El miedo es contagioso: cuando la emoción manda sobre la razón
El miedo es contagioso. Pocas emociones pueden alterar y cambiar tanto la estabilidad de una persona y del mundo en su totalidad como el temor más irracional. Hay estudios que señalan que las personas, como los animales, podemos oler el miedo. Tal vez sea verdad, pero lo que está claro a día de hoy es que esta emoción viaja a golpe de clicks, noticias, imágenes que compartimos y comentarios que publicamos.
Sentir miedo… ¿es quizá esta muestra mayor debilidad? O más aún, ¿es reflejo de nuestra clara irracionalidad como seres humanos? En absoluto. Gracias a ella garantizamos nuestra supervivencia. El miedo nos une a la vida y como tal, hay que escucharlo, darle presencia, entenderlo y actuar en consecuencia manteniendo, eso sí, un enfoque lógico.
Tal y como nos señala el neurólogo Antonio Damasio, las emociones buscan exclusivamente, mantener nuestra homeostasis y favorecer una mejor adaptación a nuestro entorno. Ahora bien, el problema asociado al miedo es que en gran parte de los casos parte de una serie de hechos irreales a la vez que contradictorios.
Un ejemplo, alguien puede temer a los aviones al pensar que va a morir al sufrir un accidente en ellos y, sin embargo, ser un fumador compulsivo (y no ver el peligro alguno en el tabaco).
Los miedos son libres, infundados la mayoría de las veces y tan contagiosos como un virus. Sentirlos es algo normal, y más en contextos como los actuales donde la alarma por una posible pandemia forma ya parte de nuestra cotidianidad. En medio de este escenario, lo más adecuado es estar «alerta» sin que se desencadene la «alarma».
El miedo es contagioso: el poder de las emociones en un contexto incierto
El miedo es esa emoción extraña que hace que a veces, tengamos más miedo a una araña que a sufrir un accidente cuando vamos en coche. Es también, un botón mental y esa realidad psicológica tan manipulable y sensible capaz de expandirse en poco tiempo si alguien así lo quiere, si algún estamento o esfera de poder así lo pretende.
Esta emoción tiene sin duda muchos prismas y cada una de esas caras provoca casi siempre un mismo efecto: bloquearnos y hacer que reaccionemos llevados por la emoción y no por la razón. Esto es algo que sabe bien todo aquel que padezca algún tipo de fobia, ese trastorno donde el temor más intenso e irracional limita por completo comportamientos y decisiones.
Ahora bien, más allá de fobias , hipocondrías y otras condiciones psicológicas, está el temor cotidiano. Ese que se activa ante lo desconocido, ante la noticia que alarma, ante el virus desconocido que se extiende saltando fronteras y del que todo el mundo habla.
El miedo es contagioso y experimentar esa sensación ante lo que uno no puede controlar (o incluso entender) es normal y hasta lógico. No obstante, antes de quedar secuestrados por nuestra amígdala y la cárcel del pánico, hay que tener en cuenta una serie de aspectos.
El miedo es contagioso y nos puede hacer perder el control
El miedo es contagioso y no entiende de cuarentenas. Cuando surge siempre hay algo que lo alimenta y aumenta sus dimensiones. Y cuando esto ocurre, va saltando de uno a otros, de mente en mente y corazón en corazón hasta secuestrar la calma y dar paso al pánico. Lo estamos viendo actualmente con el tema de actualidad: el coronavirus.
La compra de mascarillas y desinfectantes se ha disparado. Se cancelan eventos, nos lo pensamos dos veces antes de programar un viaje a determinados países. Nos asustamos cuando alguien tose o estornuda y estamos pendientes de la última noticia, de la última actualización que nos transmiten por redes sociales.
Sentir miedo ante este contexto es como decimos, lógico y normal. El miedo es contagioso y activa nuestro sistema de alerta y que esto ocurra, también es comprensible. Lo que ya no es permisible es que el miedo se vuelva irracional y desemboquemos en comportamientos poco ajustados. Cuando las emociones se descontrolan y todos nos dejamos llevar por un temor sin lógica y sin sentido, se originan respuestas masivas donde el pánico empeora aún más cualquier situación. No es lo acertado.
Recuperar el control: enmarcar el riesgo, reducir el pánico
El miedo no nos quiere paralizados. Más allá de lo que podamos pensar, esta emoción tiene un papel indispensable en nuestro cerebro y en nuestro comportamiento. Los temores forman parte de nosotros para invitarnos a reaccionar ante un peligro. Si derivamos en comportamientos y enfoques irracionales nada de lo que hagamos nos servirá de ayuda.
¿Qué es lo que debemos hacer por tanto en un contexto como el que vivimos ahora? En un escenario donde hay una amenaza determinada, lo más acertado es enmarcar el riesgo y reducir el pánico. Sabemos que el miedo es contagioso. Por tanto, para evitar que el temor se vuelva irracional debemos consultar siempre fuentes oficiales, veraces y fiables. De ese modo, podemos delimitar los peligros concretos y objetivos, actuando en consecuencia y siguiendo las pautas de los expertos.
Su identificamos los auténticos riesgos, el miedo se racionaliza, actuamos de manera más segura y el pánico pierde fuerza. Generamos respuestas más razonables, solo así y llevados por la calma, lidiaremos mejor ante cualquier adversidad. Tengámoslo en cuenta en estos momentos.