La emoción más injustamente tratada: el asco
Hace una noche estupenda. Has ido a ese restaurante que te gusta tanto y has pedido tu plato favorito. Lo estás esperando hambrienta y con ganas hasta que finalmente llega. Empiezas a comer y, de repente, te percatas de que hay un bicho medio muerto, asqueroso y horrible en tu plato, y has estado a punto de comértelo. ¡Qué asco!
Una sensación desagradable pero sumamente protectora recorre tu ser: es el asco. En solo unos segundos has pasado de tener un hambre voraz a no querer volver a ese restaurante que te gustaba nunca más, y por supuesto a no querer cenar esa noche.
Como todas las emociones, el asco también tiene su función. Al igual que el miedo nos protege de diferentes estímulos peligrosos que pueden comprometer nuestra vida, el asco también es una emoción básica y universal necesaria para asegurar la supervivencia del organismo, ya que lo protege de la ingestión oral de sustancias y objetos peligrosos para el organismo o del contagio de enfermedades.
En este sentido, puede parecer que miedo y asco son emociones muy relacionadas… ¿Quién no ha visto una cucaracha en casa y ha sentido miedo y asco a la vez?, pero ciertamente son emociones diferenciadas.
¿Qué provoca el asco?
Se podría decir que el asco precede al miedo. Alberto Acosta (2007) destaca que el asco se produce por “haber tomado o estar demasiado cerca de un objeto o idea (hablando metafóricamente) indigestible”. Yo puedo sentir asco hacia un alimento en descomposición y sentiré miedo si finalmente lo ingiero y corro el riesgo de enfermar y morir. Gracias a esta emoción y a la evitación o repulsión que conlleva, será bastante más improbable que finalmente ingiera ese alimento en mal estado.
Es interesante señalar que cuando generamos ciertas emociones, se producen también respuestas a nivel cognitivo, a nivel fisiológico y a nivel conductual. Muchas veces, dependiendo de estas respuestas podemos concluir si estamos o no frente a un trastorno psicológico.
En el caso del asco que es el tema que nos ocupa, a nivel cognitivo se produce siempre una evaluación del estímulo como amenazante, contaminante o con capacidad de producirnos una enfermedad.
A nivel fisiológico podemos sentir náuseas, activación del sistema nervioso parasimpático, mareos…como una reacción natural del cuerpo a alejarse de ese estímulo. Por último, a nivel conductual llevamos a cabo claras conductas de repulsión, escape y expresiones faciales típicas y universales que nos sirven para comunicar nuestro desagrado.
También se ha comprobado como el asco, además de ser una emoción básica y común a todas las especies, en el ser humano tiene una particularidad, y es que ha sido una emoción “ampliada” por las influencias sociales y culturales. Por ello no es fácil superar las ideas tóxicas que se nos han asociado desde que somos pequeños con algunos alimentos. Es por esta razón por la que a algunas personas les cuesta adaptarse a las costumbres gastronómicas de otros países.
Por ejemplo, hay personas que sienten asco –o así lo expresan- cuando ven a dos individuos del mismo sexo haciendo el amor o personas que la primera vez que prueban el tabaco sienten asco, pero por ciertas influencias siguen consumiéndolo hasta hacerse adictos.
“En este último sentido, el asco podría considerarse una emoción derivada de la propia civilización cuyo cometido es la protección y preservación de los valores culturales del momento”.
-Miller (1997)-
Del asco a la fobia
Por último, y haciendo referencia a los trastornos psicológicos, se ha visto como la emoción exagerada de asco puede llevar a ciertas personas a padecer ciertas fobias específicas, sobre todo con animales considerados como repugnantes que asociamos con la suciedad (gusanos, cucarachas, arañas…).
Otra línea de investigación ha asociado esta emoción con el trastorno obsesivo compulsivo (TOC). La mitad de los pacientes con TOC son aquellos que experimentan una sensación sumamente desagradable cuando piensan que si tocan determinados objetos o están en determinadas situaciones se van a contaminar. Entonces necesitan llevar a cabo la compulsión de lavarse como una manera de evitar la enfermedad y asegurar la supervivencia.
Según estas investigaciones, es posible que muchos trastornos de ansiedad estén más relacionados con la emoción de asco que con la propia de ansiedad o miedo. Solo la ciencia nos ayudará a descubrirlo.
“Las vivencias de odio posiblemente se apoyan en el entramado biológico de la repugnancia”.
-Alberto Acosta-
Acosta (2007) señala que el asco también puede ser llevado a un nivel ideológico. Afirma que “la fortaleza de esta emoción aparece con frecuencia asociada a algunas construcciones culturales como son las ideologías“. De este modo, podemos entender mejor conductas racistas o xenófobas. También añade que “no es difícil enseñar y entrenar desde pequeños a los individuos para que consideren tóxica una idea, un ideario, una actitud, una raza o etnia, un modo de vivir, etc”.