Hay épocas para hacer preguntas y épocas para hallar respuestas
¿Por qué razón es todo tan difícil? ¿Por qué me siento tan solo a pesar de tener pareja? ¿Cuál es el auténtico sentido de esta vida? ¿Por qué doy tanto a los demás y tan poco a mí mismo? Hay épocas para hacer preguntas, momentos en los que el corazón late lleno de dudas e incertidumbres. Afortunadamente, también llegan esas etapas en las que, de pronto, hallamos las respuestas a todas esas cuestiones y avanzamos.
Decía Albert Einstein que “nada es tan importante como cuestionarnos”. Es más, a menudo, formular preguntas es casi más decisivo que hallar soluciones. Al fin y al cabo, quien se atreve a dudar de las cosas, a sondearse a sí mismo a través de profundas y originales cuestiones, demuestra esa capacidad de reflexión con la que hallar nuevas perspectivas a las cosas y sus realidades.
Ante cada pregunta propuesta en algún momento de nuestra vida lo que buscamos sobre todo es dar significado a lo que nos sucede. Autoexplorarnos es un principio de autocuidado, es tomar contacto con nuestras necesidades presentes, sean personales, emocionales o existenciales, para desatar nudos, higienizar espacios psicológicos.
Asimismo, hay algo evidente: a medida que maduramos y avanzamos en el viaje de la vida, las preguntas que nos planteamos cambian y suelen volverse más complejas y profundas. Todo ello es resultado también de lo que Erik H. Erikson definió en su día como etapas psicosociales, ciclos acordes a nuestro desarrollo en los que surgen nuevas dudas, nuevos desafíos y necesidades personales.
Profundicemos un poco más en este tema.
Hay épocas para hacer preguntas y momentos en que de pronto todo adquiere sentido
Desde el ámbito de la psicología sabemos que el ser humano suele pasar por esas fases en las que necesita hacer balance. Son esos puntos de inflexión que pueden surgir a lo largo de nuestras transiciones: adolescencia, primera juventud, madurez… Sin embargo, la necesidad de hacer preguntas sobre nosotros mismos y la propia vida puede aparecer a raíz de muchas otras circunstancias.
Factores como romper una relación afectiva, perder a alguien cercano, dejar el trabajo o incluso transitar por un contexto de crisis social nos obligan a ese ejercicio de necesitada introspección. Nos convertimos casi en astronautas en medio de un planeta extraño formulándose cuestiones para intentar comprender lo que le rodea y, sobre todo, para hallar un sentido.
Ahora bien, pasar por estas épocas es muy positivo y hasta necesario. Es como hacer un alto en camino para tomar perspectiva y calibrar nuestra brújula personal con el fin de saber hacia dónde queremos ir. Porque quien no se hace preguntas no halla respuestas, quien no se pone en duda a sí mismo en alguna ocasión es que se cree infalible en el devenir de la vida y eso no suele salir bien.
Hacer preguntas para encontrar significados
Si hay algo que necesitamos es hallar un sentido a lo que nos rodea. Se cuenta, por ejemplo, que cuando León Tolstoi cumplió 50 años entró en una profunda crisis existencial. Lo había logrado todo, había publicado ya sus obras más conocidas, tenía éxito, buena posición social, familia, hijos… Y aún así, no era feliz.
De hecho, el personaje de Pierre Bezukhov de Guerra y Paz era poco más que su propio espejo, el reflejo de ese vacío personal y espiritual que él mismo experimentaba y que, en algún momento, le hizo desear el suicidio. Finalmente, llegó otra época en la que halló respuestas a todas sus preguntas vitales. Encontró un sentido y un propósito. Para él fue el naturismo. Vivir una vida sencilla, humilde, conectada a la naturaleza, respetando a los animales y ayudando a los pobres.
Cuando las personas logramos darle un significado a nuestra existencia, todo cambia. Esto mismo es lo que nos explica un estudio publicado hace muy poco desde la Universidad de Harvad. Algo que se aprecia a nivel terapéutico es cómo muchos pacientes que evidencian ansiedad o depresión reducen su sufrimiento cuando logran dar con un nuevo propósito de vida. Algo así infunde esperanzas y despierta la motivación hacia el cambio.
Aspiramos a encontrar la coherencia
Señalaba Carl Rogers, célebre psicólogo que asentó las bases del desarrollo personal, que la verdadera felicidad está en aceptarse a uno mismo y en entrar en contacto con nosotros mismos. Hacer preguntas, cuestionarnos, reflexionar sobre en qué momento estamos, qué queremos, qué nos falta o qué nos duele nos permite dar forma a valiosas revoluciones para sanar y crecer.
Esa revolución interna se consigue mediante un proceso complejo, pero maravilloso a la vez. No es otro que el de encontrar «coherencia». Hay que ser coherentes cognitiva y emocionalmente (“mis emociones y pensamientos se orientan hacia un objetivo deseado, hacia una meta que me motiva y la cual, he clarificado después de un proceso de introspección”).
Asimismo, la coherencia entre la conducta y los valores también es importante porque cada cosa que hacemos está conectada a los pensamientos y las emociones.
Nada desafina y todo es armonía porque al final ha llegado esa etapa en la que encontramos respuestas a las preguntas. Por lo tanto, tengámoslo presente, solo los que se cuestionan a sí mismos y a lo que les rodea, cambian el mundo. Practiquemos este sano ejercicio para abrirnos camino en felicidad y bienestar.
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- Hanson, J.A. and VanderWeele, T.J. (2020). The Comprehensive Measure of Meaning: psychological and philosophical foundations. In: M. Lee, L.D. Kubzansky, and T.J. VanderWeele (Eds.). Measuring Well-Being: Interdisciplinary Perspectives from the Social Sciences and the Humanities. Oxford University Press, forthcoming.