Epícteto, un sabio de la antigüedad
Con esta simple pero certera frase Epícteto de Frigia, filósofo estoico del siglo I d.C, sembraba las raíces de la actual psicología contemporánea. Epícteto nació en el año 55 en Hierápolis de Frigia y llegó a Roma como esclavo de Epafrodito quien le daría educación hasta su exilio a Nicópolis en el año 93 donde fundaría una prestigiosa escuela a la que se dedicaría plenamente.
A pesar de haber sido esclavo y recibir duras palizas durante la mayor parte de su vida, Epícteto fue una persona feliz. Su filosofía se basaba en tener muy claro lo que era controlable y lo que no, para de esta forma modificar lo que era susceptible de modificación y aceptar lo que no lo era. De esta manera se evitaba a sí mismo el tormento y la infelicidad.
“No son las cosas que nos pasan las que nos hacen sufrir, sino lo que nos decimos sobre estas cosas”.
-Epícteto-
El control de la propia mente
Epícteto aceptó que sus circunstancias no eran controlables ni podían cambiarse directamente de ninguna manera, pero sin embargo su mente sí. En este sentido tenía todo el poder. Por lo tanto, decidió que las cosas le afectarían solo si dejaba que tuvieran influjo en él. Es decir, el hecho de tener emociones positivas o negativas no iba a depender de los hechos externos si no de su propio interior, de sus pensamientos acerca de esos hechos.
La mayoría de las personas cuando tienen un estado emocional negativo y disfuncional, como depresión, ansiedad, ira, culpa… tienden a creer que es provocado por las circunstancias o las situaciones que han acontecido en su vida, pero la verdad es que no es así la mayor parte de las veces.
Lo que realmente provoca nuestros estados emocionales son nuestra forma de interpretar el mundo, nuestra actitud, nuestras propias creencias y pensamientos. Una prueba la tenemos en que la misma situación suscita emociones diferentes en cada persona. Por lógica, si fuera la situación la responsable de las emociones, todas las personas deberían reaccionar de la misma manera y se demuestra que esto no es así. Entonces, debe de haber algún filtro que determine mi situación emocional.
Pongamos un ejemplo sobre esta idea. Imagina que vas en el autobús de pie sujeto a la barra de apoyo y de repente recibes un golpe fuerte por detrás. Te pones colérico y furioso porque algún maleducado no ha tenido nada de cuidado contigo así que te dispones a darte la vuelta para decirle cuatro cosas pero de repente te percatas de que es un invidente.
En ese instante los sentimientos de cólera, ira y enfado se modifican por sentimientos de compasión y piedad hacia el pobre ciego que no ha tenido intención ninguna de empujarte.
Somos responsables de lo que sentimos
El estímulo que supuestamente ha provocado tu enfado sigue siendo el golpe, pero ahora que sabes que es ciego, no te dices que es un maleducado, ni un grosero sin consideración ni miramiento, si no que te dices que es un pobre hombre que no pretendía ni quería hacer eso. Con lo cual, podemos concluir que el que te irritó no fue el golpe, si no tú a ti mismo con tu autodiálogo, con lo que te estabas diciendo acerca del bruto que te propinó el empujón.
Como podemos ver, el pensamiento siempre precede a la emoción y la buena noticia es que ¡podemos controlarlo! ¡Somos responsables del mismo!
Y digo buena noticia porque si no fuese así, nos tendríamos que resignar a ser esclavos de lo externo, a ser marionetas carentes de defensas que se mueven según las situaciones o las ideas de los demás.
Si por ejemplo, yo me deprimo porque los demás me critican, el responsable último de esa depresión soy yo que me estoy creyendo todas esas críticas y opiniones y las estoy haciendo mías. Si cambiase mis pensamientos sobre esas críticas y les diera la importancia justa, mi estado emocional sería muy diferente.
Quizás sería desagradable, pero no llegaría a deprimirme por las ideas que otras personas tengan, pues esas son sus ideas, no las mías y solo las haré mías si así lo decido yo. Si esto no fuese así, si mis pensamientos no pudieran intervenir, tendría que sentirme deprimido obligatoriamente siempre a no ser que consiga que los demás cambien su opinión sobre mí, algo que es casi imposible además de trabajoso.
En realidad, el ser humano tiene la maravillosa capacidad de ser feliz casi en cualquier circunstancia y situación. Si tienes los medios para sobrevivir ya lo tienes todo para estar muy bien, pero es necesario que estas ideas se interioricen en profundidad, que las adquieras como filosofía de vida.
Si Epícteto fue feliz siendo esclavo gracias a esta manera de afrontar la vida, nosotros también podemos serlo en circunstancias que nada tienen que ver con la esclavitud. ¿Quizás estás quejándote mucho? ¿Es posible que estés exigiendo demasiado al mundo, a los demás y a ti mismo? ¿Te llenas de ansiedad tratando de controlar lo incontrolable?
Deja de abrirle la puerta al sufrimiento, deja de quejarte por lo que sucede ahí fuera. Soluciónalo si puedes y si no, déjalo estar. Cambia tu manera de ver las cosas y las cosas cambiarán.