Qué es la disfunción ejecutiva y cómo afecta en el día a día
Piensa en todo lo que haces durante el día: conversar con tu pareja, cocinar una receta, realizar un proyecto laboral, leer un libro, acudir a tus citas médicas… Todas estas acciones cotidianas, tan naturales para ti, pueden suponer un verdadero desafío para quienes tienen disfunción ejecutiva. Y es que su capacidad para organizar, planificar, regular su atención o su voluntad está deteriorada, lo cual supone una importante limitación y pérdida de autonomía.
Quizá nunca hayas escuchado hablar de este término, pero lo cierto es que la disfunción ejecutiva es más común de lo que pensamos. Puede presentarse en niños, adultos y ancianos y afecta a la cognición, las emociones y el comportamiento, por lo que tiene serias repercusiones.
Un déficit en la función ejecutiva dificulta la capacidad para regular las emociones, fijarse una meta, dirigirse de forma autónoma y desenvolverse en el entorno. Pero, ¿a qué se debe? Te lo contamos a continuación.
¿Qué es la disfunción ejecutiva?
Podemos entender la función ejecutiva como el centro de mando de nuestro cerebro. Como ese director que está a cargo del resto de funciones y las coordina para dar lugar a un comportamiento complejo. Da respuesta a las preguntas, ¿qué quiero hacer?, ¿cómo puedo hacerlo?, ¿cuándo?, ¿qué pasos he de seguir?, ¿cómo va el proceso?… Por tanto, es un componente organizador que subyace a todas las actividades cognitivas.
En realidad, se ocupa de diversas funciones de suma importancia:
- La iniciativa, la voluntad y la determinación para iniciar tareas y sostenerlas hasta el final.
- La planificación y organización.
- La capacidad para regular la atención, concentrarse y mantener una buena memoria de trabajo mientras se realiza una tarea.
- La habilidad para monitorear el proceso, detectar y eliminar elementos que interfieran con la consecución del logro.
- La flexibilidad para responder a las demandas cambiantes del ambiente o corregir el rumbo.
- La capacidad para identificar deseos, pensamientos y necesidades en los otros.
De este modo, la disfunción ejecutiva nos habla de un déficit en estas capacidades de organización, coordinación y control.
¿Cómo se manifiesta?
Las personas con disfunción ejecutiva pueden tener dificultades para llevar a cabo múltiples actividades de la vida cotidiana. Algunas de las manifestaciones de este déficit son las siguientes:
- La persona tiene dificultad para iniciar tareas y proyectos.
- No siente motivación, puede aparecer apatía e indiferencia afectiva.
- Olvida lo que estaba haciendo y deja las tareas sin completar.
- Procrastina y deja todo para después.
- Le cuesta ordenar sus prioridades y organizar su tiempo.
- No es capaz de cambiar el foco de atención cuando es necesario, y persevera en tareas o patrones previos.
- Tiene dificultades para seguir secuencias de órdenes o instrucciones.
- Tiene grandes dificultades para controlar los impulsos y para anticipar las consecuencias de sus actos.
- Es un reto comprender la conducta, los pensamientos o emociones de los demás.
- Hay dificultad para tomar decisiones, elegir entre varias opciones o formas de responder a una situación.
- Existe poca resistencia a la distracción y a la interferencia.
Causas de la disfunción ejecutiva
La disfunción ejecutiva no es un trastorno en sí mismo, sino un déficit que puede aparecer en diferentes condiciones. Tengamos en cuenta que, a nivel neurobiológico, la función ejecutiva se asocia directamente con el córtex prefrontal. Esta región cerebral se desarrolla durante la infancia y adolescencia primordialmente, siendo en estas etapas en las que los menores progresan y perfeccionan dichas capacidades.
Hay varios trastornos que impiden que esto ocurra. La disfunción ejecutiva es una realidad típica en el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), pero también en el trastorno del espectro autista y otros trastornos del neurodesarrollo. En el primer caso, da cuenta de las dificultades relacionadas con la atención y el control de impulsos; mientras, en el segundo explica el déficit de empatía, las conductas estereotipadas y los intereses restringidos.
Este déficit ejecutivo también puede aparecer como parte de un trastorno de ansiedad, depresión y otras condiciones psiquiátricas. Y es especialmente relevante en el caso del alzhéimer y otras demencias, ya que llega a comprometer la autonomía y la seguridad del adulto mayor. Por otro lado, también puede surgir a raíz de un daño cerebral causado por traumatismo u otras lesiones.
¿Qué hacer al respecto?
Existen distintas intervenciones y estrategias para paliar los efectos de la disfunción ejecutiva y aumentar la calidad de vida de la persona. Las opciones a utilizar dependerán del caso concreto y de cuál sea la causa de tal déficit; con independencia de estas variables, en todos los casos buscarán restaurar las funciones alteradas como realizar adaptaciones externas.
Se deben identificar las áreas afectadas, así como las conservadas y las fortalezas con las que cuenta la persona y su entorno. A partir de aquí, pueden aplicarse pautas que incluyan promoción de hábitos de vida saludables, terapia ocupacional y pautas de orientación hacia el paciente.
Para la persona, comprender su disfunción ejecutiva y aprender a ayudarse de elementos como agendas, planificadores, recordatorios y estrategias de organización y automotivación puede ser de gran utilidad. En cualquier caso, lo más recomendable es acudir a un profesional que pueda diagnosticar el déficit y diseñar un plan individualizado.
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