Donald Winnicott y su teoría del falso yo
Donald Winnicott fue un famoso psiquiatra, psicoanalista y pediatra inglés que desarrolló un interesante enfoque acerca de la personalidad. Por su formación como pediatra centró sus reflexiones en los niños. Particularmente, en la relación entre la madre y el bebé lactante y las consecuencias que de esto se desprenden.
Trabajó junto con la famosa psicoanalista Melanie Klein, incluso en el tratamiento de uno de sus propios hijos. También fue presidente de la Sociedad Psicoanalítica Británica y un pensador muy célebre del Siglo XX.
“En el juego, y solo en él, pueden el niño o el adulto crear y usar toda la personalidad, y el individuo descubre su persona solo cuando se muestra creador”.
-Donald Winnicott-
Una de sus aportaciones más interesantes es la del falso self (sí mismo) o falso yo. También sus conceptos de “madre suficientemente buena” y “madre banalmente dedicada”. De igual modo, su concepto de “objeto transicional” ha sido adoptado por muchas escuelas de psicología.
La relación entre la madre y el bebé, según Winnicott
En consonancia con otros psicoanalistas, Winnicott plantea que durante el primer año de vida la madre y el hijo constituyen una unidad. No se puede hablar del bebé como una entidad separada de su madre. Los dos conforman una unidad psíquica indivisible.
Dice Winnicott que la madre es el primer entorno con el que cuenta un ser humano. La base total de su posterior desarrollo. Por lo tanto, y especialmente en los primeros meses de vida, la madre es el universo del bebé. El mundo es prácticamente un sinónimo de la madre.
Aparece entonces el concepto de “madre suficientemente buena”. Esta es la que provee los cuidados necesarios al bebé, espontanea y sinceramente. Está dispuesta a ser esa base y ese entorno que necesita el niño. Sin ser perfecta, no se excede en los cuidados, ni tampoco desatiende al bebé. Esta madre da origen a un self verdadero, o yo verdadero.
Entre tanto, la “madre banalmente dedicada” es aquella que desarrolla un excesivo apego o sobreprotección sobre su hijo. También la que no es capaz de responder a las manifestaciones espontáneas del niño. Ella da lugar a lo que Winnicott llama falso self o “yo falso”.
Winnicott y el falso yo
La madre es como un espejo para el niño. El pequeño se ve a sí mismo como ella lo mira. Aprende a identificarse con la raza humana a través de ella. Poco a poco, el bebé se va separando de su madre y ella debe adaptarse a ello. El niño tiene gestos espontáneos que forman parte de su individuación. Si la madre los acoge, él experimenta el sentimiento de ser real. Si no lo hace, se forja un sentimiento de irrealidad.
Cuando fracasa esa interacción entre la madre y su bebé se produce lo que Winnicott llama “corte de través de la continuidad existencial”. Esto, dicho en otras palabras, significa una interrupción radical del desarrollo espontáneo del bebé. Esto es lo que da origen al falso self o falso yo.
Señala Winnicott que en estas circunstancias, el bebé se convierte en “la madre de sí mismo”. Esto quiere decir que comienza a ocultar su propio yo para protegerse. Aprende a mostrar solo lo que, por decirlo así, su madre quiere ver. Se convierte en algo que no es realmente.
Los efectos del falso self
Hay diversos niveles de falseamiento en el yo. Según Winnicott, en el nivel más básico están quienes adoptan una actitud cortés y plenamente adaptada a las normas y mandatos. En el otro extremo está la esquizofrenia, una condición mental en la cual la persona está disociada, hasta el punto en que virtualmente desaparece su yo real.
Para Winnicott, en todas las graves patologías mentales predomina un falso yo. En este caso, la persona emplea todos los recursos de los que dispone para estructurar ese falso yo y mantenerlo. La finalidad de esto es lograr enfrentar un mundo que percibe como imprevisible o poco confiable.
Indica Winnicott que buena parte de los esfuerzos de una persona con falso yo muy fuerte se orientan a la intelectualización de la realidad. Esto es, a convertir la realidad en un objeto de la razón, pero no de las emociones, los afectos o los actos creativos. Cuando tal intelectualización logra tener éxito, el individuo es percibido como normal. Sin embargo, este no experimenta lo que vive como algo suyo, sino como algo ajeno.
No logra sentirse feliz por sus triunfos, ni sentirse valorado aunque sí lo sea. Para él, es su falso yo quien lo ha logrado o quien está siendo valorado. Con esto, marca una ruptura consigo mismo y con el mundo. Su verdadero yo queda confinado, fantaseando y experimentando un malestar que nunca llega a comprender por sí solo.
¿Existe realmente un Yo?
A la teoría de Winnicott se le podría añadir un interesante debate sobre la existencia real del “yo”. Para poder existir un “falso yo” primero debe existir un “yo”. Desde la Psicología Budista se puede entablar una conversación muy interesante con el “falso yo” de Winnicott. En esencia, la Psicología Budista afirma que nada existe como creemos que existe. Esto se corresponde con el concepto de Vacuidad.
Solemos entender al “yo” como una entidad estática e inmutable con el paso del tiempo. Nos identificamos y aferramos al yo por temor a la pérdida de identidad. Sin embargo, todo cambia, incluido nuestro “yo”. Por lo tanto, nuestro “yo” de hace un año no sería el mismo que el “yo” de hoy. Así pues, la existencia de un yo está ahí, pero yo de la forma en la que creemos. Winnicott afirma que el individuo es capaz de falsear el yo, por lo tanto, según su teoría una persona tendría poder para cambiar el “yo”. Este aspecto cobra relevancia ya que, junto con la Psicología Budista, apoya la teoría de un “yo” cambiable y no estático.
El “yo” de Winnicott podría verse, en última instancia, como un “yo” esperado socialmente. Al igual que el “yo” que predomina en los días de hoy. Construimos un “yo” que se adapta, pero, ¿nos sentimos identificados con él? Nuestro “yo” es correcto, pero lo observamos todo con distancia porque no creemos que somos nosotros. Con lo cual, desde la Psicología Budista podemos profundizar en esta teoría desde otro punto de vista y adaptarla a nosotros para intentar dar con ese “yo” real y cambiable y saber quiénes somos realmente.