La crítica y el criticón
Criticar algo o a alguien supone, de entrada, ubicarse en una posición de superioridad. Solo quien detenta un poder, un conocimiento o un criterio mayor, puede evaluar y calificar. Un criticón hace eso todo el tiempo: juzgar a los demás, pretendiendo que su opinión, en verdad los va a degradar.
Del crítico al criticón hay un abismo. El que hace una crítica seria se sabe y se certifica como experto para hacerla. Evalúa tanto los aspectos negativos, como los positivos de aquello que está analizando. Lo anima un afán de mejora y por eso está despojado de ira al formular los resultados de su evaluación.
En cambio, el criticón lo que quiere es, simplemente, descalificar a los demás sin otra intención que la de desacreditarlos. Es más, según el planteamiento de Bernardo Stamateas en su libro “Gente tóxica”, el hábito de descalificar puede considerarse contagioso ya que las personas que han sido descalificadas sistemáticamente en su vida son las más propensas a adoptar esta actitud con los demás.
“La crítica es la fuerza del impotente.”
-Alphonse de Lamartine-
Crítica y proyección
El psicoanálisis estableció la existencia de un mecanismo de defensa que denomina “proyección”. Consiste en un ejercicio inconsciente, a través del cual una persona les adjudica a otros sus propias virtudes, defectos y necesidades. Es como si tú te vieras al espejo y pensaras que quien se refleja ahí es otro.
La proyección se manifiesta cuando, por ejemplo, pensamos que le caemos mal a una persona, cuando en realidad somos nosotros quienes no la aceptamos. O cuando le gritamos a alguien que no nos grite. O en las situaciones en las que le damos a otra persona un consejo que no nos ha pedido; asumimos que necesita de ese consejo, cuando en realidad quienes lo necesitamos somos nosotros.
En el caso de los criticones, la proyección estriba en que tienen una opinión negativa de sí mismos. Y cualquier asomo de sus propios rasgos en otros desata la crítica inmediatamente. En el fondo, quieren probar que los demás son tan malos como ellos mismos. Que nadie es mejor.
Ver los defectos o las equivocaciones de los demás con lente de aumento les genera una gratificación; es una manera de eludir sus propios defectos y equivocaciones, escudándose en el prejuicio de que los demás son iguales o peores.
Como se dijo, se trata de un mecanismo de defensa que es inconsciente. De defensa, porque permite preservar una idea del propio yo. E inconsciente, porque no es una conducta deliberada o calculada. Nace como espontáneamente, aunque se repita sin cesar.
Los efectos de ser criticón
Un criticón está atrapado en una realidad muy triste. Su constante descalificación de los demás le crea la idea de vivir en un mundo insoportable. Aunque haya cierta satisfacción al ejercer sus críticas, se trata de una gratificación pobre y demasiado pasajera. La mayor parte del tiempo van a experimentar una profunda inconformidad.
El criticón tiene fuertes rasgos de paranoia y de melancolía. Es más que probable que haya crecido en un medio en donde se le juzgó de manera injusta. Seguramente se le señalaron sus defectos constantemente y se le hizo pensar que “no hacía nada bien”, que su valor como persona era relativo.
En un criticón hay un niño sojuzgado y triste que sigue encadenado a una infancia desdichada.
La crítica desmedida hacia los demás impide las buenas relaciones, pero sobretodo impide confiar, ser espontáneo, alimentar los lazos de intimidad. Por eso el criticón es también un gran solitario, que pasa el tiempo entre la tristeza y el enojo.
Y aunque haya razones de peso para que el criticón sea como es, lo cierto es que su comportamiento es dañino para los demás. Genera atmósferas pesadas y puede llegar a herir a los otros con sus palabras, o sus acciones.
También promueve un ambiente grupal poco sano que, más temprano que tarde, conduce al conflicto. En realidad, necesita ayuda para reconciliarse consigo mismo. Y debe buscarla.
Imagen cortesía de Jiuck.