El espejismo de la belleza
La vista se ha convertido en el sentido que domina el mundo. Tan evidente es esto que aparece frecuentemente invocado en el lenguaje. “¿Cómo ves la economía?”, pueden preguntarte cuando lo que verdaderamente quieren conocer es tu opinión. “Quedamos en vernos”, dicen algunos para significar que se encontrarán con alguien para conversar -, que no para mirarse. “Somos permanentemente observados” anotan quienes cuestionan el fisgoneo al que nos ha sometido el Gran Hermano en la red. Los editores nos piden un “lenguaje más visual” para escribir nuestros textos. Todo el mundo parece obsesionado con la idea de mirar.
El mercado ha sabido explotar este imperio de la mirada. En el mundo femenino se ha expresado como una tensión constante entre el deseo, la vergüenza y la angustia de ser miradas. Permanentemente la publicidad hurga en la idea de que la belleza externa determinará el éxito personal y profesional. Para ayudarnos a lograrlo, por supuesto, tienen una extensa oferta de productos que apuntan a cumplir con el mandato: ser jóvenes y bellas. Los hombres comienzan a ser permeados por la misma idea.
El tormento inútil
Podríamos ponernos serios y luego indignarnos. Decir que no, que el ojo no es todo. Que más vale la belleza interior. Así nos sentiríamos en paz con nuestras conciencias y nadie podría tildarnos de banales. Pero la realidad es muy diferente. Por supuesto que una cara bonita o un cuerpo de modelo abren cualquier puerta con mayor facilidad. Por supuesto que consiguen atraer pareja más fácilmente. Claro que sí, destacan prácticamente sin proponérselo en el ámbito profesional. En un primer nivel del éxito mundano, la belleza física ayuda mucho.
Por eso hay mujeres dispuestas a pagar fortunas por unos cuantos gramos de colágeno. Otras más osadas, o más asustadas, se dejan inyectar con Botox, aunque cueste un poco más. Las más atrevidas, o más desesperadas, llegan al quirófano sin pensarlo dos veces, para resolver el asunto “de raíz”.
Lo más triste de todo es que sí funciona. Bueno, al menos funciona por un tiempo. Porque la arruga vuelve a buscar el surco que la vio nacer. Y la grasa retorna a la zona sedentaria. El color del pelo se destiñe, el maquillaje se cae, el efecto de la magia desaparece. Y como La Cenicienta, puede que sea necesario salir corriendo a la media noche, antes de que se rompa el hechizo.
Lo que se busca y lo que se logra
Una mujer bella físicamente encaja perfectamente en los planes de un hombre narcisista. Es un signo de poder y de hombría: conquistó un objeto codiciado por otros. También es una buena adquisición para cualquier empresa narcisista: realza a la corporación. Si está instruida, aunque no necesariamente sea inteligente, mucho mejor. Ya no sólo sirve para que la miren, sino también para que eventualmente tome la palabra. Y si es dócil, mejor que mejor: nos acercamos a las Top 10 del ranking.
Ella desarrollará una hermosa manera de ser histérica y alternará el encanto y el capricho. La fluidez social y la intolerancia íntima. Probablemente no tenga mucho apetito sexual: la presión de ser muñeca es una carga suficientemente pesada como para dar lugar al deseo genuino, a la entrega genuina. Sufrirá migrañas y tendrá depresiones pasajeras. Siempre encontrará a alguna mujer más hermosa que ella y experimentará breves accesos de pánico, que podrán ser compensados al descubrir lo cortas que tiene las pestañas la otra.
El problema con la belleza física es que harta demasiado pronto. La simetría aburre el ojo. En cambio, cuando no hay tantos atractivos el tiempo hace que estos vayan revelándose sutilmente: en un gesto, una forma de mirar, una sonrisa, las manos que habían pasado desapercibidas, el estilo que tiene al hablar… Con las personas bellas pasa al revés, el tiempo revela sus pequeños defectos: los hermosos ojos que, sin embargo, finalmente no son tan bellos por la mañana o tarde en la noche. La exquisita piel que se ve como papel lija cuando no pasa por la hidratante antes de desayunar.
Es en ese punto donde el imperio del ojo muestra la otra cara de su poder. Ya no hay nada que mirar ahí, así que es mejor poner la vista en otra parte. Es en ese punto también, cuando muchas mujeres descubren el alto precio de vivir para la mirada masculina, expresada en el terreno de la pareja o en el mundo social o laboral. ¿A dónde se fue el tiempo empleado en sostener algo que era de por sí deleznable? ¿En dónde está realmente el premio para ese sacrificio continuado de atormentar el cuerpo para estar siempre bonita?
Las mujeres, especialmente las que no son tan bellas por fuera – pero saben que ética y estética son dos caras de la misma moneda -, esas que se han independizado del ojo masculino, son probablemente las nuevas encargadas de enseñarle al mundo a mirar.