¿Estamos «programados» para amar?
Dicen que el amor nos hace actuar como tontos. Es más, en ocasiones, nos enamoramos de quien menos deberíamos. Otras veces, vivimos historias extraordinarias que duran un suspiro o caemos en la dolorosa trampa del amor no correspondido. Están también los que, agotados de tantas decepciones, heridas y traspiés, se dicen a sí mismos que se acabó, que cierran las puertas de su corazón para siempre.
Sin embargo, hay algo evidente, y es el hecho de que el amor florece en el cerebro y que, como tal, tiene un fin sociobiológico. Y no, no hablamos únicamente de los fines reproductivos para promover la continuidad de nuestra especie. En realidad, el afecto se manifiesta de muchas maneras, y no solo a través del clásico lazo de pasión entre una pareja.
Amar es el verbo que más conjugamos a lo largo de nuestra existencia a través de las más diversas maneras. Si sentimos esta emoción profunda, enriquecedora y saludable se debe a una serie de razones que vale la pena comprender. Reflexionamos en ello.
Las personas estamos programas para construir relaciones de apego con otras figuras, esto garantiza nuestra supervivencia y bienestar.
Estamos «programados» para amar y estas son las razones
Comprender los mecanismos del amor en el cerebro nos permitiría conocernos mejor como especie. Por ejemplo, nos facilitaría entender por qué nos sentimos tan llenos de energía durante el enamoramiento o la razón por la que duele tanto una traición; también por qué crecer en una familia disfuncional y poco afectuosa puede dejar secuelas en nuestra salud mental.
Amar y ser amados (ya sea por nuestra pareja, amigos o familia) es una necesidad biológica, como el hambre o la sed. Sin embargo, hay un dato interesante. Nuestra necesidad de supervivencia supera a la propia necesidad de vinculación. Mantenernos con vida, preservar nuestra existencia, suele ser el principal objetivo del cerebro humano.
En el libro Wired for Love: A Neuroscientist’s Journey Through Romance, de la doctora Stephanie Cacioppo, psiquiatra especialista en ciencias del comportamiento, nos aporta también información muy relevante al respecto. No solo estamos «programados» para amar, sino que esta emoción es un requisito que da finalidad y sentido a cada uno de nosotros. Comprendamos las razones.
El amor es motivación, necesidad de cuidado y protección. El cerebro activa hasta 12 regiones al experimentar esta emoción tan instintiva en el ser humano.
El apego, una necesidad fundamental
Nuestra supervivencia depende en buena parte del apego y la capacidad para vincularnos los unos a los otros. El apego, en psicología y etología, define esa vinculación afectiva basada en el cuidado mutuo, en el cariño y en la protección. Esta experiencia no aparece solo entre un niño y sus padres. También se desarrolla entre las parejas y hasta en las amistades.
Disponer de una serie de figuras significativas reduce el estrés y construye nuestro sentido de pertenencia. Nos sentimos parte de alguien y en ese lazo discurre no solo el afecto, sino también aprendizajes y experiencias que nos aportan sabiduría. El amor, en cualquiera de sus formas, implica cuidado y respeto. Dos pilares esenciales para nuestro cerebro social.
Las relaciones nos dan sentido y propósito
La doctora Cacioppo señala en su libro un dato que también aparece en un estudio de la Universidad de Siracusa. El amor activa en el cerebro el circuito de la recompensa dopaminérgica. También aumenta la liberación de oxitocina, la serotonina, la adrenalina… Todo ese torrente de neurotransmisores activa hasta doce regiones cerebrales para generar en nosotros múltiples necesidades, motivaciones y sensaciones.
Sin embargo, esos complejos mecanismos neurobiológicos que orquestan el amor tienen también como finalidad darnos un propósito. El afecto de nuestra pareja o de nuestra familia da sentido a nuestra existencia, como también lo pueden hacer las amistades. Esa emoción profunda y multifacética es el pegamento social que nos motiva, que nos invita a trazar metas, a recordar por qué vale la pena levantarse cada mañana.
Un contrato social que nos mejora como seres humanos
Estamos «programados» para amar no solo para sentirnos protegidos o para construir un significado vital. El amor en todas sus formas constituye también una forma de contrato social. Pensemos en ello durante un momento. Una pareja, una familia e incluso un grupo de amigos son como «minisociedades».
Son vínculos que, para tener éxito y ser satisfactorios, se basan en la equidad, la justicia y el cuidado. Amar, querer o sentir afecto por nuestras personas significativas hace que creemos con ellos una forma de colaboración cotidiana. Ese contrato inconsciente nos permite desde solucionar problemas y desafíos, compartir crianza de los niños, encontrar apoyo económico e incluso construir nuestra imagen social.
Buena parte de lo que somos parte de las personas con las que nos relacionamos a diario. Amarnos, sentir cariño por los nuestros conforma un soporte excepcional que nos permite navegar con mayor seguridad y bienestar por nuestra sociedad. Es ese apoyo que actúa como amarre, impulsándonos para progresar en un entorno casi siempre complejo.
Todos necesitamos sentirnos cuidados, amados y respetados. Esa conjunción afectiva facilita que evolucionemos como seres sociales.
Llegados a este punto, es posible que más de uno sitúe la atención en el detalle de que, a menudo, no logramos que las personas nos amen como merecemos. Esa es la mayor distorsión que existe en nuestro tejido psicoemocional como humanidad. Es una ironía y también una tremenda tragedia. Estamos «programados» para amar, pero a veces nos aman mal.
¿Qué hacer ante esta circunstancia? Lo ideal es recordar siempre que, más allá de las malas experiencias, no hay que renunciar al amor. Una mala infancia debido a una familia disfuncional no tiene por qué condicionar nuestra existencia. Una relación de pareja dolorosa no tiene por qué volvernos personas frías que eviten enamorarse nuevamente.
No cerremos las puertas de nuestro corazón y recordemos que hay muchas formas de afecto; los buenos amigos, también pueden conformar ese soporte cotidiano tan necesario para nuestro bienestar. Como decía Shakespeare, «el amor conforta como el sol después de una tormenta». No huyamos esa luz.
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