El efecto Pandora: las personas siempre mantenemos la esperanza
El efecto Pandora explica un don indudable que define a la propia humanidad. Aún en medio de la adversidad más compleja y aciaga, las personas conservamos en el fondo de nuestro ser un recurso, un bote salvavidas, una raíz difícil de arrancar: la esperanza.
El hecho de que esto sea así no es casualidad, sino una estrategia casi instintiva de nuestro cerebro que busca mantener nuestro ánimo a flote incluso en las peores circunstancias.
Bien es cierto que en ocasiones este regalo pierde su estela, que se queda muy al fondo de nuestra caja existencial y a penas sentimos su calor y su empuje. Sin embargo, en la mayoría de nosotros está muy presente ese hálito esperanzado que nos ayuda a ver el presente con perspectiva. Es un resorte que nos coge de la mano para impedir que nos vayamos a bajo susurrándonos palabras de confianza.
Emily Dikinson definió precisamente la esperanza como una pluma que se posa en nuestra alma para cantarle canciones sin palabras. Era, para la célebre poetisa, una melodía que nos mece y que nos empuja siempre a ir hacia delante.
Sin embargo, y aquí llega quizá el matiz más curioso, el efecto Pandora nos habla de algo más. Se trata de una capacidad que ha logrado también que rara vez nos rindiéramos como especie… Nuestra curiosidad.
El efecto Pandora: esperanza y curiosidad como mecanismos de salud mental
Todos conocemos la leyenda de Pandora. Cuenta el mito que fue modelada por Hefesto y que Palas Atenea, la diosa de la sabiduría, lo ayudó. La crearon hermosa y le dieron inteligencia.
Ahora bien, aquella joven fue dotada de vida y voluntad por un plan que Zeus trazó de antemano. Debía ser ofrecida a Epimeteo, hermano Prometeo, el Titán que le robó al dios del Olimpo el fuego sagrado.
Cuando Epimeteo la vio quedó rendido por todas sus virtudes, pero Pandora llegó hasta él con un regalo de bodas envenenado, una jarra que contenía todos los males del mundo. Incapaz de resistirse, la muchacha no dudó en abrir la tapa de aquel objeto para saber qué había dentro, y ocurrió…
La enfermedad, la maldad, la codicia, el egoísmo y toda forma de desgracias se escamparon con el viento, llegando a cada rincón, a cada ciudad, a cada corazón mortal que nunca antes había conocido la penuria.
En el fondo de esa tinaja solo quedó algo que Pandora pudo contener: la esperanza. Hay quien ve en esa mujer el ejemplo de la imprudencia, de la desconfianza y la temeridad.
Sin embargo, Zeus sabía muy bien lo que hizo cuando mandó la creación de esa figura mítica: Pandora representa el hambre de saber y la curiosidad. Simboliza la transgresión y a su vez, el deseo de supervivencia. Ella, como la propia humanidad, se define por el deseo de saber y por la conservación de un bien que nos mantiene a salvo: la esperanza.
El efecto Pandora: curiosidad y esperanza
El efecto Pandora nos dice que las personas somos curiosas por naturaleza y que, a veces, bordeamos el riesgo al dejarnos llevar por ella.
Sin embargo, en ocasiones no tenemos otra opción. Porque solo siendo arriesgados conseguimos grandes cosas. Solo la curiosidad nos ayuda a superarnos, a ser capaces de ver realidades presentes y complejas con otros enfoques más flexibles y optimistas.
Con el efecto Pandora se combinan estas dos dimensiones excepcionales: la curiosidad y la esperanza. Pensemos en estas dos esferas como dos impulsores esenciales para nuestra salud mental, como mecanismos de superación y de bienestar.
En esas circunstancias, donde nos rodea la incertidumbre, el temor y hasta la ansiedad, la mente se relaja y se expande a su vez si le inyectamos una visión curiosa y la rodeamos a la vez del abrazo de la esperanza.
Nuestro cerebro, una caja de Pandora
Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Chengdu (China) describe el cerebro de una forma curiosa: es una caja en la que siempre está integrada un componente especial: la esperanza. Ese elemento actúa como protector de la negatividad y el estrés y se localiza además en un rincón muy concreto de esa estructura cerebral: en la corteza orbitofrontal medial.
Es en esta región donde el efecto Pandora se activa: procesamos la información relacionándola con recompensas o ilusiones futuras. Es aquí donde se localiza nuestra capacidad para motivarnos, para resolver problemas y situar metas a largo plazo.
Los investigadores chinos definen la corteza orbitofrontal medial como ese interruptor que actúa como protector, como salvaguarda de los pensamientos negativos e irracionales.
Activarla en momentos complicados debería ser nuestra mayor responsabilidad.
Esperanza es sentirnos capacitados para afrontar la adversidad
El efecto Pandora nos recuerda que esperanza no es solo mantener una visión positiva ante la vida. Es hacer uso de un enfoque curioso y constructivo que busca solución a los problemas. Es entender que a veces fallamos, que las cosas se pueden complicar más de lo que pensamos, lo que no quita para que sigamos avanzando.
Esperanza no es una actitud pasiva, es una herramienta activa que nos anima a movilizarnos a recordar nuestros significados vitales y luchar por ellos. Tengámoslo presente en tiempos complicados, no dejemos escapar eso que Pandora logró contener a tiempo en su tinaja como tesoro preciado para la humanidad.
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- Wang, Xin. Ming, Zhou. Taolin, Chen Hope and the brain: Trait hope mediates the protective role of medial orbitofrontal cortex spontaneous activity against anxiety. Volume 157, 15 August 2017, Pages 439-447. https://doi.org/10.1016/j.neuroimage.2017.05.056