La falsa paz de la zona de confort
Se llama zona de confort a todo ese conjunto de circunstancias a las que nos adaptamos pasivamente y que, por lo mismo, ejercen un grado mínimo de exigencia sobre nosotros. Y aunque, aparentemente, esto nos da tranquilidad, se trata de una falsa paz porque la vida es dinámica y más tarde o temprano nos enfrentaremos al cambio, por más que nos resistamos a este.
Lo más problemático es que la zona de confort no es precisamente un espacio para desarrollar la capacidad de adaptación a lo nuevo. Más bien es lo contrario. Cuanto más permanezcamos repitiendo rutinas y moviéndonos solamente en el terreno de lo conocido, más difícil será para visualizar y abordar las variaciones.
Por eso se dice que la zona de confort genera una falsa paz. No es la tranquilidad de quien confía en sí mismo, sino la de quien tiene la fantasía de estar controlándolo todo. Al salir de esa zona de comodidad, la supuesta paz desaparece y se convierte en inseguridad y angustia. La tranquilidad en ese caso no depende de la persona, sino de la estabilidad de las circunstancias, por eso es tan frágil.
“La única posibilidad de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo imposible”.
-Arthur Clarke-
La zona de confort y el miedo
Uno de los aspectos más preocupantes de la zona de confort es que se construye en función del miedo. Lo que busca una persona que se instala en el marco de circunstancias y personas que le son familiares es, principalmente, experimentar seguridad. Quiere reducir al mínimo la incertidumbre y por eso demarca un territorio subjetivo y no sale de allí.
La zona de confort se configura a partir del miedo. Así, el objetivo de no salir de allí también está dictado por el temor. Todo lo que no esté dentro de ese territorio conocido se experimenta como amenaza. Lo nuevo, lo distinto, lo desconocido es considerado como amenazante para quienes cercan su vida de esa manera. La falsa paz que experimenta termina cuando surge algo imprevisto.
Debido a esa presencia latente del miedo , muchos piensan que la zona de confort es en realidad una zona de peligro. Y es zona de peligro en tanto que quien se instala allí se hace progresivamente vulnerable, pues su seguridad y su tranquilidad dependen exclusivamente de factores externos, los cuales pueden cambiar en cualquier momento.
Una falsa paz que cuesta
Además de todo lo anterior, quienes se mantienen en su zona de confort ni siquiera se sienten completamente tranquilos estando allí, aunque no sobrevenga ningún cambio. Dependen tanto de determinadas circunstancias, que no es raro que experimenten episodios de gran ansiedad y falsas creencias. Aunque no estén en riesgo , fantasean con los posibles riesgos que pudieran aparecer. Esto les causa angustia y termina con la falsa paz que supuestamente debería predominar.
También se paga un alto precio en términos de sentido cuando alguien se resiste a atravesar la barrera de la zona de comodidad. El ejemplo más común es el del empleado que detesta su trabajo, pero por nada del mundo renuncia a él. Ciertamente, no da tranquilidad vivir haciendo algo que a uno no le gusta. Pero en algunos, es mayor el miedo a enfrentarse a algo nuevo y, por supuesto, incierto.
Quienes se mantienen en la zona de confort no están realmente más tranquilos, ni más felices. Lo que hacen es crear un escondite para lidiar con el miedo. Con ello no resuelven sus inseguridades, sino que, por el contrario, las potencializan.
La única forma de superar temores
La única forma de superar temores es enfrentándolos, eso lo sabemos todos, aunque a veces intentemos pasarlo por alto. Mirar a la cara al miedo no es grato, al menos al comienzo. Es algo que nos lleva a nuestros propios límites y que, en principio, genera sensaciones que no son nada placenteras. Experimentamos el temor, por un momento, en su máxima intensidad.
En el fondo, permanecer en la zona de confort es una forma de declarar que nos sentimos incapaces de muchas cosas. Es verdad que hay muchas cosas que no somos capaces de hacer, porque la realidad impone límites. No somos capaces de ser inmortales, ni de impedir que haya situaciones que nos produzcan dolor. Sin embargo, sí podemos ser capaces de encontrar el camino para recuperar nuestro equilibrio.
Cuando logramos confiar en nosotros mismos de una manera razonable, los miedos vuelven a su verdadera dimensión. También aparece una sensación de tranquilidad que no equivale a esa falsa paz de la zona de confort, sino a una mejor expectativa frente a nuestro propio desempeño. Se necesita de esa confianza para convertir nuestra vida en eso que queremos, en lugar de reducirla a un rincón que nos protege, pero también nos encarcela.
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- Forés Miravalles, A., Sánchez i Valero, J. A., & Sancho Gil, J. M. (2014). Salir de la zona de confort. Dilemas y desafíos en el EEES. Tendencias pedagógicas.