¡Háblame bonito! La importancia de usar el lenguaje afectivo con los niños
Háblame bonito, sin levantar la voz pero con la firmeza de quien puede convencerme de todo lo que soy capaz. Háblame con sonrisas un vez más, para que aprenda rápido que en este mundo manda el amor y no el miedo. Regálame palabras de afecto siempre que puedas para que así domine cuanto antes el lenguaje de las emociones…
Vivette Glover, psicobióloga perinatal del Imperial College de London, nos indica que la educación emocional se inicia ya desde el útero materno. Nos puede parecer algo sorprendente e incluso difícil de creer, pero a lo largo del tercer trimestre, el bebé es muy sensible a las voces que escucha del exterior. El líquido amniótico es un gran conductor del sonido, y aunque el feto no entienda el lenguaje como tal, sí tiene una gran sensibilidad a la carga emocional que se desprenden de esas tonalidades, de esas palabras.
“Es más fácil educar niños fuertes que reparar adultos rotos”
-Frederick Douglas-
Cuando venimos al mundo estamos íntimamente vinculados a la voz de nuestra madre y a ese mundo emocional que la ha acompañado a lo largo de esos meses de delicada gestación. No somos por tanto extranjeros en tierra extraña. El bebé ya atisba el gran poder que encierra el lenguaje afectivo. De hecho, Michel Odent, el prestigioso obstetra francés, nos recuerda que igual de importante es atender el mundo emocional de la embarazada como preocuparnos de que las revisiones médicas se cumplan.
Lo mismo ocurre con ese niño de 2, 3 o 5 años. Podemos darle lo mejor, buena ropa, alimentación equilibrada, juguetes que potencien su estimulación temprana… Sin embargo, si no lo nutrimos de afecto, de seguridad y confianza a través de un lenguaje sabio en emociones, ese niño no crecerá como debe. Su cerebro desarrollará carencias y experimentará vacíos que, llegada la adolescencia o madurez, llenará de otro modo.
Te proponemos reflexionar sobre ello.
Háblame bonito, háblame sin hacerme daño
Las palabras no matan, pero tienen un gran poder para herir. Todos lo sabemos, todos lo hemos vivido de algún modo, sin embargo, a pesar de tenerlo muy claro, en ocasiones descuidamos el modo en que nos dirigimos a nuestros niños e incluso a nuestros adolescentes. El lenguaje tiene el poder de crear un tipo de arquitectura determinada en los cerebros más jóvenes, y esto es algo que como padres, madres, abuelos o educadores jamás debemos descuidar.
“Educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto”
-Aristóteles-
Una mala palabra, un desprecio, un “todo lo haces mal”, “eres el más tonto de la clase” o un “me agotas, déjame en paz”, deja una impronta en el mundo emocional del niño hasta el punto de generar estados de indefensión, estrés o incluso depresión infantil.
Experimentos, como el realizado en el centro de Atlanta Speech School, demuestran que algo tan sencillo como hacer uso del lenguaje positivo promueve en los alumnos conductas más comprometidas. Les empuja ante todo, a tener una visión más positiva de sí mismos para superarse.
Lo más complicado de todo esto es que, lamentablemente, no todos los padres son hábiles a la hora de hacer uso de un lenguaje emocional efectivo y trascendente. Hablar “bonito” requiere intuición, voluntad, requiere tiempo, paciencia y sobre todo, haberse sanado como mujer o como hombre para poder ejercer una paternidad digna, respetuosa y que permita a ese niño no solo crecer en altura, sino crecer en seguridad, autoestima e Inteligencia Emocional.
Las claves de la comunicación afectiva con los niños
Daniel Goleman nos explica en su libro “Inteligencia Emocional infantil y juvenil” que a veces, los adultos, llegamos a abusar del refuerzo positivo hasta el punto lograr que pierda todo su valor. Los niños diferencian muy bien la autenticidad del cansancio o de la simple falta de interés.
Cuando un papá o una mamá le dice aquello de “sí, sí es un dibujo muy bonito” a su hijo de 8 años sin ni siquiera mirar el propio cuaderno porque tiene prisa, ese niño no se queda con el mensaje. Se queda con la actitud de los padres. Porque un “háblame bonito” no es hacer uso de las muletillas positivas de rigor. Es detenernos, es atender y ante todo, saber conectar.
La comunicación afectiva tiene como principal estrategia este mismo elemento: saber conectar con la mente, las emociones y el cerebro de nuestros niños. Te explicamos cómo.
Principios para conectar con los niños mediante el lenguaje emocional
En ocasiones, casi sin darnos cuenta, hacemos uso de estrategias muy poco pedagógicas con los niños. Cabe decir, eso sí, que no lo hacemos con mala intención. Simplemente, no entendemos aún cómo procesan la información o qué necesidades presentan en cada etapa de su crecimiento personal.
Estas son unas sencillas estrategias.
- Evita los discursos largos. Si tienes que enseñarle algo a tu hijo, corregirlo o explicarle una cosa en concreto, recuerda la regla de los 30 segundos. Es el tiempo máximo en que un niño de pocos años mantendrá la atención.
- Dar múltiples advertencias no sirve de nada. Algo bastante común es que todo padre o toda madre con grandes presiones en el día a día, tengan niños que tardan mucho en “reaccionar”. Esto es así porque se pasan la mayor parte del tiempo apremiándolos: date prisa, levántate, vístete, haz esto, haz lo otro…
- Este tipo de verbalizaciones en forma de orden nunca permitirán que conectemos con nuestros hijos. Los niños saben que tras una orden llega otra más, así que no merece la pena obedecer a la primera. No es lo adecuado. A los niños no se les educa con prisas, sino con paciencia y cercanía. A veces, basta con una sola indicación dicha con firmeza, cercanía y razonando bien la finalidad para promover y asentar una conducta.
- Escucha cuando te hablan tus hijos, demúestrales que cada palabra que digan es importante para ti. Deja que el mundo se detenga a vuestro alrededor. No hay prisas, cultiva la paciencia.
- Pronuncia el nombre del niño con afecto y no hagas uso de respuestas simples o condescendencientes cuando les respondas.
El diálogo con tus hijos debe despertarlos, darles una inyección de curiosidad, de descubrimiento y de sentido afecto para que desarrollen una conciencia más segura, plena y feliz día a día, momento a momento.