el supuesto de que dicho padecimiento sea psíquico, dependerá en gran parte de nosotros mismos el poder debilitarlo. Afrontando su origen.
2. Nuestra actitud para asumir y afrontar el dolor
Uno de los mejores modos de atenuar la realidad del dolor es sin duda entender su origen y pensar que finalmente, llegará el alivio. La actitud con la que lo sobrellevemos va a ser clave.
Es difícil en estos casos hablar por ejemplo de la fuerza del optimismo, pero son muchos los ejemplos en los cuales, la fuerza de voluntad de una persona ha permitido el que una enfermedad sea mucho más corta, o que llegue a una buena resolución.
El desánimo, la negatividad o el abatimiento influye en el incremento del dolor y el que debamos recurrir a un calmante, por ejemplo. Debemos buscar un propósito, una meta, una ilusión.
Ya sea una depresión, una migraña, o una época de desesperanza y tristeza, todo se puede afrontar de mejor modo si nos inyectamos una dosis de optimismo.
Con una autoestima bien reforzada y las ganas por seguir viviendo los días con energía, hará mucho más por nosotros que cualquier vitamina o calmante.
3. El apoyo social para encontrar alivio
El sentirnos comprendidos y atendidos es una cuerda más para evitar la caída, para que día a día, el dolor vaya debilitándose y podamos ver ese horizonte donde llega ya el bienestar.
El poder compartir nuestra realidad y nuestro sufrimiento, nos ayudará sin duda a aliviar cargas
En ocasiones, la realidad del dolor no es bien entendida y sume a muchas personas en una marcada soledad.
Familiares que recriminan un “siempre estás igual”, o un “no será para tanto”, incrementan aún más ese sufrimiento personal. Es un hecho muy común.
Por ello, debemos saber buscar el apoyo adecuado, esa o esas personas que de verdad pueden entendernos, ya sea porque han pasado por lo mismo o porque tienen una sincera cercanía y afecto por nosotros. Seguro que tienes a alguien.
El dolor es un estado temporal que nos indica que algo no va bien en nuestro cuerpo o en nuestra vida.
Aliviar el dolor requiere tiempo y mucha ayuda, ya sea médica o personal. Un pilar esencial para poder atenuarlo, es nuestra fuerza de voluntad y la ilusión por el día a día y por nosotros mismos.