House of Gucci: celos, ostentación y tópicos
En ocasiones, la realidad puede resultar mucho más rocambolesca y grotesca que la propia ficción. Por ello, no es de extrañar que los cineastas, a lo largo de la historia, hayan decidido adoptar un sinfín de títulos “basados en hechos reales”. Uno de los últimos ejemplos de ello lo encontramos en el último largometraje de Ridley Scott: House of Gucci.
No hace falta ser un seguidor de las pasarelas para reconocer a la firma italiana, aunque quizás la historia familiar que se encuentra tras el nombre pueda sorprender a más de uno, especialmente, al público más joven.
Gucci no es un nombre que pasa desapercibido, es un nombre que asociamos con lujo y alta costura, pero es probable que también nos traiga a la cabeza las infinitas falsificaciones que reposan sobre una sociedad basada en las apariencias.
Y es, precisamente, en las apariencias donde vamos a poner el foco. Porque House of Gucci no es un bolso de alta costura, sino la falsificación perfecta. Ese ejemplar idéntico al original que observamos con una mezcla de gusto y recelo; no tiene la pureza del original, pero apenas podemos diferenciarlo.
Scott nos presenta una historia trágica convertida en comedia, nos descubre los entresijos de una de las familias más importantes de la Italia del momento, pero su mirada, lejos de ser un reflejo, se torna distorsionada y ridícula. ¿Eran realmente así los Gucci?
Entre la realidad y el costumbrismo
Lo peliagudo del “basado en hechos reales” es que, pese a lo que pueda parecer, puede diferir mucho de la realidad. Un cineasta puede inspirarse total o parcialmente en un hecho real y adaptar la obra a su antojo, con más o menos modificaciones, con más o menos licencias.
En el caso de House of Gucci, nos encontramos con un Ridley Scott que se esfuerza enormemente en la puesta en escena, pero que se pierde con los personajes. Con un Scott que, lejos del realismo, abraza el costumbrismo. El costumbrismo, pese a las similitudes que pueda guardar con el realismo, pone su foco en los hábitos y el folclore de un momento concreto sin prestar demasiada atención a los detalles. Vendría a ser, grosso modo, como una fotografía, un espejo que dibuja la realidad, pero tan solo se queda en la imagen, sin ir más allá.
Por su parte, el realismo se encargará de analizar el trasfondo de esa imagen, de comprender las motivaciones detrás de los actos y movimientos de sus personajes. Retomando el símil que hacíamos al principio, el costumbrismo sería ese bolso de Gucci que, de primeras, nos gusta y nos parece original, pero al prestar atención a los detalles y a las costuras, nos damos cuenta de que se trata de una falsificación.
House of Gucci nos dibuja una época reconocible a través de escenarios y vestuarios, sabemos el tiempo y el lugar. Incluso el estatus de los personajes, pues no vemos a la misma Patrizia cuando trabaja con su padre que cuando se convierte en la mujer del heredero del imperio de la moda.
¿Cae House of Gucci en el costumbrismo de forma intencionada? Es probable que el cineasta haya decidido no profundizar demasiado en la trágica historia y haya tratado de buscar una forma más cómica, incluso grotesca, de narrar los acontecimientos.
Esta intencionalidad desvergonzada la vemos en algunas escenas que causan la risa en el espectador como, por ejemplo, los encuentros sexuales de la pareja protagonista o la infinidad de estereotipos italianos que encontramos a lo largo del filme.
Las pasiones
El tema central del largometraje, sin duda, recae sobre las pasiones y, más concretamente, sobre el personaje de Patrizia Reggiani. Lady Gaga vuelve a demostrar que lo suyo no solo es la música y que su talento va más allá de los micrófonos y los escenarios. Su interpretación de Reggiani es de lo más destacable del filme y, probablemente, si no fuera por ella, la película se tornaría completamente aburrida.
La primera parte del largometraje, Scott nos presenta los orígenes de Patrizia y su primer encuentro con el que se convertiría en su futuro marido: Maurizio Gucci. Scott se encarga de mostrarnos el contraste entre ambas familias, costumbres y culturas incluso remarcando la ignorancia de Patrizia al confundir a Klimt con Picasso.
Una historia de cuento de hadas con tintes telenovelescos a la más vieja usanza: chico de familia poderosa conoce a chica de clase media; se enamoran, la familia de él se opone, pero el amor todo lo puede.
Sin embargo, esta princesa se nos presenta desde el comienzo como una mujer de armas tomar -nunca mejor dicho-, como una mujer que hará lo que sea por conseguir al hombre que ama, aunque ello conlleve para él renunciar a la suculenta herencia familiar.
Aunque cabe destacar que también nos invita a empatizar con ella y a verla como un personaje más cercano, al fin y al cabo, es la única que no proviene de la élite y, por tanto, es más cercana al espectador.
Resulta especialmente interesante el desarrollo de su relación con Pina, una adivina con la que entabla una especial amistad. De alguna manera, Scott nos muestra Patrizia como una mujer puramente pasional, aunque también controladora y con grandes aspiraciones.
Gracias al personaje de Pina, interpretado por Salma Hayek, podemos descubrir los verdaderos pensamientos y sentimientos del personaje; conocemos a la verdadera Patrizia y el trágico desenlace que ambas planean para Maurizio.
Sin embargo, en House of Gucci, no hay ni malos ni buenos. Sería muy fácil apuntar a un único culpable y no hay duda de que Patrizia fue quien planificó la muerte de su entonces exmarido, pero bien es cierto que el clan familiar se presenta de forma bastante caricaturesca, cuasi patética en personajes como Paolo Gucci, interpretado por un irreconocible Jared Leto. Una familia marcada por la ambición que terminará desmoronándose por los caprichos de los más jóvenes del clan.
La corrupción campa a sus anchas en el imperio de la moda, ninguno de los protagonistas está a salvo y todos ellos parecen dejarse llevar por las tentaciones y los excesos que el lujo y el poder ponen ante sus ojos.
Celos y tópicos en House of Gucci
Los celos enmarcarán este relato que, entre lo trágico y lo cómico, terminarán por trazar la peor de las tragedias. Es interesante porque Scott parece que no se toma demasiado en serio a su película ni a sus personajes; se deja llevar, como ellos, por los excesos y la ostentación. Y, sin embargo, aunque a veces nos resulta poco creíble, House of Gucci logra mantenernos enganchados porque todos terminamos sucumbiendo a ese placer culpable.
Placer culpable porque no cabe duda de que estamos viendo una caricatura. Pese a los excesos y a lo costoso de la película, nos encontramos ante una historia que podríamos haber encontrado en la más sobreactuada de las telenovelas.
Aunque nada más lejos de la realidad, House of Gucci hunde sus raíces en una trágica historia que pertenece a un pasado no tan lejano. Una historia que, motivada por los celos, la ambición y las pasiones, terminó por destruir un imperio y cobrarse una vida; inocente o no, pero una vida humana al fin y al cabo.
Scott no propone un mar de lágrimas, no dibuja la muerte de Gucci de forma triste como lo han hecho con otros diseñadores como Gianni Versace. Aquí, todos son culpables, todos y cada uno de los miembros de esta familia parecen haber contribuido, directa o indirectamente, a este trágico final que, sin embargo, no nos pesa demasiado como espectadores.
Quizás los tópicos no ayudan a que creamos en la historia, pero sin duda la hacen divertida. Si ves la película en inglés, es más que probable que ese acento italiano impostado te haga desconectar. Quizás, rodar la película en inglés habría sido más acertado, pues todos podemos imaginar que los Gucci hablaban italiano, pero no un inglés con un marcado acento.
Es probable que Scott quisiera hacer una película entretenida, pero el “basado en hechos reales” produce una serie de expectativas en el espectador y, tal vez, ahí esté el problema.
No, los italianos no tomamos espresso a todas horas. Es más, podríamos decir que el espresso es todo un arte, un ritual. De hecho, es poco probable que un italiano tome un espresso con tanta calma porque, como su propio nombre indica, se toma de forma rápida, como un chupito, un simple “chute” de cafeína.
Aún así, pese a su torpeza en ocasiones, House of Gucci termina por convertirse en ese bolso de imitación que lucimos con alegría. Porque quizás no podemos permitirnos el original, pero podemos disfrutar y entretenernos con su copia.