La empatía es el hilo con el que se teje la terapia
Hemos oído hablar muchas veces acerca de la empatía, de su importancia en las relaciones sociales, de sus poderosos efectos en la comunicación con el otro, de la necesidad de incorporarla en nuestra vida como algo indispensable en ella. No obstante poco hemos oído hablar acerca del peso que ocupa esta en una relación psicoterapeútica y cómo sin ella el barco de la terapia se va a la deriva. Lejos de su lugar en el mundo, se desvía contra pronóstico.
La empatía del terapeuta hacia su paciente es tan necesaria y vital para su buen funcionamiento como lo es para nosotros el aire que respiramos. Es un bien del que no se puede prescindir.
En la terapia como en la vida las personas también están perdidas
Por supuesto que, aún estando en terapia, el paciente se siente muchas veces perdido. Siente que su vida va sin un rumbo fijo. Sin una luz bien potente y visible sobre la que pueda guiar sus pasos. Su viaje comienza a ser a tientas entre la oscuridad del camino y los pequeños destellos de luz que van apareciendo en sus cunetas.
El terapeuta no puede más que acompañar en ese camino. Ese camino que entre las circunstancias y su voluntad han elegido para aprender las lecciones de vida que le construirán como persona. Muchas veces se tiende a pensar que la labor de un psicólogo es desalojar a la persona de ese camino incierto en el que se halla: facilitarle la motivación para que se aleje de los momentos que precisamente tiene que vivir en beneficio de su propio crecimiento.
La vida a veces es incierta y esta es una realidad que hemos de asumir
Caminar por la vida de manera incierta es natural y humano. No deberíamos asustarnos por ello. La vida es como un torrente de agua que cambia de dirección, pero siempre va hacia delante. Es como esa corriente de agua que a veces se convierte en un débil riachuelo…pero que en cambio, otras veces tras una buena tormenta, recuperará la fuerza de tiempos pretéritos.
Incluso el camino que recorre un río es incierto. Su impulso y confianza ciega en la tierra que inunda son el motor que le lleva a continuar por ese camino vacilante. Tan cambiante como nuestra vida.
“Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo”
-Oscar Wilde-
En la psicoterapia pasa algo parecido. La persona se sentirá perdida en muchas ocasiones. Pero es muy diferente sentirse perdido estando acompañado a sentirlo así sin el sostén y apoyo de alguien. La sola presencia del psicoterapeuta no hará que el paciente se sienta acompañado. El paciente se siente acompañado en la medida en que el terapeuta le va devolviendo cada uno de los hilos que este le va mandando. Tener una actitud empática y respetar los ritmos del paciente es crucial en este proceso.
Una bonita metáfora acerca de la empatía
Hace unos años escuché una metáfora bellísima acerca del proceso de acompañamiento en terapia. La dijo un psicólogo especialista en duelo al que aprecio y admiro profundamente. Él decía que el paciente, o la persona que nos trae su dolor, nos va lanzando una serie de hilos. Sí, como los hilos de una madeja de lana. Los lanza a su propio ritmo. A veces tardan en lanzarlos y otras lo hacen de golpe.
“La tarea que debemos establecer para nosotros mismos no es estar seguros, sino ser capaces de tolerar la inseguridad”
-Erich Fromm-
El terapeuta recoge esos hilos que le lanza el paciente, pero lejos de dejarlos a un lado, devuelve cada uno de ellos con uno hecho por sí mismo. Poco a poco los hilos se van cruzando y se va creando un telar. Este telar personalizado será el que servirá de sostén y sobre el que en futuras ocasiones el paciente pueda replegarse. El telar que ambos han creado es una metáfora de cómo es la relación terapéutica.
Terapeuta y paciente navegan en un mismo barco
La relación terapéutica no puede entenderse sin empatía. La empatía es ese sostén, es ese maravilloso telar, sobre el que el proceso terapéutico avanza. Cada gesto, cada emoción, cada pensamiento, cada necesidad es escuchada, es entendida y es devuelta de una manera más clara, más nítida y más ajustada a la persona que está delante nuestro.
El terapeuta no navega en un barco diferente. Está en el mismo barco que su paciente. Y navegan juntos. Le acompaña en esa travesía incierta y llena de vida.
Si yo no devuelvo cada uno de los hilos que el paciente me manda, no podré construir una relación de confianza y seguridad con él. No estaremos en sintonía y el paciente lejos de percibirme como alguien cercano acabará percibiéndome como una figura distante y desdibujada en la que no podrá confiar y, más penoso aún, no podrá sentirse libre de ser él mismo.
El terapeuta ha de escuchar también lo no dicho en palabras
Pero es que para devolver… hay que escuchar. Hay que escuchar cada movimiento de nuestro paciente. Las personas hablamos en múltiples y diferentes lenguas. Hablamos con cada parte de nuestro cuerpo sin necesidad de decir una palabra por nuestra boca. Hay que escuchar cada uno de estos lenguajes.
“¿Qué significa ayudar? La ayuda es un arte. Como todo arte, requiere una destreza que se puede aprender y ejercitar. También requiere empatía con la persona que viene en busca de ayuda. Es decir, requiere comprender aquello que le corresponde y, al mismo tiempo, la trasciende y la orienta hacia un contexto más global.”
-Bert Hellinger-
Hay que dominar esta sabiduría que en muchas ocasiones no nos han enseñado ni en la carrera ni en los libros. Es un lenguaje mucho más sutil e intuitivo. Hemos de entender que el cauce de la vida también pasa por estos lugares y por ello debemos permanecer en ellos junto a nuestro paciente. Solo de esta manera seremos capaces de escucharlos y comprenderlos.
Comprender de forma empática es fundamental en la terapia
Es en esa comprensión empática donde se va configurando la relación terapeútica. Como dijo Mariano Yela en un prológo de un libro de Carl Rogers y Marian Kinget:
“El psicoterapeuta no sanciona, no censura, no juzga al paciente ni actúa por él, no le indica caminos ni le cierra vías; vive con él sus conflictos y problemas, esforzándose en comprender el sentido personal que tienen para el otro. El paciente no encuentra nada que le aparte de sí o le incite a enmascararse”.
El proceso de terapia, por tanto, es único y personal. No hay paquetes estandarizados de respuestas ni de técnicas universales. Cada persona es única en sí misma y hemos de ajustarnos siempre a ella. Hemos de acompañarla en esta travesía que supone la vida. Una travesía en la que asumiremos que habrá momentos ciertos y menos ciertos, porque al fin y al cabo…
¿Qué es, si no, la vida?