Esa sensación, la de sentir que nadie te quiere de verdad
Todos necesitamos sentir que somos amados. Es casi tan importante como comer o dormir: una necesidad fundamental. Cuando sientes que nadie te quiere de verdad, que no le importas lo suficiente a ninguna persona, es como si te privaran del alimento para vivir. La supervivencia física depende de la comida y el sueño y la supervivencia emocional del afecto.
El propio Abraham Maslow, psicólogo humanista y creador de la pirámide de las necesidades de autorrealización, proponía la necesidad de filiación o afecto como primordial. En su pirámide, después de cubrir las necesidades básicas o fisiológicas y las de seguridad, se enfatizan las necesidades afectivas.
Aunque no siempre cubrimos esa necesidad afectiva como queremos. Es más, la sensación de que nadie te quiere de verdad surge de diferentes fuentes. En principio, es una verdad que nos cobija a todos los seres humanos. Nadie nos ama de manera perfecta. Hasta los amores más profundos y sinceros, como el de las madres, son imperfectos e incompletos.
“Si no se rompe, ¿cómo logrará abrirse tu corazón?”
-Khalil Gibran-
Si idealizas mucho el amor podrías llegar a concluir que nadie te quiere de verdad, porque no están dispuestos a dar la vida por ti. O porque eventualmente te fallan y no están ahí siempre que lo necesitas. Quienes aman desde la carencia afectiva demandan más del amor que otros pueden darle. Y como sus expectativas son tan altas y no se cumplen, podrían sentirse defraudados constantemente.
Puede que haya veces en las que sientas que nadie te quiere de verdad porque, sencillamente, no logras construir vínculos genuinos de afecto con los otros. Quizás te has escondido debajo de tu piel y te aíslas. Tal vez no sabes cómo construir y mantener los lazos de afecto. Entonces, te sientes atrapado en una soledad que hiere, en un desafecto que duele.
Nadie te quiere, ¿y tú tampoco?
Suele suceder que, cuando sientes que nadie te quiere, ese “nadie” también te incluya a ti. Es relativamente fácil que alguien se dé cuenta de que tiene la autoestima a ras de piso. También es fácil decir: “Bien, ahora solo se trata de quererme más”. Lo difícil es darle a ese propósito realidad.
Digamos un pequeño trabalenguas: no es que uno no quiera quererse, sino que no encuentra el modo de hacerlo. La falta de aprecio por uno mismo no nace de la nada. Detrás de ello frecuentemente hay toda una historia de desafectos, a veces de abandonos o agresiones violentas.
Uno de los motivos más probables que pueden encontrarse detrás de la sensación de falta de afecto por nosotros mismos es que durante los primeros años de nuestra vida nos dieron falsos argumentos, muchas veces disfrazados de inocencia, por los que no hacerlo. De una u otra forma nos transmitieron la idea de que no valíamos la pena. De que no éramos suficientemente dignos de amor.
Lo creímos porque, seguramente, quien nos llevó a pensar así fue una persona querida, incluso admirada. Es muy posible que hayamos comenzado la vida amando sin ser amados. Cargando un “por qué” para el que no existían respuestas. Incluso es posible que hayamos aprendido a no querernos, solo para complacer a un padre, una madre o alguna figura amada que esperaba eso de nosotros porque vivía en extravío.
¿Ayudamos a los demás para que no nos quieran?
Es una realidad que a veces estamos en una condición de deprivación afectiva. O en otras palabras, de carencia de afecto. Incluso podemos llegar a la conclusión de que no queremos vivir así, sin embargo no es fácil desamarrar el nudo que nos ata a esa condición. En este punto vale la pena hacernos la pregunta del subtítulo: ¿ayudamos a los demás para que nos quieran?
Aunque el sentimiento de que nadie te quiere de verdad es muy profundo, la salida de ese foso puede no estar tan lejos. A veces se trata solo de perdonar a quienes no nos han amado, por sus limitaciones emocionales. De admitir que su desafecto tenía mucho más que ver con ellos, que con nosotros mismos.
También implica perdonarnos a nosotros mismos, porque, en verdad, no hicimos o dejamos de hacer algo para hacernos merecedores de ese desamor. Entender que no hay nada malo en nosotros y que cualquier sentimiento de culpa, con su consecuente castigo, no tiene razón de ser.
La salida…
Es importante preguntarnos si nosotros sabemos amar a los demás. Si nuestro concepto de amor ha evolucionado lo suficiente como para entender que dar afecto no es sacrificarse arbitrariamente por otros. O ser extremadamente solícitos a la hora de satisfacer sus necesidades.
A veces nos mostramos desesperadamente necesitados de afecto y esto asusta, aleja. Es una confesión firmada de que no nos queremos y de que necesitamos de ese otro para lograr sentir algo de aprecio por nosotros mismos. En este punto sucede que nadie quiere cargar con semejante responsabilidad, ni tiene por qué hacerlo.
Es posible que tampoco hayamos desarrollado suficientes habilidades sociales. Siempre podemos aprender a relacionarnos con los demás de una manera más fluida y espontánea. Se aprende, se aplica y se entrena. Luego, funciona. Es el primer paso para romper esa barrera que nos separa de los demás. Quizás, entonces, después de abrir las compuertas, aprendamos a avanzar en esa extraordinaria aventura del afecto mutuo.