Cuando desees algo evita comentarlo con ciertas personas
Cuando tengas un deseo o un propósito en mente, sé cauto, sé prudente. Cuida con quien compartes tus anhelos, porque aunque no lo creas, abundan en exceso los apagadores de ilusiones, los que envidian tus sueños, los que se adelantan en esos mismos objetivos y, por su puesto, las personas que más tarde te juzgan en base a lo que hayas logrado.
Algo que todos sabemos es que no siempre es fácil identificar a las personas que son dignas de confianza. Es más, lo que hacemos muchas veces es colocar en las manos, las mentes y corazónes ajenos la visualización de un todo un proyecto vital. Ejemplo de ello serían esas veces en las que buscamos la cercanía de nuestros padres y hermanos para comentar con ellos nuestro deseo de alcanzar tal cosa, de emprender ese viaje, de arriesgar con esa relación…
“El mejor modo de saber si puedes confiar en alguien, es confiando tú en esa persona”
-Ernest Hemingway-
Al poco, y casi sin que lo esperemos aparece la mueca de escepticismo, la mirada que ironiza y la palabra que cercena la efervescencia de nuestras ilusiones.“Quítate eso de la cabeza, es una tontería”, “te digo esto porque te quiero, pero lo que estás pensando está por encima de tus posibilidades, sé objetivo y abandona esa idea”….
Esas y otras más suelen ser alguna de las frases más comunes a las que nos solemos enfrentar. Aunque también abundan, cómo no, los que no dicen nada y nos hacen creer que están con nosotros, que contamos con su ayuda, con su complicidad y su cercanía. Sin embargo, en el momento más inesperado aparece la pequeña traición o la inesperada decepción.
¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué en ocasiones erramos a la hora de compartir nuestros deseos y anhelos con ciertas personas?…
No es culpa tuya: el ser humano está programado para confiar en los demás
A la mayoría nos suena la clásica situación de la persona que desea ascender en su trabajo y lo comenta con su compañero de departamento a la hora del café. Para la hora del almuerzo, toda empresa conoce ya su objetivo. ¿Debía haber sido más prudente este empleado? ¿Debía haber aplicado quizá, algún filtro con el cual anticipar posibles consecuencias por su revelación?
La respuesta es “no y sí” a la vez. No en primer lugar porque según la neurobiología, todos nosotros estamos programados para confiar en nuestros semejantes. Esto mismo es lo que nos explica un trabajo publicado en “The Journal Neurosciencie” y donde se pone en evidencia que la confianza es básica para nuestra vida social, porque de lo contrario, si temiéramos ser traicionados a cada instante viviríamos sometidos a un estrés casi traumático.
Por otro lado, en ocasiones podemos pecar de cierta falta de cautela o mejor dicho, de no ser competentes a la hora de aplicar las tres reglas que definen la dinámica de la confianza o del buen confidente. A continuación, te explicamos en qué se basa.
Confiar o no confiar, esa es la cuestión
Ante la duda, cautela. No obstante, lo que nos sucede muchas veces es que la propia ilusión de ese proyecto y la chispeante emoción del novedoso proyecto hace que abramos demasiado nuestros filtros, hasta el punto de compartir con las personas menos acertadas la información menos adecuada.
Es aconsejable ser prudentes y aplicar estos sencillos principios:
- La fiabilidad es sin duda el primer pilar. Confía tus deseos y sueños con quien te haya demostrado en otras ocasiones que es de fiar, que no te juzga, que te acepta en todo momento por como eres.
- Conexión emocional auténtica. Esta segunda dimensión nos obliga siempre a confiar en aquellas personas con quienes tememos una intimidad emocional real y duradera, pueden ser amigos, familia, pareja…
- La última clave tiene que ver con la empatía afectiva y con la empatía cognitiva. No nos basta con que se contagie de nuestra ilusiones, de nuestros sueños y alegría contenida. Queremos también que entiendan lo que pensamos, que sean capaces de comprender nuestra perspectiva.
Ahora bien, en ocasiones puede ocurrir que aún existiendo este “tridente” de la confiabilidad, la persona nos falle. Que nuestro amigo de toda la vida lo haga, nos traicione o que nuestra familia reaccione de forma opuesta a como esperábamos en un principio… Saber cómo actuar en estos casos nos servirá de gran ayuda.
Cuando las personas nos fallan
Las personas nos fallan, pero a veces también nosotros fallamos. Todos podemos llegar a trasmitir, si nos empeñamos en ello, la sensación de ser perfectos y falibles a la vez. Por ello, con el tiempo vamos desarrollando cierta prudencia, cierto buen hacer basado en la discreción y en esa cercanía limitada pero acertada hacia las personas más especiales. Esas que han sabido estar en cada instante: haga viento, haya marea o días de calma.
“Confiar en todos es una torpeza pero no confiar en nadie es una ingenuidad”
-Juvenal-
Esa sabiduría para comprender con quién debemos compartir ciertas cosas y con quién no llega con el tiempo y la implacable experiencia. Poco a poco, entenderemos que hay perfiles doctorados en cortar alas ajenas, habilidosos maestros en cercenar ilusiones con el fin de que nadie sea más que ellos. Porque si osamos a ser más libres, más capaces y más felices, es para estas personas todo un sacrilegio.
El tiempo nos enseñará también que es mejor ser discretos, cuidar las palabras y luchar por nuestros sueños con determinación y en silencio. Hacerlo dejando a un lado tanto las aprobaciones ajenas, como las posibles críticas o comentarios que en un momento dado serían como una alambrada en el camino.
Aprendamos por tanto a elegir bien en quien confiar, sin olvidar nunca que es la propia confianza en nosotros mismos la que nos acerca a los objetivos más altos, a los más valientes.