Enseñanzas del soldadito de plomo de Hans Christian Andersen
Cuentan que Hans Christian Andersen era hijo de un zapatero y una lavandera y que esto lo marcó para siempre. Ese origen humilde le permitió tomar contacto con los claroscuros de la sociedad y con esos recovecos más profundos del ser humano. Durante una época de su vida tuvo incluso que pedir limosna, algo que le facilitó encontrar cobijo en la imaginación para escapar de esa realidad aciaga.
Ávido lector y dotado de una excepcional capacidad artística, logró publicar su primer poema con algo más de veinte años. Aquella pieza se titulaba: El niño moribundo. La penalidad, el desamor y la adversidad fueron elementos que vertebraron buena parte de su obra. Y era así porque su existencia navegó durante cierto tiempo por el océano de la carencia y las tristezas.
Los cuentos clásicos de Andersen han sido sutilmente alterados con el paso del tiempo con un único objetivo. Volverlos más amables y dulcificar historias que buscaban ofrecer en el pasado un mensaje que, tal vez, los niños de estos dos últimos siglos no están preparados para recibir. El soldadito de plomo es uno de esos relatos que vale la pena recuperar para desgranar las enseñanzas que encierra.
«Cuando lleguemos al final de la historia, sabrá más de lo que haces ahora».
-Hans Christian Andersen-
El cuento del valiente soldadito de plomo
El soldadito de plomo llegó a la vida de un niño en una caja de cartón con veinticuatro hermanos más. Todos eran soldados aguerridos, de perfectas formas y bonitos colores. En cambio, él tenía un defecto: le faltaba una pierna. Aquellas figurillas habían sido fundidas de una vieja cuchara de hojalata, pero cuando llegó el momento de moldearlo, apenas quedaba material suficiente.
La estancia en aquel hogar fue feliz durante un tiempo. Todos los soldaditos fueron colocados alrededor de un castillo de cartón, en cuya puerta se alzaba una preciosa bailarina hecha de papel. Nuestro protagonista quedó fascinado con ella, hasta tal punto que de su frío corazón de hojalata latió al instante por ella. El enamoramiento fue inmediato, sobre todo, porque creyó que a aquella muchacha le faltaba una pierna como a él.
Aunque esos días de armonía no duraron demasiado. En una ocasión, el niño lo dejó en el alféizar de una ventana, con tan mala suerte que una ráfaga de viento lo arrojó hasta la calle. El muchacho, deseoso de recuperarlo, no dudó en salir a buscarlo. Llegó a pisarlo, pero el soldadito, estoico como el que más, ni siquiera gritó. Al final, se quedó allí un tiempo, hasta que otros chicos del barrio lo encontraron por casualidad…
Las desventuradas peripecias del soldadito imperturbable
Los niños que hallaron al desventurado soldadito de plomo idearon un plan: construir un barco de papel y hacerlo navegar por un riachuelo que la lluvia había formado en la calle. Así fue, pero con tal mala suerte que se acabó escurriendo por una fría y oscura alcantarilla. En aquel mundo subterráneo, una rata le pidió peaje, nadie podía pasar por allí sin pagar primero.
Pero no hubo tiempo, la corriente de agua era muy fuerte y casi sin saber cómo, el soldadito se vio arrastrado hasta desembocar en un río. Allí, se encontró con una nueva e inesperada adversidad: un pez terminó engulléndolo. Ese parecía ser el fin del pequeño hombre de plomo, pero el destino, caprichoso y también mágico, quiso que aquel mismo pez sirviera de cena para la familia del niño a quien pertenecía. Había vuelto a casa, a su hogar, con su preciosa bailarina y sus veinticuatro hermanos.
Sin embargo, como era recurrente en la vida de nuestro protagonista, la felicidad duró un suspiro. En un momento dado, el niño lo arrojó sin razón aparente al fuego de la chimenea. El soldadito de plomo no sabía qué estaba sucediendo… ¿Por qué se derretía? ¿Era a causa del amor? Por si aquello no fuera bastante, una ráfaga de aire llevó a la bailarina de papel junto a él, consumiéndose al instante bajo las llamas.
Al día siguiente, entre los restos de las brasas y la ceniza, encontraron un corazón fundido en plomo.
El soldadito de plomo vive una serie de trágicas epopeyas ante las cuales nunca ejerce resistencia.
¿Qué enseñanzas podemos obtener?
A lo largo de las múltiples publicaciones de este cuento de Hans Christian Andersen, es común ver cómo se cambia el título. En ocasiones es, simplemente, El soldadito de plomo, otras El valiente soldadito de plomo y otras, el Inquebrantable soldadito de plomo. Estas constantes variaciones se deben, sobre todo, a una cuestión… ¿Es el protagonista de este cuento un personaje valiente? Lo analizamos.
Cuando somos arrastrados por un destino que no podemos controlar
El soldadito ni siquiera tiene oportunidad de ser valiente, se limita a afrontar todo lo que le trae el devenir. De hecho, algo que nos llama la atención de este relato es que ningún acontecimiento es el resultado de su propia acción o inacción. El destino manda, es la casualidad y la fatalidad la que traza cada evento que lo arrastra aquí y allá sin que él pueda hacer nada por evitarlo.
Esto puede llamarnos la atención. Al fin y al cabo, él es un soldado de plomo… ¿No estaría destinado al combate, a la pelea y el enfrentamiento? No en este caso. No en el cuento de Hans Christian Andersen. Una de las lecciones que aprendemos es que, en la vida, no siempre cabe la posibilidad ni la oportunidad de ser valientes o de actuar.
La tolerancia al dolor y el mecanismo de la aceptación
El soldadito de plomo es todo un ejemplo de estoicismo. No solo acepta su destino, no solo asume cada fatalidad, cada infortunio y caótica casualidad. No reacciona, acepta cada circunstancia y tampoco opta por pedir ayuda. Ejemplo de ello es cuando el niño llega a pisarlo mientras lo busca fuera de la casa. Hans Christian Andersen nos dice que podía haber gritado, pero opta por no reaccionar ni pedir auxilio.
El personaje de este cuento es un ejemplo del difícil arte de la aceptación en medio de un contexto de lo más adverso.
Las limitaciones no siempre son la razón de nuestras desgracias
Lo primero que descubrimos en el cuento de Andersen es que el protagonista tiene una limitación: le falta una pierna. Ya no quedaba plomo cuando lo fundieron, así que el pequeño hombrecito es diferente de sus compañeros de regimiento. Sin embargo, ¿condiciona este hecho las vicisitudes a las que se ve sometido? En absoluto.
Su cojera ni le entorpece ni actúa como ventaja. Un soldado con dos piernas habría pasado por lo mismo. Es decir, muchos de los defectos que creemos tener, en realidad, no tienen impacto alguno en aquello que nos sucede.
«Podía sentir el terrible calor, pero no estaba seguro si venía del fuego o del amor».
Lo que queda es nuestra esencia
El desenlace del presente cuento es triste, no podemos negarlo. Sin embargo, más allá del desasosiego que nos deja, analicemos lo que Andersen quería dejarnos como mensaje. La muerte del soldado de plomo simboliza un renacimiento espiritual, ese en el que queda su auténtica esencia, la del amor.
Más allá de todo lo que nos sucede, del rumor de las fatalidades, cada cual debe conservar siempre aquello que le da fuerzas, sentido y trascendencia. El afecto es ese material indestructible que siempre debe persistir.
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- Andersen, Jens (2005) [2003]. Hans Christian Andersen: A New Life. New York, Woodstock, and London: Overlook Duckworth. ISBN 978-1-58567-737-5.
- Taylor, J. (1971). The psychology of Hans Christian Andersen's "Little Tin Soldier." Menninger Perspective, 2(6), 13–16.
- Wullschläger, Jackie (2002) [2000]. Hans Christian Andersen: The Life of a Storyteller. Chicago: The University of Chicago Press.