He cambiado, ahora doy a cada persona el valor que merece
Casi siempre y por fortuna, las experiencias que vivimos nos cambian, nos ayudan a restablecer nuestras prioridades y nuestros conceptos, así como a “darnos cuenta”, a no dejar que nos pisen, que se aprovechen de nuestras ideas o que nos hagan sentir pequeños. En definitiva, nos ofrecen la posibilidad de otorgar a cada persona el valor que se merece.
Priorizar y darle a cada persona la posición que le corresponde en nuestra vida significa construir, hacer sólidos los cimientos de nuestra autoestima, fortalecer el concepto que tenemos de nosotros mismos y conseguir discernir qué es positivo y qué es negativo para nosotros.
Para hacer esto debemos asumir que no todo el mundo debe tener voz y voto en nuestra vida. La confianza y la prioridad son dos privilegios que “se ganan” y “se construyen”, por lo que es de ley que nos reservemos el privilegio de aceptar que alguien tenga peso en nuestro día a día.
Madurar es sinónimo crecer y priorizar
Con el paso del tiempo nos hacemos expertos en “darnos cuenta” de lo que en realidad nos interesa. Hablamos de vínculos sanos e insanos, de personas que nos enriquecen y personas que nos dañan, de costumbres y de expectativas, etc.
Nos obsesionamos por agradar a todo el mundo y porque todo el mundo nos agrade, lo cual nos acaba generando la sensación de que estamos rodeados por cantidad más que por calidad. Habitualmente esto cambia con el tiempo y bien sea por los años o por los daños, comenzamos a darle prioridad a quienes consideramos importantes en nuestra vida.
No se trata de perdonar errores o de no hacerlo, tampoco se trata de intentar estar libres de decepciones o de buscar brazos que nos protejan de los rechazos, del abandono o de los bandazos que damos en nuestro viaje.
No es cuestión de tener amigos eternos o parejas para toda la vida. No es cuestión de querer alcanzar la perfección en una persona. Se trata más bien de reconciliar nuestras prioridades haciéndonos conscientes de nuestros afectos y enriqueciendo nuestro bagaje relacional.
No vivas de las apariencias, siempre cambian
La necesidad de aparentar se hace patente en la consideración que hacemos de nuestras relaciones a través de las redes sociales. También por no alejarnos de aquello que no nos agrada o que prioriza otro bienestar que no es el nuestro.
En este sentido, para dejar ir y HACER MARCHAR a aquellas personas que no nos hace bien primero tenemos que dejar de albergar la idea de que el dolor emocional es una parte inherente a nuestras relaciones.
Las personas que tienen valor en nuestra vida las elegimos nosotros, así como la prioridad que les damos. Las etapas por las que pasamos determinan de manera peligrosa las máscaras que nos ponemos y las máscaras que los demás se ponen. Por eso, para desenmascarar egoísmos y falsas compañías, debemos primero enjuagar nuestros ojos y darnos cuenta del suicido que supone pretender ser como los demás esperan y ansían que seamos.
La importancia de conocerse y dar valor a nuestras inquietudes
Cada uno somos como somos y el abanico de cualidades que nos caracterizan debe pertenecernos, no responder a las imposiciones, prioridades e intereses que los demás manifiestan sobre nosotros. Es difícil hacer este autoexamen, pero no debe asustarnos.
Para conseguir este tipo de libertad tenemos que examinar nuestro pasado y nuestro presente emocional, valorar qué tipo de prioridades vamos acumulando y a qué (y a quienes) corresponden. Esto es importante a la hora de limpiar la suciedad que habita en nuestra vida.
Habitualmente no le damos importancia a esto y dejamos que se acumule el dolor de “aquellas concesiones” que ofrecimos a costa de nuestra identidad. No reflexionamos sobre eso y eso, sin duda, nos hace sentirnos en la necesidad de escapar de nosotros mismos.
Pero esto es un sinsentido, pues es como si un alérgico metiese debajo de la alfombra todo el polvo de la casa pensando que así no le afectará a su salud y que no le dificultará algo tan vital como la respiración. Visto así no cabe duda de que aquellas cuestiones y personas que resultan negativas para nosotros se acaban adueñando de nuestro presente.
Esto resta espacio a lo positivo y duele. Duele mucho. Por eso, cuando has aprendido lo suficiente del dolor de otorgar prioridades inadecuadas, miras a tu interior, te sanas y subes un escalón más. Un escalón desde el que gritas: ¡¡Basta!! No daré a los demás el valor que no se merecen.