La danza emocional, un hermoso baile con las personas que llevamos en la piel

La danza emocional, un hermoso baile con las personas que llevamos en la piel
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Raquel Aldana

Última actualización: 08 septiembre, 2019

Ser feliz al lado de alguien se traduce en que el tiempo se para aunque las manecillas del reloj sigan su curso. No significa que no haya días malos o días buenos, sino que más bien estamos hablando de que los ratos junto a esas personas nos ayudan a recargar la batería de energía vital.

La envoltura de la que se recubren sus abrazos tiene un nombre dulce y el corazón late con ternura cuando pensamos en momentos compartidos. Hay personas a las que llevamos en la piel y en el corazón. Son conexiones que nos anclan a la vida y que nos hacen sentir realmente vivos, queridos e imprescindibles.

Rodearnos de personas que son puntos cardinales contribuye a potenciar nuestra empatía, un tipo de sensibilidad que posibilita la comprensión de nuestros estados internos y de los ajenos, así como de la realidad que nos acompaña. No obstante, la empatía comienza a desarrollarse de manera individual para posteriormente dar lugar a una danza compartida. Veamos esto con detenimiento…

La empatía se desarrolla en primera persona

La empatía de la que comúnmente hablamos comienza en la exigencia de uno mismo por conocerse, por tener conciencia de las propias emociones y por la búsqueda y consecución de la habilidad del autocontrol.

Esto quiere decir que, además de darnos cuenta de cuáles son las emociones que están presentes en nosotros en una determinada situación, tenemos que evitar que nos desborden. Si queremos empatizar con los demás no podemos estar invadidos por nuestros estados anímicos.

El célebre psiquiatra psicoanalista Sigmund Freud afirmó que “los seres humanos no pueden mantener un secreto porque, aun en el caso de que sus labios permanezcan sellados, hablan con la punta de los dedos y la traición se asoma a través de cada uno de sus poros”.

Ser capaz de identificar las señales emocionales que denotan lealtad y afecto sincero es un don que se desarrolla a partir de las experiencias sociales más significativas.

Así es que, tal y como apuntó Goleman, podemos entender la empatía como nuestro radar social. Este proceso de conexión con las vivencias internas de los demás nos permite no vivir nuestras relaciones de manera automática y evitar así los estereotipos.

Mujeres reunidas tomando café

El tango emocional biológico entre dos personas que empatizan

El proceso de conexión entre personas que se quieren fue estudiado por Robert Levenson, de la Universidad de California.  Las parejas que entraban en el laboratorio tenían que establecer dos tipos de conversaciones: una de tono neutro (¿qué tal el día?) y otra en la que hubiese algún tipo de discrepancia entre los pares.

Mientras, Levenson y su equipo extraían diferentes índices como el ritmo cardíaco o la expresión facial.  Cuando las parejas empatizaban con el sentir del otro, el cuerpo de uno imita al del otro, los ritmos cardíacos varían al unísono y las expresiones faciales establecen un tipo de danza sutil que enmarca la interacción.

Es decir que en situaciones de verdadera empatía se establece un tango emocional biológico que recibe el nombre de arrastre o “entrainment”. Esta sincronización es clave para tener éxito en nuestras relaciones.

Personas cantando

Es un regalo tener personas en las que apoyarnos día tras día, personas que nos comprenden y a las que comprendemos. Sin embargo, a la luz de lo expuesto anteriormente, no podemos olvidar que la empatía comienza con nosotros y con la exploración de nuestras emociones.

Danzar emocionalmente con otra persona es, sin duda, un punto de anclaje para todos nosotros. Esta sensación se establece en base a la memoria de nuestra piel, pues al final la epidermis es la capa más profunda de nuestro sustrato emocional. Si alguien se mueve en ella, esa persona llegó a nuestra vida para quedarse…


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