Diferencias entre estereotipos y roles de género
Todavía nos queda mucho por andar, a pesar de los grandes avances sociales alcanzados por el movimiento feminista y por los movimientos de diversidad sexual. Así, aunque tanto los estereotipos como los roles de género hayan ido cambiando y ajustándose a las reivindicaciones sociales de nuestro tiempo, sigue siendo necesario hacerlos visibles y comprenderlos, para transformarlos.
No obstante, ¿a qué estamos haciendo referencia cuando hablamos de estereotipos y roles de género? ¿Son lo mismo? En este artículo vamos a explicar las diferencias entre los dos y a identificar algunas formas para desmontarlos en nuestra cotidianidad.
Estereotipos: ¿qué son?
Podemos entender los estereotipos como constructos cognitivos edificados a partir de atributos característicos asociados a un grupo social. De este modo, los estereotipos pueden ser tanto positivos como negativos y suelen servir para construir categorías que organizan la información sobre el mundo social.
Estereotipar consiste en hacer generalizaciones que simplifican y agrupan ideas, creencias e imaginarios sobre otros. Estas simplificaciones, por supuesto, son compartidas. De hecho, para adquirir su naturaleza es necesario que circulen colectivamente y se diseminen, llegando a convertirse así en códigos comprendidos por un gran grupo de personas.
¿Y los estereotipos de género?
Teniendo en cuenta la definición anterior, los estereotipos de género pueden entenderse como creencias sociales, construidas cultural e históricamente, y que viven apegadas a lo que buena parte de la sociedad entiende por ser hombre, ser mujer o parte de la comunidad LGBTIQ+. Es decir, se refieren a las características atribuidas a un grupo de personas por identificarse con un género específico.
Afirmaciones como “las mujeres son más emocionales que los hombres” o “las personas LGBTIQ+ son más extrovertidas que las personas cisheterosexuales” son estereotipos de género.
Lo problemático de los estereotipos de género es que están tan naturalizados que muchas veces no nos detenemos a pensar en las consecuencias que han tenido, sobre todo para las mujeres y las disidencias sexuales, pero incluso también para los hombres.
La existencia de unos imaginarios hiperestereotipados de masculinidad o feminidad hace que la vida para quienes no encajen en ese marco normativo termine siendo blanco de críticas, juicios y persecuciones.
Adicionalmente, la reproducción de estos estereotipos puede mantenernos atados a unos roles de género y así limitar enormemente nuestras posibilidades de realización y los deseos de explorar plenamente nuestros talentos y capacidades.
¿Qué es un rol?
Podemos entender el concepto de rol desde dos grandes concepciones.
- Por un lado, desde una concepción sociológica-antropológica, en la cual la idea de rol remite a la forma en la que culturalmente se asignan a las personas una serie de valores, actitudes y conductas, en función del lugar que ocupen en una estructura social.
- Por otro lado, desde una concepción psicosocial, el rol estaría relacionado con la forma en la que las personas actúan a partir de las expectativas asociadas a determinada posición.
De forma general, podemos concebir los roles como esquemas organizativos de la conducta, cargados de comportamientos esperados y prácticas específicas, asignados a las personas en función de la red de interacciones en la cual se encuentren inscritos y a la posición que ocupan en el mundo social.
¿Qué serían entonces los roles de género?
Los roles de género, retomando lo planteado previamente, son todas las formas en la que los estereotipos de género se convierten en expectativas de comportamiento, en asignaciones preestablecidas que terminan encarnándose en las personas a manera de prescripciones conductuales.
Dicho de otra forma, los roles de género son el vehículo a través del cual los estereotipos se ponen en práctica. Por ejemplo, asumir que las mujeres deben realizar las tareas del cuidado, o que los hombres deben ser proveedores, o que las personas LGBTIQ+ deben ser el alma de la fiesta, es una forma de naturalización de unos estereotipos asociados al género, naturalización expresada a través de la expectativa de que las personas se comporten de unas maneras previstas dependiendo de su identidad de género.
¿Es posible transformar los roles y estereotipos de género?
Es posible que ahora nos resulte más clara la relación entre estos dos conceptos. Sin embargo, ¿qué podemos hacer con esta información?
En primer lugar, reconocer que todos fuimos inscritos a las normas de género incluso antes de nuestro nacimiento; así pues, muchas de las ideas que tenemos acerca de lo que es ser un hombre o ser una mujer nos parecen naturales y dadas por sentado.
Asumida esta idea, el segundo paso es empezar a desnaturalizar las normas de género. Vale la pena hacernos preguntas sobre el carácter socialmente construido de los dictámenes estéticos, las formas de relacionarnos, el amor y el cortejo, la escogencia de profesiones, los juguetes infantiles, entre otras tantas dimensiones de la vida que están atravesadas por el género.
Por último, después de ese ejercicio de desnaturalización, nos resultará más fácil identificar en nuestros comportamientos, y en los comportamientos que esperamos de otros, los roles y estereotipos de género. La transformación de estos patrones depende también de nuestras prácticas.
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