La infidelidad como venganza, una estrategia desacertada
Utilizar la infidelidad como venganza es un recurso habitual en las relaciones de pareja. También un impulso irracional para castigar al otro. El problema es que esta conducta deriva casi siempre en arrepentimiento, puesto que, lejos de resolver algo, aboca la situación al caos y al sufrimiento sin sentido. La herida se infecta mucho más, creando distancias a menudo insalvables.
¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué ante un problema, en ocasiones, lo intensificamos mucho más en lugar de abordarlo? El origen está en esa delicada capa de piel psicológica que son nuestras emociones. Cuando nuestra pareja nos traiciona, el dolor es tan intenso que lo que se busca es infligir en el otro el mismo castigo.
Se busca darle de comer el mismo veneno que nosotros mismos hemos ingerido. “Ojo por ojo, corazón por corazón”. Carl Jung señalaba que tras el impulso de venganza está nuestra sombra. Es decir, ese lado más oscuro de nuestra personalidad que deriva en rasgos y actitudes que debemos comprender y desactivar para alcanzar la madurez. Un camino dificultoso que no todo el mundo alcanza.
“Nunca te van a cambiar por algo mejor, sino por algo más fácil”.
-Paulo Coelho-
La infidelidad como venganza, un impulso muy antiguo en el ser humano
La infidelidad es una experiencia que aparece con frecuencia en relaciones de pareja monógamas. La razón de por qué se deriva en estos actos es tan diversa como impredecible. A veces puede haber un enamoramiento real por una tercera persona. En otros casos, es simple atracción y deseo sexual. También está el desamor, la búsqueda de sensaciones nuevas, de reforzar la autoestima y, por supuesto, la búsqueda de venganza.
“¿Si él/ella me ha traicionado, por qué no hacerlo yo también?”. Un pensamiento que, al principio, parece de lo más absurdo, se materializa después en un mecanismo legítimo para expresar la ira. La infidelidad como venganza es un impulso irracional e inconsciente que pretende dos cosas.
La primera es evidente: se busca que el otro sufra el mismo daño que uno mismo ha experimentado en propia piel. La otra finalidad es lograr un cambio, que se produzca un arrepentimiento tras tomar conciencia de lo que se ha hecho.
Ahora bien, tras estos comportamientos no siempre se logra ni una cosa ni aún menos la otra. El resultado no es otro que incrementar el agravio, lograr que tras un golpe haya un contragolpe más intenso para originar, así, una situación aún más problemática.
El deseo de hacer daño: despertar la empatía en el otro y recuperar la dignidad
Puede parecer rocambolesco. Absurdo y del todo irracional. Sin embargo, la infidelidad como venganza espera también despertar la empatía en la otra persona. Una investigación de la Universidad de Calgary hablar sobre esta experiencia entre la comunidad universitaria.
El deseo de tomar represalias cuando se sufre la traición de la pareja está guiado no solo para provocar un cambio. También se espera que cuando la otra persona sufra el dolor de la infidelidad, que se dé cuenta de lo que ha hecho y padezca también por el sufrimiento generado. Como podemos deducir, son las emociones y no la razón, las que guían e impulsan este tipo de comportamientos.
Ahora bien, también suele aparecer otra motivación: el deseo de poder y de restaurar la dignidad. Cuando uno ha sido “lesionado emocionalmente”, es común que viva esa experiencia como una humillación. Devolverla del mismo modo -mediante una infidelidad- es un modo de recuperar poder en la relación, de imponerse.
La infidelidad es una de las experiencias más difíciles por las que puede pasar una relación. Recurrir a la venganza y traicionar también a la otra persona lo que logra muchas veces es romper para siempre la confianza en ese vínculo.
¿Cuáles son las consecuencias de usar la infidelidad como venganza?
Una infidelidad es un atentado contra la confianza. Utilizar este mismo comportamiento como mecanismo de venganza, aniquila aún más la relación y la llena de sinsentidos, rencores e inmadureces. Las consecuencias son múltiples:
- Querer hacer daño al otro tras sufrir una infidelidad no resuelve la situación: la puede hacer irreparable.
- Es una forma de autolesión emocional, porque lo que lograremos también es hacernos daño a nosotros mismos. El arrepentimiento tras ese encuentro sexual puede ser inmenso.
- Si había algún tipo de esperanza por salvar la relación, la retrasaremos tras esa respuesta.
- Es muy complicado recuperar la confianza en una relación en la que los dos integrantes han cometido infidelidad.
Asimismo, y no menos importante, debemos incidir en el aspecto del propio bienestar mental. La Universidad de Montana dispone de un trabajo de investigación en el que profundizó en los efectos de usar la infidelidad como venganza. La gran mayoría de los encuestados decían sentir remordimientos y ansiedad tras haber recurrido a esta opción.
¿Qué hacer entonces tras el engaño de nuestra pareja?
Si vale la pena salvar una relación, hacer trampa para vengarnos no es una buena elección. Como bien señalaba Carl Jung, el impulso de venganza no hace más que alimentar lo peor de nosotros mismos, esa sombra que siempre trae malestar e infelicidad. Es evidente que una traición duele y que el cerebro siente a menudo el deseo de hacerle al otro lo mismo que nos ha hecho a nosotros.
Sin embargo, esa reacción no resuelve nada, solo incrementa el dolor y reduce la propia dignidad a añicos. No es lo adecuado. En estos casos es necesario recurrir a la honestidad y expresar a nuestra pareja cómo nos sentimos por su comportamiento. El diálogo es el nutriente esencial en todo problema relacional, es lo que nos permite comprender y llegar a una serie de acuerdos o soluciones.
Es posible que no podamos perdonar ese agravio, esa traición. Es una opción lícita. No obstante, cabe la posibilidad de que comprendamos qué ha llevado a la otra persona a esa conducta y decidamos darle una nueva oportunidad. También es lícito y comprensible. Recurrir a la venganza como respuesta, nunca será ni respetable ni beneficioso para nadie.
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