La felicidad no se busca, tropezamos con ella
La felicidad no se busca, tropezamos con ella. Así de sencillo. Daniel Gilbert nos lo deja muy claro en su best-seller “Tropezar con la felicidad“, donde desgrana de manera muy amena diferentes hallazgos, teorías y realidades sobre la felicidad.
Este libro es un viaje apasionante sobre cómo funciona la mente y su manera de jugar con nosotros. El espectro que cubre es amplio, desde las ilusiones ópticas, a la influencia en nuestro propio estado de ánimo de las opiniones de otros que se han encontrado en situaciones semejantes.
También, nos cuenta que no existe una fórmula sencilla para encontrar la felicidad. Sin embargo, nuestro cerebro nos permite avanzar hacia el futuro y así nos ayuda a entender qué nos hace tropezar. Y tú, ¿qué piensas que te hace tropezar? Te invito a reflexionar un poco más sobre ello a partir de las siguientes líneas!
La felicidad es subjetiva y está marcada por la cercanía
A veces se nos olvida que la felicidad es algo subjetivo. Sobre todo, cuando leemos a todos aquellos que nos la quieren vender como si de un bien material y delimitado se tratase. La felicidad es una experiencia, y como tal, es diferente en cada persona y está marcada por sus circunstancias.
“…podemos tener la certeza de que si formulamos a suficientes personas la misma pregunta, la respuesta media será un marcador más o menos apropiado de esa experiencia en cuestión. La ciencia de la felicidad requiere que juguemos a las probabilidades, y la información que esa ciencia nos aporta siempre corre el riesgo de ser incorrecta”
Cuando imaginamos las situaciones que podemos llegar a vivir en un futuro, podemos darnos cuenta que existen claramente dos tipos de futuro. El futuro inmediato, ese que va a suceder mañana o en unos días, ese que sentimos más creíble y cercano. Y otro futuro mucho más lejano, situado a años luz de lo que vivimos ahora, un futuro borroso y difícil de sentir como algo real en la actualidad.
“… las personas imaginan el dolor en un futuro próximo como algo tan grave que estarían dispuestas a pagar un dólar para evitarlo, pero consideran el dolor del futuro lejano como algo tan tenue que lo soportarían a cambio de un dólar”
Muchas veces, estamos tan anclados en el presente, que imaginamos nuestro futuro centrados todavía en el presente que estamos viviendo. Por ejemplo, nos resulta muy complicado imaginarnos el sabor de una fruta que comeremos mañana si en el tiempo en el que tratamos de imaginarlo tenemos ocupado el sentido del gusto con otro sabor.
Esto se llama presentismo y condena nuestra visión de las cosas, incluso de las posibles al estar ancladas en el presente de alguna manera. No se trata de pensar continuamente en el futuro, pero sí saber que cuando lo imaginamos le otorgamos las posibilidades de nuestro presente.
Por eso, cuando nos imaginamos la felicidad, creemos que tiene que ver con lo que soñamos ahora, pero diferentes experimentos nos han enseñado lo contrario. La felicidad puede ser aquello que conseguimos cuando no logramos lo que ahora soñamos. Es decir, piensa que la felicidad puede esconderse en aquello que ahora mismo ni siquiera contemplas y con lo que por azar puedes tropezar.
La intolerancia a la incertidumbre y la importancia del control
El ser humano no tolera la incertidumbre. En realidad, podríamos pensar que la incertidumbre nos abre un mundo de posibilidades infinitas y que eso es bueno. Pero, por desgracia, el ser humano se centra más en la sensación de falta de poder y la importancia del control que en pensar en lo bueno que podría suceder.
“El conocimiento es poder”. La razón más importante por la que el cerebro insiste en simular el futuro es que quiere controlar las experiencias que vamos a tener: queremos saber que ocurrirá para poder hacer algo al respecto. Nuestro deseo de controlar nuestra vida es tan intenso y la sensación es tan gratificante: las investigaciones sugieren que cuando perdemos nuestra capacidad de controlar las cosas nos sentimos infelices, indefensos, desesperados y deprimidos.
Es más, ante la incertidumbre el ser humano busca darse explicaciones de los acontecimientos que están sucediendo a su alrededor. Sobre todo, si esos acontecimientos son inexplicados, y eso hace que amplifiquen su alcance emocional porque son poco frecuentes y tendemos a seguir pensando en ellos.
Por estas y otras razones, Daniel Gilbert, nos dice que solemos tropezar con la felicidad, aunque no podamos verla porque nuestro cerebro nos pone trampas para ello. Lo hace comparando nuestra felicidad con la de los demás, aún sabiendo que es algo subjetivo y que puede que nosotros -en las mismas circunstancias- no nos sintiéramos como aquellos a los que creemos felices.
Piensa, ¿y si la felicidad fuera la capacidad de aceptar que todo puede cambiar?, ¿y si la felicidad fuera eso que no podemos controlar?, ¿y si la felicidad es avanzar hacia el futuro y entender aquello con lo que nuestro cerebro nos hace tropezar antes de alcanzarla? Me gustaría que, después de leer el artículo, vieras este vídeo y me dijeras qué piensas tú, apreciado lector.