De la cuarentena en Disney a la toma de conciencia: el vaso medio vacío
La aparición del coronavirus y la cuarentena han creado una revolución en diferentes contextos. Aunque bien es cierto que las revoluciones son gestadas en los sistemas por evolución; es decir, se llega a ellas a través de un proceso paulatino por la transformación de una determinada situación, acción, sujeto, etc.
Además, con ellas ocurre como con el efecto mariposa, se determinan por enlaces de sucesos. No obstante, la sensación que tenemos es que el coronavirus apareció de golpe y nos sorprendió con un país como China absolutamente colapsado por el pánico y la muerte.
Cuando se instituyó la cuarentena, no fuimos tan conscientes de la importancia que revestía este momento histórico. La irrupción de la pandemia fue un comienzo poco feliz y con poca conciencia del riesgo.
En esos momentos, no existía la ansiedad causada por estar encerrados con la incertidumbre de no saber cuándo iba terminar este proceso. Sin embargo, ¿qué está pasando ahora?
El comienzo de las pseudovacaciones
Algunas persona se tomaron este período como unas pseudovacaciones: con cierto grado de felicidad por no trabajar y descansar y como un tiempo en casa para recuperar ciertos espacios hogareños perdidos.
Relaciones con los hijos, comunicación con la pareja, retomar algunas costumbres perdidas, restaurar cosas de la casa, hacer jardinería, pintar algún mueble, jugar en familia y como si esto fuera poco, comer rico y ver películas de Netflix.
Esta agenda exhaustiva de una serie de rutinas operó como un ansiolítico rivotrileano que ayudó a canalizar la ansiedad de forma saludable. Nos cargó de actividad y nos desfocalizó de la tensión de los miedos y la angustia consecuente.
Mientras tanto, una tribu de psicólogos comenzó a dar sugerencias para aprovechar el tiempo. Y dio resultado, pero al mismo tiempo los medios de comunicación sobreinformaban sin chequear la fuente de la noticia.
No obstante, el comienzo fue un tiempo en el que se agudizaron las conversaciones telefónicas, se colapsaron las redes por una atiborración de estímulos. Sin embargo, tras pasar más de un mes de cuarentena, ¿nos encontramos en el mismo estado? ¿son las mismas sensaciones? ¿se ha agudizado la incertidumbre? ¿qué nos pasa hoy?
¿Y ahora qué?
A medida que pasa el tiempo y que cumplimos con las sugerencias y demás consejos, se van agotando los recursos: ya hemos leído libros, visto series (las que elegimos y nos recomendaron), hicimos comida gourmet, practicamos kickboxing, aeróbic, zumba y yoga para relajarnos, llamamos a nuestros abuelos de 90 años… y cuidamos nuestras plantas.
Lo que fue una novedad, una sorpresa y una fuente de creatividad, ahora se convierte en tedio y en una rutina casi aburrida. Entonces, miramos por la ventana y vemos la soledad de la calle y anhelamos aquellos tiempos en los que podíamos abrazar a un amigo, caminar libres, comer en un restaurante o ver a nuestros padres.
Por ejemplo, yo añoro el subte a las 8:00 de la mañana repleto de gente que me respira en el cuello, necesito el estrés del microcentro donde toda la gente está apurada por el cierre bancario, quiero vestirme para salir, pasar una noche romántica en un restaurant con velas y enojarme con el camarero porque me trajo el café frío.
Entre la melancolía y el deseo de salir -más bien de retornar mis actividades habituales- se cuece a fuego lento una sensación de fastidio, malhumor y tedio dentro de mí. Y así es como empiezo a generar algunas discusiones o micropeleas por nada, pero que me sirven para hacer descargas catárticas y drenar mis sentimientos negros, con lo cual se entorpece la convivencia entre estas benditas cuatro paredes.
Seguramente la cuarentena seguirá largo tiempo. De hecho, si se flexibiliza demasiado, somos capaces de salir a la calle sin restricciones a pura viveza criolla y a acelerar contagios, que es la mejor forma de generar una profecía que se autocumple.
La crítica y la bronca ocultan la angustia
La incertidumbre sigue reinando. Nadie tiene una respuesta que nos proporcione cierta seguridad. Por lo tanto, se aceleran las preocupaciones económicas y la inseguridad sobre las situaciones laborales.
Ya nos olvidamos del miedo al contagio, ahora tenemos miedo a las consecuencias del confinamiento. Quizás empezamos con dudas y cuestionamientos -que son formas de canalizar la angustia-: “si hay más muertes por neumonía o gripes comunes, ¿qué hubiese pasado si los medios de comunicación las hubieran informado con la misma rimbombancia que el coronavirus? ¿es tan grave que otras patologías que no tienen el mismo marketing y la misma publicidad?”.
La aparición del egoísmo
Antes pensaba que podíamos aprender sobre la solidaridad y entender que uno somos todos. Es una frase hermosa y hasta romántica, a pesar de que es científica y tiene una base en la teoría general de los sistemas, la teoría del caos y la cibernética.
Sin embargo, observo brotes de egoísmo que incluyen discriminación. ¿Marcaremos con una insignia los hogares de los contagiados?, como en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial que se estampaba una estrella de David en la puerta de la casa o de los comercios de los judíos. ¿Haremos una caza de brujas con quema pública de los infectados, como en la Edad Media?
Con semanas en cuarentena, algunas personas han mostrado cierto grado de enfado e ira hacia los contagiados, incluso los condenan porque consideran que no son responsables.
El enfermo se enferma y además recibe la bronca de los sanos. Porque viajó y no tendría que haber viajado, porque tendría que haber hecho cuarentena estricta cuando volvió, porque tosió y no se protegió con el codo, porque se rascó la nariz o no usó alcohol en gel. En fin, lo que tiene que ser un precepto, la solidaridad, corre el riesgo de transformarse en coronafobia y discriminación.
La cuestión es que el virus no discrimina. Lo único que amenaza como desfavorable es el rango evolutivo: los mayores de 65 años son población de riesgo.
Si esto continúa, las personas mayores van a seguir teniendo un mayor riesgo de contagio, pero además muchas de ellas van a ser pobres o más pobres. Lo mismo sucederá con aquellas personas que dependan de los jornales diarios.
¿Qué va a ser de estas personas? No todas las cuarentenas son iguales para todos. Cada uno hace la suya y le da su propio significado de acuerdo a su situación social y económica.
Ahora que salimos de las pseudovacaciones y dejamos Disney, empezaremos a ver el vaso medio vacío, la parte oscura de esta crisis. Ahora que ya no desviamos el foco con hiperactividad, ¿empezaremos a sufrir la angustia, la ansiedad y el miedo?