El irlandés: una puerta entreabierta
Martin Scorsese es una leyenda viva de la historia del cine. El cineasta, a sus 77 años, cuenta con una inmensa filmografía; en su caso, lo de “si breve, dos veces bueno” no es una realidad.
Películas extensas, de muy diversa índole y tras décadas en activo. Scorsese firma algunos títulos tan conocidos y aplaudidos como: Taxi Driver (1976), Uno de los nuestros (1990), Infiltrados (2006), El cabo del miedo (1991), Casino (1995), El lobo de Wall Street (2013) y otros tan polémicos como La última tentación de Cristo (1988).
Recientemente, su nombre se encuentra en boca de todos, sus duras críticas a las películas de superhéroes han copado portadas que coexisten con los aplausos recibidos por su último largometraje: El irlandés (2019). Un filme con el que Scorsese recorre un sendero conocido: el de los gánsteres, la mafia italoamericana y los Estados Unidos a mediados del siglo XX. Sin embargo, la edad y el paso del tiempo le han dado al cineasta una nueva perspectiva, un nuevo giro.
El Irlandés es un trabajo en el que Scorsese está “en su salsa”, juega en casa por así decirlo. Cuenta en su reparto con veteranos de la interpretación que, como él, han demostrado estar todavía en plena forma.
Joe Pesci, Al Pacino y Robert De Niro terminan por dar vida a un filme que, pese a encontrarse en una plataforma de streaming como Netflix, nos recuerda mucho al pasado.
El irlandés: un viaje al pasado
El irlandés es un viaje al pasado en el sentido más estricto de la palabra, aborda un pasado histórico que retrocede, concretamente, al ya lejano siglo XX. Sin embargo, es un viaje al pasado también en un sentido menos literal, pues se trata de uno de los filmes más largos de las últimas décadas.
Vivimos en un momento en el que el cine ha quedado, en parte, ensombrecido por las series. Preferimos “maratonear” una serie que ir al cine. Un cine en el que, además, no abundan los títulos que superan las dos horas.
Las nuevas generaciones hemos crecido de forma distinta, ya no tenemos que acudir al cine si queremos ver una película, podemos pausarla para ir al baño cuando queramos, verla en dos días, etc. El puro entretenimiento está al servicio de todos y, aunque de vez en cuando nos brinda títulos inolvidables, parece haberse convertido en algo que sobrepasa al arte, relegando a este a un segundo plano.
Scorsese tenía un proyecto en mente, pero ninguna productora de Hollywood lo aceptó, por lo que no le quedó más remedio que amoldarse a las exigencias de los nuevos escenarios: las plataformas de streaming.
Netflix decidió sacar su proyecto adelante, un proyecto que puede ser visto como lo “menos Netflix” del mundo, pero que, sin embargo, encuentra en la plataforma su mejor forma de difusión. Y es que, al fin y al cabo, en Netflix cabe todo, desde auténticas joyas hasta el equivalente al fast food en el mundo audiovisual.
Así, se produce la paradoja y el filme, que evoca las antiguas películas de gánsteres, que nos devuelve al siglo pasado y que viene de la mano de varios hombres entrados en años, pero con la creatividad aún a flor de piel, termina por ser revelado en el medio más actual y reproducido en pequeños dispositivos que distan mucho de las enormes pantallas de cine.
Aunque Scorsese nos recomienda encarecidamente no ver la película en un smartphone, sino disfrutarla en la pantalla más grande posible, en una tarde en la que no tengamos nada que hacer y sin que el teléfono nos interrumpa.
En definitiva, nos propone volver al pasado, a ese momento en el que el cine era un momento de deleite.
Una historia real
La mafia, especialmente la italoamericana, ha copado algunas de las más grandes historias del cine: desde películas revalorizadas con el tiempo como Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984) hasta títulos tan conocidos como El Padrino (Coppola, 1972).
Scorsese ya incursionó en el género con: Malas Calles (1973) que fue, además, su primera colaboración con De Niro; Casino (1995) y Uno de los nuestros (1990).
Tanto Scorsese como los protagonistas del Irlandés pertenecen a una generación nacida en la década de los 40; concretamente en Nueva York, salvo Pesci que procede de Nueva Jersey. Todos ellos son italoamericanos y algunos crecieron en el barrio de Little Italy.
Scorsese siempre ha sentido un profundo arraigo por su herencia, así lo retrató en el documental Italianamerican (1974) y hoy, muchos años después, vuelve a sus orígenes, a aquellas historias que, pese a ser reales, parecen sacadas de la más pura ficción.
El Irlandés indaga en un personaje real y se sumerge en la historia: desde el encumbramiento y posterior asesinato de Kennedy hasta la misteriosa desaparición de Jimmy Hoffa, el líder sindicalista que tanto dio que hablar a mediados del siglo XX. Y, en todo ello, hay un trasfondo, un nexo encabezado por los intereses de la mafia de la que el irlandés protagonista es un colaborador encargado de “pintar paredes”.
Paredes manchadas en sangre, muertes limpias y rápidas, a tiros mientras un coche espera en la puerta de un restaurante para llevar a su asesino a sueldo a un lugar seguro. Pistolas ahogadas en el agua, silenciadas por el artífice de las muertes más veloces que Scorsese nos haya presentado.
El Irlandés es muy “Scorsese”, es todo un despliegue audiovisual, de lo que el cine, como arte, puede llegar a ser gracias a una puesta en escena sublime.
No sin renunciar a cierto humor negro y conversaciones arriesgadas que ya son “marca de la casa”, siendo, aun así, la más pausada de sus películas. Plagada de tacos, pero relajada, madura y muy lejos del vertiginoso ritmo de Uno de los nuestros o de filmes más recientes como El lobo de Wall Street.
Es la historia de Frank Sheeran, personaje real acusado de haber pertenecido a la mafia; la historia de la desaparición de Hoffa y, en definitiva, la historia silenciada de la América del siglo XX. Pero más allá de ser una historia de gánsteres, Scorsese ha madurado, y su madurez se refleja en sus personajes, en la forma de atravesar, mediante flashbacks, una historia personal.
Una historia de poder, de “tipos duros” que, finalmente, no son más que ancianos plagados de dolencias jugando a la petanca en el patio de una cárcel.
Un filme encabezado por los grandes del género, por un Joe Pesci que, pese a estar retirado, aceptó casi a regañadientes un papel en el que deslumbra, un De Niro que todos asociamos a la mafia y un Pacino que, aunque no había trabajado con Scorsese, sigue evocando la gloria del Padrino.
El irlandés: un filme para recordar
Apuesto que, en unos años, seguiremos recordando el filme y que, tal vez, incluso, se revalorice. Si algo podemos reprocharle a la película es el uso de las nuevas tecnologías para rejuvenecer a unos actores que, lejos de necesitar demostrar su inmortalidad, deberían exprimir al máximo su experiencia.
El uso del rejuvenecimiento digital ha sido duramente criticado; quizás, habría sido mejor contratar actores jóvenes para los flashbacks, o tal vez, reducir su duración. Vemos a De Niro sin arrugas, pero su cuerpo y sus movimientos parecen decirnos lo contrario.
El filme supone una especie de fusión entre lo viejo y lo nuevo. Lo viejo por su esencia, por la madurez de su creador y de sus rostros, pero lo nuevo en su difusión y producción.
Con 10 candidaturas a los Óscar, entre las que se encuentran mejor película y mejor director, El Irlandés no deja indiferente a nadie. Ya sea por la magnitud del mismo, por la increíble forma de dirigir nuestra mirada o por la escasa presencia femenina; algo que parece ser ya un sello de la casa.
Los roles femeninos son residuales en casi todo su cine; una filmografía en la que predominan los “tipos duros”.
Sin embargo, lejos de reprochárselo, en el caso de El irlandés, reconocemos una época, un tiempo ya lejano en el que la mujer no era más que la mera decoración de su esposo. Y, aún con todo, hay un personaje femenino que resalta a lo largo de toda la cinta: la hija del protagonista que, desde un principio, muestra cierta repulsión hacia las actividades de su padre.
En silencio, pero con crudeza, termina por adquirir protagonismo en la parte final, momento en el que Sheeran ya es viejo, sus amigos han fallecido, su esposa también y tan solo le quedan sus hijas, todas ellas mujeres, aunque parecen decididas a mantener distancia con su padre.
Scorsese es un gran narrador, capaz de decir con imágenes lo inefable con palabras; capaz de retratar y capturar a través de su cámara aquello que se encuentra latente en cada personaje.
Pese a su duración, El irlandés logra conquistarnos, mantenernos enganchados a la pantalla para saber cómo termina la vida de nuestro protagonista, un hombre atrapado por las redes de una tela de araña de la que no podrá escapar.
El irlandés nos propone un recorrido por diversas etapas de la vida, un viaje introspectivo de un personaje ligado a su pasado, pero que, como todo ser humano, está condenado a morir. El reflejo de sus actos se manifiesta en su solitaria vejez y en una puerta entreabierta que deja al espectador reflexionando, en un estado cuasi catártico que no termina de identificar.
¿Hemos visto un filme de gánsteres al uso? ¿Hemos asistido a un viaje hacia el interior del ser humano? ¿Por qué una puerta entreabierta? El futuro, la muerte, el destino, quizás, no sean más que eso: una puerta entreabierta.
Imagen principal de Netflix