El peligro de los modelos ideales
Si me lo preguntas, te diría que una de las fuentes de mayor sufrimiento para los seres humanos es la fijación con los modelos ideales. No estoy hablando de los héroes, ni de de los santos, sino de tantos y tantos seres humanos que andan a la caza de una perfección que sólo existe en la mente.
Te bombardean día a día con una serie de mandatos culturales: “El trabajador ideal es así”. Lo mismo cabe para “la madre ideal”, “la pareja ideal”, “los hijos ideales” y hasta “la mente ideal”. Te parlotean sin parar sobre todas las fórmulas existentes para que, palabras más, palabras menos, puedas dejar de ser quien eres. No tan gordo, no tan flaco, no tan inseguro, no tan impetuoso, sin ira, sin miedo, con pareja aceitada, hijos dialogantes, un perro simpático y un trabajo exultante. Al final del día te sientes miserable al comparar tu vida, tan humana, con ese ideal que brilla allá, inalcanzable, donde todos pueden verlo.
Hay una serie de mandatos culturales que pasan desapercibidos porque a primera vista resultan inofensivos y hasta loables. Buscan que funciones, sin problema, para un paradigma al que no le interesan las grandes preguntas humanas, sino que no alteres la “buena marcha” del engranaje.
También puedes resistirte y declararle la guerra al mundo: “Así soy y mala suerte si no te gusta”. Aprendes a rechinar los dientes y a contestar trastadas cuando te cuestionan. Secretamente, lamentas la ausencia de intimidad que hay en tu vida. Y te encuentras ante dos opciones: auto-excluirte o “tragar” lo que te dan, soñando con el día en que todo sea diferente.
La normalidad
Ella no pudo volver a dormir después de que pasó por un aborto y su pareja la abandonó. Perdió su trabajo (ya sabes: los problemas no llegan sólos) y se sumergió en un profundo aislamiento. En un momento de lucidez consultó al psicólogo a quien le preguntó: “¿Qué es ser normal?” La respuesta le dio tranquilidad: “Ser capaz de amar y de trabajar”.
Durante el trabajo terapéutico no intentaron erradicar el insomnio, ni recuperar el trabajo, ni tampoco incrementar la vida social o intentar una nueva relación de pareja. Más bien se centraron en hablar de todo aquello que la hacía infeliz. Ella descubrió que no sabía quién era, porque siempre había dado por descontado que la vida se lleva de una sola forma. “Como lo hace todo el mundo”, decía. Cumpliendo horarios, dejándose premiar y castigar por quienes ostentan autoridad, tratando de no salirse mucho del carril.
Dos años después dejó el tratamiento. Sigue insomne, pero ya no pasa la noche contando ovejas. Retomó lo que siempre había adorado desde niña: la pintura. Sus noches se volvieron creativas y pronto pudo vender sus primeros trabajos, a bajo precio. Ahora no es millonaria, consigue su sustento apenas, pero eso no la angustia: el precio de trabajar en lo que no ama sería mucho más alto. Tiene una nueva relación: imperfecta. Con un hombre lleno de defectos al que de todos modos ama y, sobretodo, acepta. Él lo sabe y también la acepta a ella. La ama.
Si le preguntas “¿te sientes realizada?”, ella te dirá que no. Que ya no cree en eso de la “realización”. Que ya no se marca ideales, sino que valora su propia capacidad para esforzarse por aquello que genuinamente aprecia. Se deja llevar por su pulso interno. Ya no necesita fórmulas para ser feliz porque ha encontrado su propia manera de estar en paz. Se siente fuerte y digna por su capacidad para mantenerse fiel a sí misma. Ella se salvó del ideal.
El riesgo
El peligro de esos ideales es que entrañan contenidos profundamente autoritarios. Algunos modelos de comportamiento te dan a entender que si hay conflicto en tu vida algo va muy mal. Como si el conflicto o la contradicción no fueran el barro del que está hecha la raza humana. Te hablan de un estado de felicidad y de armonía que puedes y DEBES alcanzar. Mientras tanto, se hacen millonarios con los Best-seller de éxito a su nombre y te mantienen bien alineado en el redil.
Más peligrosos de lo que parecen pueden ser estos modelos, si tomamos en cuenta que millones de seres humanos han muerto violentamente por cuenta de “la raza ideal”, “el Estado ideal”, “la religión ideal” y un largo etcétera al respecto.
La realidad, individual y colectiva, siempre pierde si se le compara con un ideal. Si muerdes el anzuelo perderás gran parte de tu vida buscando un estado que no existe, en lugar de comprender y dar sentido a lo que conforma tu verdadera realidad.
Estanislao Zuleta, el único filósofo que ha tenido mi país, lo dice mejor que yo:
“La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara, como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de Cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por lo tanto también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición, metas afortunadamente inalcanzables y paraísos afortunadamente inexistentes”.