Eres más que tus errores, deja de identificarte con ellos
Por algún motivo, muchos de nosotros nos convertimos en nuestros propios jueces, nuestros críticos más feroces. Nos juzgamos y condenamos por cada pequeño fallo, cada paso mal dado o cada meta no cumplida. Y nos obligamos a cargar con el lastre de ese “fracaso” durante años. Si fueras consciente del daño que, con esa actitud, generas en tu autoestima, desterrarías la costumbre. Eres más que tus errores, deja de identificarte con ellos.
Tenemos el mal hábito de etiquetarnos, de definirnos, de autoasignarnos adjetivos a través de los cuales construimos nuestro autoconcepto. Si lo piensas por un instante, descubrirás que a lo largo del día hablas de ti mismo en innumerables ocasiones, y no siempre en positivo. Cuando digo hablar, también me refiero al diálogo interno.
Las etiquetas nunca son recursos adecuados, ya que nos limitan; pero esto es aún más pronunciado cuando acostumbramos a definirnos a partir de nuestras cualidades y experiencias negativas. “Siempre fui mal estudiante”, “no tengo suerte en el amor”, “desde pequeño he sido tímido y vergonzoso”. ¿Cómo sentirte bien contigo si te defines así?
Eres más que tus errores
Creamos expectativas para nosotros mismos en diversas áreas de nuestra vida y tendemos a identificarnos con los logros obtenidos en cada una de ellas. Así, cuando estas metas autoimpuestas no se cumplen, nuestra identidad se ve gravemente dañada. Nos sentimos incapaces e insuficientes y olvidamos que nuestra esencia, nuestro valor intrínseco, nada tiene que ver con nuestro desempeño en situaciones puntuales.
Eres más que los compañeros que no te aceptaron en el colegio. Más que la relación de pareja que no funcionó. Eres más que aquel empleo para el que no te seleccionaron o aquel otro del que te despidieron. Eres más que las amistades que perdiste a lo largo del camino, y más que los miedos que aún no logras superar.
No eres lo que otros piensen de ti, ni esas discusiones en las que perdiste el control. No eres las veces que lo intentaste y fallaste, ni tampoco las que preferiste no arriesgar. Eres más que el examen que suspendiste, la torpeza que cometiste o el daño que permitiste que te hicieran. Tu pasado no te define; fue un aprendizaje, no una sentencia de por vida. Eres más que tus errores.
Evita identificarte con lo externo
Cuando formamos nuestra identidad y medimos nuestro valor en base a sucesos externos, estamos renunciando al poder sobre nosotros mismos. Tal vez para ti la familia es primordial y te ves a ti misma como madre y esposa; pero, ¿qué ocurrirá si un día tu matrimonio termina? Quizá para otra persona el ámbito laboral sea lo más relevante y se defina en función de su empleo; pero ¿qué sucederá si un día lo despiden?
Es verdaderamente peligroso sentar nuestras bases en algo ajeno a nosotros mismos, en algo que escapa a nuestro control. Pues, si únicamente basas tu identidad en tu ocupación o en tu familia, en algún momento puedes pasar a ser “la persona divorciada y desempleada”. En este caso, el sentimiento de fracaso será inmenso y te resultará verdaderamente difícil salir adelante.
Cada error es un escalón hacia el éxito
Por ello, lo más saludable es recordar que tu valía es intrínseca e incondicional, que no depende de nada. Cuando lo logres, comprenderás que eres más que tus errores, y comenzarás a verlos como aprendizajes. Cuando te amas, te aceptas y te valoras sin condiciones todo escollo es salvable puesto que no afecta a tu percepción de ti mismo.
Tú sigues siendo tú, ese valioso tú, aunque te equivoques, te asustes o te caigas. Los errores, entonces, dejan de tener esa extrema importancia y se convierten en lecciones que te ayudan a mejorar. Cada “fracaso” pasa a ser un escalón hacia el éxito, pues te hace más sabio y experimentado de lo que eras antes.
Las personas resilientes, por definición, son más exitosas y felices porque son capaces de salir positivamente transformadas de la adversidad. Y esto solo puede lograrse cuando comprendemos que el cambio es parte del camino, que no hay nada más humano que errar. Que no te definan ni tus aciertos ni tus fallos; recuerda que eres incondicionalmente valioso.
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