El incalculable valor de la paciencia
En la extraordinaria obra “Sidharta” de Herman Hesse, el sabio protagonista resume todo lo que debe aprender en la vida en tres palabras: “pensar, ayunar y esperar”. A muchos puede resultarles sorprendente que alguien sintetice lo esencial de la vida en esas acciones que, por demás, suenan bastante pasivas. “No es para mí”, dirán algunos, “No soy monje”.
Lo cierto es que el budismo condensa en esos tres verbos una sabiduría milenaria, que se sustenta en una profunda reflexión sobre el ser humano, el mundo y la vida. Eso, por supuesto, no elimina el hecho de que la sociedad occidental contemporánea vaya exactamente en una línea opuesta a esos principios.Pareciera que actualmente la consigna fuera precisamente lo opuesto: no pensar, hartarse de cuanto haya en el mundo y hacer todo inmediatamente, sin dar lugar a la pausa.
Todo en una palabra: paciencia
La palabra “paciencia” es antipática para muchos. Remite al aburrimiento, a la inactividad, al conformismo. De hecho, se le llama “paciente” al enfermo que está siendo tratado por otros, sin que pueda hacer algo al respecto.
En realidad, la “paciencia” nos remite a diferentes realidades que a veces no se manifiestan como una actividad externa, pero que siempre comprometen un elevado dinamismo interior.
Paciencia es capacidad de soportar algo que resulta incómodo, sin llegar a alterarse. En ese sentido, es autocontrol. Paciencia es también la habilidad para desarrollar tareas minuciosas, manteniendo la misma meticulosidad en todo momento. En ese sentido es vocación por la excelencia. La paciencia también se manifiesta cuando somos capaces de dar tiempo al tiempo para disfrutar de algo que deseamos u obtenerlo, en ese sentido es tolerancia a la frustración.
La paciencia involucra entonces las tres acciones que Sidharta nos enseña: saber pensar para llenar de razón esa premura que a veces nos invade. Saber ayunar, o privarnos de aquello que nos produce placer o satisfacción, hasta tanto sea tiempo de obtenerlo o disfrutarlo. Y saber esperar, porque para esperar adecuadamente se necesita sabiduría; no es simplemente quedarte quieto, sino avanzar siguiendo el ritmo de la realidad: dejar fluir los tiempos de la vida.
¿La paciencia se puede aprender?
La respuesta a esa pregunta definitivamente es “sí”. Todos al nacer somos pequeños e inocentes dictadorzuelos, sin ninguna reserva de paciencia. Por eso lloramos a todo pulmón para que quien sea venga cuanto antes a satisfacer nuestras necesidades, que en esas etapas tempranas son apremiantes.
Crecer significa, entre otras cosas, aprender a abandonar ese lugar de privilegio que tenemos al nacer. Poco a poco entendemos que no somos el centro del mundo y que la humanidad no gira en torno nuestro. Si antes solo teníamos que chillar para obtener lo que queríamos, ahora debemos aprender que una buena calificación o un objeto valioso no se adquieren simplemente con lanzar un alarido.
Claro: hay quien no lo aprende y pretende seguir usando el mecanismo del enfado para llegar a lo que quiere. Ya no se tira en el piso a patalear, sino que seguramente utilizará mecanismos más sofisticados como manipular a otros, o pretender ponerlos a su servicio. Jamás crecen y por eso no pueden experimentar la libertad que dan la autonomía y el esfuerzo.
Para aprender o desarrollar la paciencia ayudan, entre otros, la práctica de un deporte, las actividades manuales y las técnicas de meditación. También ayuda que simplemente cada día tomes cinco minutos para quedarte quieto, sin hacer nada, respirando profundo y concentrado en el aire que entra y sale de tus pulmones. ¿Te parece cliché y demasiado simple? Pero funciona…
Imagen cortesía de Raúl G. Huergo.