La forma en que describes a los demás dice mucho de ti
El modo en que describes a los demás te define. La forma en que etiquetas, juzgas y valoras a quienes te envuelven deja entrever parte de tu personalidad, son pinceladas sutiles pero siempre evidentes de tu identidad e incluso de tu autoestima. Esto es algo que sin duda vemos a diario y que también sufrimos cuando otros nos atribuyen rasgos que nada tienen que ver con nosotros.
Admitámoslo, todos hacemos juicios de aquellos con los que nos cruzamos cada día. Hacerlo es una necesidad más que evidente de nuestro cerebro para intentar controlar nuestro entorno y saber, de algún modo, a qué atenernos. Estamos por tanto ante un proceso psicológico perfectamente normal y hasta evidente, un mecanismo que controla la amígdala en su habitual propósito por garantizar nuestra supervivencia.
“La discreción en las palabras vale más que la elocuencia”.
-Francis Bacon-
De hecho, en un interesante estudio llevado a cabo en la Universidad de Psicología de Nueva York, y publicado en el Journal of Neuroscience, nos explican que esta pequeña estructura cerebral valora en apenas unos milisegundos si alguien es de fiar o no, si esa persona nos es interesante o, si por el contrario, es alguien que conviene evitar. De hecho, podríamos decir casi sin equivocarnos que para nuestro cerebro la primera impresión lo es todo, aunque evidentemente, hay pequeños e interesantes matices.
Así, cuando la amígdala cerebral hace esa rapidísima valoración sobre si alguien puede ser de nuestra confianza, quien entra seguidamente en escena es el filtro de nuestra personalidad. Será ella quien a pesar de esa primera apreciación elija acercarse (o no) a esa persona para comprobar si ese primer juicio es acertado. Será ella también quien haga atribuciones despectivas (o no) a quien le inspire desconfianza, ella en esencia, quien articule, medie y determine el modo en que nos relacionamos y tratamos a los demás.
La forma en que describes a los demás te delata
Dice un proverbio chino que a veces puedes aplastar a una persona solo con el peso de tu lengua. Es una gran verdad y nadie puede poner en duda cómo los movimientos de una lengua (sin necesidad de tener hueso) puede llegar a hacer tanto daño y causar tantos estragos. Esto es algo que la mayoría vemos a diario en casi cualquier contexto, en el trabajo, en casa, entre los amigos…
Las personas nos comunicamos con los demás como parte misma de nuestros procesos de socialización. Así, y durante esas interacciones es común mostrarnos amables, correctos y solícitos. Sin embargo, si hay un virus muy extendido es del ejercicio de la crítica, el uso de la etiqueta, del desprecio y hasta de la más baja ofensa. Abundan en exceso esos perfiles que gustan de atribuir rasgos negativos a los demás casi de forma constante. Como un ejercicio que practicar a diario, como esa costumbre que más que un capricho puntual es todo un hábito.
“Eres lo que dices”. Esta afirmación no es nuestra, sino del doctor Skowronski de la Universidad de Wake Forest, en Carolina del Norte, quien realizó una detallada investigación sobre los estilos de personalidad y las atribuciones que hacemos. En ella quedó claro un hecho que todos intuimos: la forma en que describes a los demás te define. Somos lo que decimos, somos cada cosa que inferimos y que proyectamos en quienes nos rodean.
El que usa etiquetas despectivas, el de las gafas oscuras
Hay quien no quiere ver. Quien va siempre con sus gafas de cristales oscuros y con su mirada miope moviéndose por un mundo emborronado del que es mejor desconfiar. Son esos perfiles que se dejan llevar por los estereotipos y no quieren ver más allá, son los que desprecian y cosifican, los que se burlan y critican a quienes no son, piensan y sienten como ellos.
Si la forma en que describes a los demás deja entrever tu personalidad, aquellos que se sirven siempre de etiquetas negativas y críticas evidencian a menudo ese vacío interior donde habita la falta de autoestima, donde el uso de la descalificación deja que se transparente tanto la frustración como la infelicidad.
El que practica la afiliciación, el de las gafas rosa
En la investigación antes citada de la Universidad de Wake forest pudo verse algo muy llamativo. Las personas que emitían menos juicios eran las que mostraban más habilidades de afiliación. Así, quienes se caracterizan por ser más positivos, optimistas y con una buena autoestima no se dejan llevar tanto por esas valoraciones previas y prefieren ante todo tomar contacto y establecer cercanía.
Solo cuando permitimos que queden a un lado el uso de las valoraciones, etiquetas e inferencias con poca o nula solidez, aumentan las posibilidades de afiliación con quienes nos rodean, de crear nuevas amistades más sólidas, de dar forma a entornos más respetuosos con muchos menos prejuicios.
Cuando describes a los demás sin el peso de la desconfianza, del prejuicio y la burla, te permites casi sin saberlo la oportunidad de generar una mayor sinergia con las personas que te envuelven, libres del muro de los estereotipos y encasillamientos.
Para concluir, evitemos por tanto el uso excesivo de nuestras gafas de cristales oscuros. A menudo nos serán útiles para protegernos de ciertos reflejos dañinos, queda claro, pero siempre es mejor retirar filtros y ampliar la visión todo lo que nos sea posible. Una mirada despierta, interesante y humilde siempre captará muchas más cosas que esos ojos habituados a vivir en su propia oscuridad…