La culpa en el duelo
Todos afrontamos procesos de duelo. Más o menos intensos. Cada día del calendario ganamos y perdemos. A veces, la ecuación recoge circunstancias, objetos o personas que tienen un peso significativo en nuestra vida. Sin embargo, a estas despedidas, ya de por sí complicadas por el dolor que causa el reconocimiento de lo que no volverá, hay que sumarles la culpa o el resentimiento. Así, en este artículo queremos centrarnos en la primera: cómo afecta la culpa en el duelo.
Así, una emoción potencialmente destructiva se mezcla en algunos casos con el dolor de la pérdida. Cuando esto sucede, la despedida no se puede producir, el relato del pasado se puede llenar de tachones y el futuro llenarse de amargura. Por eso, la culpa en el duelo puede jugar un papel tan importante.
El contexto social y religioso
Recordemos que durante siglos, en el mundo occidental, la religión ha tenido un peso significativo. Una fe que no solo ha afectado a las cuestiones más mundanas, como la práctica de determinados ritos, sino que también ha proyectado una visión del mundo muy particular.
Ha extendido esta vida a otra, eterna, ha señalado la existencia de un Dios todopoderoso que nos mira y espera de nosotros que nos comportemos de una determinada manera, recogida en las sagradas escrituras e interpretadas por aquellos habilitados para apostolar.
Por otro lado, esta visión religiosa ha marcado en buena medida la política, influyendo en programas y medidas que de otra manera quizás no se habría tomado o mantenido tanto tiempo.
Así, pese a que filósofos como Nietzsche ya nos advirtieron de los peligros de la doctrina, la religión se mantiene en la esfera actual, y más si cabe cuando hablamos de despedidas. Así, quizás muchos ya hayamos dejado a un lado la religión para la mayoría de cuestiones, pero no para cuando tenemos que gestionar la pérdida de quien ya no está.
Este es un anclaje positivo, ya que prácticamente ninguna religión desvincula a la vida y la posvida. Ninguna habla de otra esfera o vida con la que los canales de comunicación siguen cerrados. En este sentido, al igual que es posible o factible el perdón de la deidad también lo es el de la persona que ya no está en el mundo sensible. De hecho, en las grandes catástrofes o atentados se ha visto que la religión es un factor protector de la salud mental. En esos momentos, sea más o menos realista el sentido que le dé la persona a la pérdida, ya es un gran paso poder otorgarle uno.
Mientras la persona piense que siguen funcionando unas normas, será más complicado que se deje dominar por el caos o que no encuentre un resquicio de consuelo para su dolor. Así, los rituales de despedida son un buen colchón para el sufrimiento, pero también una oportunidad para la redención, la comunicación y la despedida, incluso para construir un relato compartido.
La culpa en el duelo: el daño que no reparamos
Al hablar de la culpa en el proceso de duelo, nos encontramos con dos vertientes. Una es la pre y otra la pos pérdida.
En la pre suelen conjugarse elementos reales. Un ejemplo sería el pesar por no haber cuidado más a la persona que ya no está, por no haberle prestado más atención, no haber accedido a sus deseos o incluso por haber tomado ciertas decisiones por ella cuando no estaba habilitada para hacerlo.
La oportunidad de volver al pasado y cambiarlo no existe. Aquí aparece la tentación de recrear uno distinto una y otra vez en nuestra mente. Como si corrigiéndolo de manera repetida, pudiéramos reescribirlo alguna vez de verdad. Esta costumbre mental tiene un precio en dolor, aunque solo sea la frustración que genera no poder trascender los límites de nuestra propia naturaleza.
Las despedidas importantes también suelen provocar terremotos importantes. Episodios del pasado que creíamos haber dejado atrás pueden volver y asaltarnos. Lo que no dijimos, lo que sí dijimos y nunca hablamos. La atención se concentra en las vivencias compartidas, igual después de mucho tiempo de no hacerlo. De ahí que puedan aparecer estos fantasmas.
La culpa en el duelo: emociones que nos confunden
La segunda vertiente tiene que ver con los deseos no soportados. Hay enfermos crónicos que necesitan de muchos cuidados. Consumen dinero, tiempo, energía, recursos… En muchos casos, llegan poco a poco a agotar al cuidador. Así, por mucho que sintamos la pérdida también puede conjugarse con una sensación de alivio que genere culpa.
Sentirnos así puede desconcertarnos. Incluso que nos replantemos si queríamos de verdad a la persona que se ha marchado. Por otro lado, es una sensación difícil de compartir con las personas que no han estado día a día con nosotros y se acercan a darnos consuelo.
Tenemos miedo a lo que pensarán si nos abrimos en un diálogo que vaya en esta dirección. Necesitamos comprensión, normalización, pero tememos encontrarnos con todo lo contrario.
En estos casos, el hecho de haber compartido el peso del desgaste que produce día a día el cuidado con otra persona y hablar con ella de cómo nos sentimos puede ayudarnos. En caso de no ser así, la ayuda de un profesional puede ser muy oportuna. Después de hacer la correspondiente evaluación, nos facilitará herramientas para entender que lo que estamos sintiendo es perfectamente compatible con el dolor por la pérdida y con un profundo amor por la persona que se ha marchado.