Hacer deporte por obligación: ¿tiene consecuencias?
Tenis, running, fútbol, baloncesto, piragüismo, gimnasia, atletismo, surf, hípica… Hay tantas modalidades que es casi imposible que alguna no nos guste. Practicar deporte nos aporta gran cantidad de beneficios para nuestro cuerpo y mente… pero, ¡cuidado! Existen ciertos factores, circunstancias y situaciones que pueden convertir el querer en un deber. Así, podemos terminar haciendo deporte por obligación y no por disfrutar del tiempo en el que lo estamos practicando.
Por lo general, cuando lo que nos mueve es el compromiso o la necesidad, la motivación intrínseca, presente en un principio y que nos proporcionaba la actividad en sí misma, se va desvaneciendo. Por eso, a no ser que lo recomiende un especialista por el bien de tu salud, generarse esa obligación diaria de hacer deporte no es ni gratificante ni recomendable.
Obsesión
Realizar algún tipo de actividad física dos o tres veces por semana tiene múltiples beneficios emocionales, psicológicos y físicos. Por un lado, puede contribuir a que desconectemos más fácilmente de las obligaciones o las fuentes de preocupaciones, fortaleciéndonos frente a posibles picos de estrés. Además, es un antioxidante natural: retrasa el envejecimiento prematuro y mejora nuestra estabilidad emocional.
El problema es cuando abusamos de algo saludable, convirtiéndolo en peligroso. Si el deporte se convierte en una obsesión puede ser causa de importantes trastornos psicológicos, como la vigorexia o la dismorfofobia y otros relacionados con la conducta alimentaria, como la bulimia o la anorexia nerviosa. Incluso, nos puede generar ansiedad que, de continuar, muta en una profunda depresión o melancolía perpetua.
Enmascara otros problemas
Una de las principales motivaciones que tenemos para practicar deporte es vernos mejor en el espejo. A los que les sobran unos kilos, les ayuda a disminuir su grasa corporal; a los que quieren conservar su figura, les permite mantener su musculatura en buena forma.
El deporte por obligación mina por sí mismo los beneficios que reporta su práctica moderada.
Pero, en cualquier caso, hemos de prestar atención a las señales que nos va mandando nuestro cuerpo. Si el día que no puedes hacer ejercicio por falta de tiempo, energía o ganas te sientes mal, además de síndrome de abstinencia, tu mente no está en armonía. Cuando dependes de algo para estar bien, pueden ocurrir dos cosas. O ese algo no te está proporcionando lo que realmente deseas o existe algún otro factor o hecho que está enmascarado.
Por ejemplo, es muy frecuente forzarnos a hacer deporte porque así nos liberamos de los problemas. Pero nada más lejos de la realidad: tus conflictos continúan ahí después e independientemente del número de horas que hayas dedicado a hacer ejercicio. No podrás solucionarnos evadiéndolos, huyendo o refugiándote en otras actividades. Por eso, cuando dejas ese día de hacerlo, la ansiedad que llevas intentando camuflar sale a flote.
Cambios de humor
El deporte es una excelente manera de generar endorfinas de forma natural. Estos péptidos opioides amortiguan el dolor y nos generan una sensación de profundo bienestar. Por tanto, el deporte nos sirve para mantener el buen humor, reducir la tristeza y reforzar nuestro sistema inmunológico.
Pero cuando sufrimos esa fuerte sensación de dependencia notamos irascibilidad, irritabilidad, nerviosismo y ansiedad. Con ello, sufrimos una verdadera paradoja: el deporte practicado de manera asidua nos hace felices, pero a partir de un punto es el sufrimiento el que toma el protagonismo.
Cambio de prioridades
Normalmente, las personas que pasan muchas horas al día en el gimnasio lo hacen a costa de robarle tiempo a otras aficiones, amistades y actividades. Algo muy característico de personas en esta situación es que su círculo de relaciones personales es cada vez más reducido. Y, además, suelen obsesionarse también con la nutrición.
De ahí que cada vez sean menos las ocasiones en las que salen a comer o cenar con sus amigos. No se permiten desconectar un día, porque tienen la sensación de que si lo hacen perderán todo lo que “han ganado”. Hacer deporte por obligación, en estos casos, les sumerge en una rutina que les termina haciendo prisioneros.
¿Qué pasa con los niños?
Es muy saludable acostumbrar a los más pequeños a realizar actividades de ocio relacionadas con el deporte. Con ello, van mejorando sus habilidades y destrezas sociales y motoras y enriquecen su repertorio de valores y conductas autónomas. En este sentido, apuntar a tu hijo a clases extraescolares puede aumentar su estimulación sensorial y polimodal, contribuyendo con ello a que tenga un desarrollo más completo e integral.
Sin embargo, si la actividad física que va a realizar no le satisface, se irá convirtiendo poco a poco en una carga emocional que seguramente terminará afectando negativamente a otros ámbitos de su vida.
Con frecuencia se tiende a pensar que a todos los niños les gusta el fútbol. Y que, por tanto, es bueno que los fines de semana jueguen partidos de liga con sus compañeros. Pero, antes de tomar decisiones por él, es conveniente que observes a tu hijo: sus habilidades, su coordinación visomotriz, sus aficiones… Y dejarle que exprese cómo se siente cuando juega en equipo y, en concreto, si es feliz practicando ese deporte.
Recuerda, el deporte es algo positivo y muy saludable, puedes practicar gran variedad de ellos de manera individual o en equipo. Pero es importante que no domine tu vida o marque tus relaciones con los demás, sino que sea una herramienta a disposición de tu felicidad en el día a día.