El peligroso encanto de los amores clandestinos
El amor crece y se enciende con mayor fuerza cuando lo acompaña una dosis, grande o pequeña, de imposibilidad. Nunca son tan ardientes las pasiones como cuando están atravesadas por alguna prohibición. Y si hay que guardar el secreto, mucho mejor. Hay un peligroso encanto en los amores clandestinos…
Pero así como el insecto que revolotea en torno de la llama a veces termina quemándose, también los amores prohibidos pueden terminar mal. A veces les sigue un romántico adiós simplemente, pero en la mayoría de las ocasiones dejan a alguno de los involucrados con grandes heridas que tardan mucho tiempo en sanar.
“Y para los amantes su amor desesperado podrá ser un delito… pero nunca un pecado.”
-José Ángel Buesa-
Los amores clandestinos
Si un amor debe permanecer en secreto, en general, es porque detrás de ello hay una razón muy poderosa. La mayoría de las veces, por no decir que siempre, lo que hay detrás es un tercero con el que existe un compromiso amoroso. Usualmente los amores clandestinos son amores en donde hay al menos tres involucrados. A veces cuatro. A veces más.
Un compromiso previo no es la única razón para que los amores se vuelvan clandestinos. En ocasiones lo que media es alguna conveniencia, como ocurre con la gente famosa que debe mantener ocultas sus relaciones para no perder seguidores. A veces hay otro tipo de presiones, familiares, laborales o sociales, que exigen el secreto en la relación.
Este tipo de amores, en todo caso, son clandestinos porque están prohibidos de alguna manera. Y es justamente ese elemento de prohibición el que le añade una sazón especial a esos afectos. La relación no puede desarrollarse de una manera “normal”. Es necesario inaugurar una especie de “vida paralela” para lograr mantener ese amor.
El encanto de lo prohibido
Toda prohibición es al mismo tiempo una invitación. Esto es así porque en la mente humana la proscripción activa el deseo. ¿No sientes más interés por una película, si te dicen que ha sido censurada en varios países? ¿No observas con mayor interés esa puerta que dice “Prohibido el paso”? ¿No anhelas ser uno de los que sí pueden pasar?
Lo prohibido ejerce un encanto natural porque deja ver, en primer plano, algo de lo que uno carece. Así, precisamente es de esa falta (que se vuelve evidente con la prohibición) de donde nace el deseo. Por eso, prohibición y deseo son la cara y el sello de la misma moneda.
Cuando se trata de amor, las cosas se ponen más efervescentes aún. La prohibición se convierte en combustible para la llama, aunque esta sea muy tímida en un comienzo. Los obstáculos se transforman en estímulos y los riesgos terminan siendo vistos como desafíos apetecibles. El mismo peligro de la relación enamora. Pero, ojo, puede que de tanto jugar con el fuego terminemos consumiéndonos en él.
El peligro de los amores clandestinos
El primer peligro que enfrenta un amor clandestino es, obviamente, que sea descubierto. Se supone que si está oculto es porque las consecuencias de revelarlo pueden llegar a ser muy graves. Nada hay oculto entre el cielo y la tierra y son muy pocos los casos en los que la verdad permanece en secreto por mucho tiempo.
Claro que muchos amantes viven también con cierta emoción esas revelaciones. Traicionan el compromiso que tienen con su pareja, pero a la vez desean inconscientemente “ser pillados” en acción. Forma parte de un juego enrevesado de probar el límite de la pareja oficial o de menospreciarla para ajustar esas cuentas que toda relación tiene pendientes en mayor o menor grado.
El segundo gran peligro es que se juegue, literalmente, con los sentimientos propios y ajenos. En el encanto del riesgo puede estar la verdadera y única causa de la relación. No es el amor lo que une, sino la intención de retar lo prohibido. Lo malo es que en ese “juego”, casi siempre, todos los involucrados salen lastimados en alguna medida.
Finalmente, el peligro de los amores clandestinos está en que, a la hora de la hora, ni nos permiten crecer, ni hacen más provechosa nuestra vida. Terminan siendo capítulos en los que nos comportamos como niños que no quieren obedecer. Pero cuando se saca la cuenta en claro, lo que queda es simplemente haber saboreado el encanto de lo prohibido… Y mucho tiempo perdido en ese relativo placer.