¿La felicidad es hereditaria?
Algunas personas muestran una predisposición a la felicidad desde que nacen. Niños alegres, vitales y risueños que crecen para convertirse en adultos optimistas, enérgicos y resilientes. Quienes no pertenecen a esta afortunada categoría pueden llegar a preguntarse: ¿cómo lo hacen? ¿Acaso la felicidad es hereditaria y ellos han ganado la lotería genética? Esta es la pregunta a la que trataremos de responder a continuación.
El interés por estudiar el origen de la felicidad lleva décadas de trayectoria. Y es que esta es la máxima aspiración de todos los seres humanos: alcanzar un elevado nivel de bienestar subjetivo. Sin embargo, la satisfacción con la vida varía notablemente de unas personas a otras, haciendo que ciertos individuos sean más vulnerables a la ansiedad, la depresión o la apatía. Los últimos hallazgos científicos arrojan algo de luz al respecto.
La felicidad es hereditaria
Tras varias investigaciones se ha llegado a la conclusión de que, en efecto, la felicidad tiene un componente genético. Algunos hallazgos han relacionado el denominado gen transportador de la serotonina (5-HTTLPR) con esta sensación subjetiva de felicidad. Así, se ha encontrado que quienes presentan cierta versión de este gen reportan una mayor satisfacción vital.
Además, esta característica también se ha asociado con las diferencias en procesamiento emocional entre unas personas y otras. De este modo, se determina la tendencia a procesar selectivamente estímulos emocionales positivos o negativos, pudiendo esto influir en la vulnerabilidad a la depresión y el mantenimiento de esta patología.
Por otro lado, algunas investigaciones han encontrado que ciertas variantes genéticas se relacionan con el bienestar subjetivo, con los síntomas depresivos y con el neuroticismo. En otras palabras, que en nuestro ADN viene ya marcada una predisposición a ciertos estados de ánimo.
¿Cómo afectan los acontecimientos vitales?
Pese a que parece haber quedado claro que la felicidad es hereditaria en cierta medida, nuestros genes solo la determinarían en un 50 %.
Esta tendencia con la que nacemos determina un nivel basal de felicidad que varía de un individuo a otro y es a la que volvemos tras experimentar sucesos fuera de lo común. Y es que tendemos a pensar que nuestra reciente ruptura nos hará infelices para siempre o que ganar la lotería nos convertiría en personas plenas, pero esto no es así.
Se han realizado algunos estudios con personas que han vivido acontecimientos impactantes que, a primera vista, deberían influir enormemente en su felicidad: haber ganado la lotería o haber quedado parapléjicos tras un accidente. Paradójicamente, la felicidad de estos individuos duró solo unos meses, volviendo prácticamente a su línea base con el paso del tiempo. Y es que los acontecimientos puntuales que vivimos parecen tener una influencia de apenas un 10 %.
El ambiente ejerce una gran influencia
¿Cuál es la conclusión que podemos obtener de todo lo anterior? Que una gran parte de nuestra capacidad para ser felices es adquirida; es decir, se aprende. Y es que el 40 % restante depende del ambiente que nos ha rodeado a medida que crecemos y de nuestra habilidad para construir nuestra propia felicidad.
Aquellos niños que han crecido sometidos a abusos o traumas muestran una importante tendencia a experimentar estados de ánimo negativos incluso durante la edad adulta; lo mismo sucede con quienes han crecido con progenitores con depresión o han experimentado una pérdida muy temprana. Pero no es necesario acudir a casos tan dramáticos, ya que la crianza recibida influye en nuestra satisfacción vital.
Desde niños desarrollamos patrones de pensamiento, emoción y conducta que tendemos a repetir durante toda la vida. Aprendemos a ser negativos u optimistas, a sentirnos agradecidos o desdichados y a ser resilientes o quedar atrapados en la tristeza. Por lo mismo, muchos de los adultos que hoy son felices lo son porque, desde temprana edad, recibieron las herramientas para serlo.
Pero, ¿qué hay de quienes no tuvieron esa fortuna? Afortunadamente, siempre podemos ejercitar la felicidad. Del mismo modo que aprendimos a pensar, sentir y comportarnos de una manera, podemos desaprender estos patrones y sustituirlos por otros.
Entrenar la gratitud y el optimismo, mejorar nuestros hábitos de vida y cuidar nuestro diálogo interno son algunas medidas para influir sobre la parte o el porcentaje que podemos hacerlo. En definitiva, la felicidad es hereditaria en cierta parte, pero no es una sentencia.
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