¡Fuera de control! Detengan el mundo que me quiero bajar
¿Alguna vez has sentido que todo está fuera de control? ¿Has deseado que el mundo se detuviera por un instante debido al gran agobio que experimentabas? Todos hemos pasado por momentos en los que pensábamos que no podíamos más. La rutina y el estrés diario no suelen ser amigos de los estados de calma y tranquilidad.
Cuando sientes que la situación actual te sobrepasa, acabas frustrado y con una desagradable sensación de miedo, que en ocasiones puede llegar a disfrazarse de rabia y desesperación. Todo ello, contribuye a que generes una neblina de pensamientos que dificultan que encuentres la forma adecuada para hacer frente a eso que te ocurre.
Ante este escenario, es importante que antes de actuar, entiendas primero qué te sucede. Tal vez, lo único que necesitas es respirar y analizar detenidamente cómo estas. Veamos qué pasos seguir cuando creemos estar fuera de control.
Cómo funciona el miedo
El miedo es una emoción que te invade repentinamente cuando estás frente a situaciones que tu cerebro considera potencialmente peligrosas para tu bienestar. En realidad, su objetivo no es amedrentarte, sino prepararte para emprender una acción, ya sea de ataque o de huida. Es decir, lo que quiere es protegerte.
El mecanismo que desata el miedo a nivel biológico se encuentra en el cerebro reptiliano, el cual regula acciones esenciales para tu supervivencia y en el sistema límbico, que regula tus emociones y funciones de conservación. Además, en este último se encuentra la amígdala, la estructura cerebral encargada de desencadenar tus sentimientos de miedo y ansiedad.
Por otro lado, a nivel psicológico, el miedo es un estado emocional que te ayuda a adaptarte al medio y a protegerte. Sin embargo, este estado a veces responde de manera desproporcionada a las situaciones en la que te encuentras. Puede que produzca que te paralices o te sientas aturdido, no logrando responder de forma adecuada.
Además, el miedo también puede aparecer disfrazado de rabia, tristeza e incluso de alegría desenfrenada. No importa con la máscara que se presente. Lo importante es que para responder de forma asertiva en una situación de descontrol, primero tienes que aceptar que estás sintiendo miedo, para luego comenzar a gestionarlo.
La sensación de pérdida de control
Cuando te conviertes en víctima del miedo y sientes que nada está en tus manos, que estás fuera de control y que no puedes hacer nada frente a lo ocurrido, es muy normal que experimentes frustración e impotencia. El pequeño detalle es que si el miedo te atrapa, seguirás pensando que todo lo que está por venir será un caos y que nunca podrás hacer nada, lo que se traduce en un sentimiento de pérdida de control.
Si dejar que la sensación de fuera de control te domine acabarás por bloquearte.
Ahora bien, si unimos el miedo y la sensación de pérdida de control, la situación se convierte en una fórmula perfecta para desear que el mundo se detenga y puedas bajarte de él. La mala noticia es que el mundo no se puede detener, las circunstancias no pueden cambiar a petición tuya y las personas tampoco. ¿Qué hacer entonces?
Tenemos una buena noticia: tú si puedes hacer un alto en el camino. De hecho, hacer una pausa para reflexionar es un pilar muy importante que te ayudará a solucionar lo que te sucede porque permite que observes la situación desde otro punto de vista, que busques un abordaje distinto mucho más eficaz.
Esta propuesta está basada en los llamados círculos de influencia o de control. Una práctica muy utilizada por los psicólogos humanistas, pero que tienen especial relación con el desarrollo teórico de Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra austriaco.
¿Qué son los círculos de influencia o de control?
Los círculos de control son una forma de ver topográficamente tu entorno, la influencia que tienes sobre él y éste sobre ti mismo. Para ello, es necesario desarrollar tres círculos principales:
- Círculo de atención: es aquel en el que tienes mayor control. Tiene que ver con tus pensamientos y actos.
- Círculo de influencia: es aquel en el que tienes un cierto control, pero no del todo. Tiene que ver con tus relaciones interpersonales, familiares, laborales y tu forma de gestionarlas.
- Círculo de preocupación: es aquel sobre el que no tienes ninguna capacidad de influencia, sin embargo, puede que este sí la tenga sobre ti. El clima, el tráfico, los pensamientos de los demás…
Así, cuando estés sintiendo que estás fuera de control y tengas esa necesidad de que el mundo se detenga y desees bajarte de él porque no puedas más con tu situación actual, d etente por un momento y piensa en estos círculos. Procura diferenciarlos y delimitarlos para luego marcar una ruta de acción realista.
Toda la energía que inviertas en tratar de controlar aquellos círculos sobre los que no tienes influencia, es energía perdida y un encuentro seguro con el miedo y la frustración.
¿Para qué sirven los círculos de influencia?
Si te das cuenta, cuando empiezas a diferenciar o precisar los círculos y hasta dónde puedes llegar con tus acciones, la situación empieza a volverse un poco menos caótica. Automáticamente, la parálisis producto del miedo ante la pérdida de control también comienza a mermar.
La sensación de estar fuera de control comienza a disminuir cuando analizas hasta dónde puede llegar con tus acciones y te das cuenta de que la mayor cuota de control la tienes sobre ti mismo.
Lo más importante es que tengas presente que hay ciertas situaciones en las que puedes ejercer alguna influencia, pero el resultado final de la misma puede que no dependa de ti. Por tanto, coloca tu mayor energía en tu forma de actuar frente a las circunstancias.
Tu círculo más cercano, ese en el que tienes mayor control, es sobre ti mismo. La forma de liberarte de cargas innecesarias es otorgando tu mayor esfuerzo y energía a tus acciones. Si te sientes conforme con aquello que has hecho, aunque las circunstancias no salgan como deseabas, te afectarán mucho menos.
Así, antes de pedir que el mundo se detenga, detente a ti mismo y enfócate de nuevo. A fin de cuentas, lo más importante es que te sientas conforme con aquello que has hecho. Si consideras que francamente has dado lo mejor de ti, el resultado final llegará por sí solo.
Las circunstancias en las que puedas estar inmerso son en su mayoría independientes a tu deseo de querer cambiarlas. Es decir, no tienes control sobre ellas. Sin embargo, en lo que sí tienes control absoluto es en cómo permites que ellas te afecten. Tus pensamientos y sentimientos en buena medida están afectado por el entorno, pero la mayor cuota de control sobre ellos la tienes tú. Ahí es donde debes poner el foco.
“Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.
-Viktor Frankl-