Emociones y dolor físico: ¿cómo se relacionan?
Emociones y dolor físico guardan una relación casi directa que muchos hemos experimentado en más de una ocasión. Ese problema en el trabajo que se transforma, a veces, en molestia y ardor estomacal. Una discusión con la pareja que deriva en cefaleas. La preocupación por eso que llevamos tiempo postergando que se transforma en dolor de espalda e incluso en calambres…
También podríamos hablar de otro fenómeno: el del «corazón roto». Cuando vivimos una experiencia de estas características, esa en la que el amor se acaba, somos abandonados o traicionados, el sufrimiento emocional es inmenso y hasta devastador en todos los sentidos. Tanto es así que el cuerpo también siente el impacto.
Aparece el cansancio, el abatimiento, la falta de energía e incluso el entumecimiento de músculos y articulaciones. ¿Por qué ocurre? ¿Cómo es posible que nos duela el cuerpo de tal manera cuando las preocupaciones son elevadas o nos rompen el corazón? Lo analizamos.
Emociones y dolor físico: así se relacionan
Hace ya bastantes décadas en que tanto la psicología como la medicina hallan una íntima correlación entre el dolor emocional y el dolor físico. Este fenómeno, al que llamamos «somatización», nos demuestra la unión entre mente y cuerpo, algo que, como bien sabemos, se ponía en duda en siglos pasados con el clásico modelo cartesiano.
De este modo, algo que saben bien muchos médicos es cómo el propio diagnóstico de una depresión, tiende a elevar la aparición de cuadros de cefaleas, dolores musculares, alteraciones digestivas e incluso empeora el estado de pacientes con dolor crónico. Es más, desde el campo de la investigación neurobiológica nos señalan que buena parte de las formas de dolor físico se relaciona con el estrés emocional.
Estudios como el llevado a cabo en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, Estados Unidos, nos indican que dentro del ámbito clínico y sobre todo en atención primaria deberían considerarse los factores psicológicos y emocionales a la hora de dar un diagnóstico. Tal vez, por ejemplo, ese dolor de estómago no tenga como origen una úlcera y sí un trastorno de ansiedad.
La tristeza y la ira, las emociones con mayor impacto en el cuerpo
El doctor Afton Hassett es científico investigador en el Centro de Investigación de Fatiga y Dolor Crónico de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos. Algo que destaca este experto es que el amplio abanico de emociones que experimenta el ser humano tiene impacto en el cuerpo; tanto las positivas como las negativas.
- Esa impronta puede ser favorecedora o por contra dolorosa. Así, de entre esas emociones menos agradables para el organismo, están la tristeza y la ira. Haber sufrido, por ejemplo, abusos en la infancia, padecer el dolor del abandono de alguno de los progenitores, sufrir una pérdida o haber pasado por una relación afectiva complicada tienen una impronta en el cuerpo.
- El abanico de síntomas físicos es muy amplio, siendo el más común el dolor de espalda. Asimismo, en este vínculo entre emociones y dolor físico, es importante destacar la ira. El doctor Hassett señala cómo las personas más irascibles o quien lleva mucho tiempo escondiendo sus sentimientos y malestares evidencia, por término medio, una mayor hipersensibilidad al dolor. Asimismo, también son más tendentes a sufrir dolor estomacal, migrañas, dolor articular…
Emociones y dolor físico: ¿cuál es más intenso?
¿Qué duele más? ¿La pérdida de un ser querido o la rotura de un hueso? ¿El abandono de la pareja o una quemadura en la piel? Más allá de lo contradictorias que puedan parecer estas cuestiones, parece existir una respuesta clara: el dolor emocional duele más que el dolor físico.
Así nos lo indica un estudio publicado en la revista Psychological Science y llevado a cabo por los doctores Adrienne Carter-Sowell, Zhanheng Chen. Las claves para entender esta relación entre emociones y dolor físico están en los siguientes puntos:
- El sufrimiento emocional puede ser perdurable en muchos casos. Mientras el dolor físico es temporal, el que nos dejan las emociones puede durar años e incluso toda la vida.
- Hay otra interesante cuestión: no somos buenos gestores de las emociones de valencia negativa. Así, factores como no procesar de manera adecuada el duelo por una pérdida o una ruptura puede cronificar ese sufrimiento. Lo mismo sucede con la ira antes señalada. Si llevamos años escondiendo nuestras frustraciones y enfados ante determinados hechos o circunstancias, esa ira acaba impactando en el cuerpo.
- Por otro lado, los autores de este trabajo señalan algo interesante. El dolor físico no se puede revivir, en cambio, las personas somos muy tendentes a activar una y otra vez el dolor emocional. Es decir, nosotros no podemos sentir del mismo modo el impacto de la rotura de un hueso, pero sí podemos vivir de nuevo el sufrimiento por aquel hecho adverso del ayer.
Sabemos que emociones y dolor físico son el reverso de una misma moneda. Lo sufrimos a menudo: esa molestia en el pecho, esos calambres, ese cuello que duele, ese dolor punzante en las sienes… ¿Qué podemos hacer ante estas circunstancias? La respuesta es sencilla pero compleja de aplicar: debemos habilitarnos en la gestión emocional. No hay que dejar para mañana lo que preocupa y duele hoy.
Una discusión que termina mal, el estrés que no se gestiona, una preocupación que no resolvemos, una ruptura dolorosa de la cual no podemos pasar página… Todo ello deja secuelas que van más allá de la mente. Tengámoslo presente: si nosotros solos no podemos con el dolor emocional siempre hay buenos profesionales que pueden ayudarnos.
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