La gratitud y su poder para combatir la tristeza más profunda
La gratitud es una virtud olvidada por muchas personas. Este olvido se incrementa en la medida en la que la sociedad nos empuja a ser más egoístas, a dar todo por hecho y a no valorar lo que tenemos. Cuanto más egoístas nos volvemos, menos capaces somos de percibir el exterior. Menos capaces somos de advertir la simplicidad y la belleza que reina en el mundo.
Cuando miramos solo hacia dentro perdemos la perspectiva de la vida en su globalidad. Obviamos los matices de nuestra existencia. Olvidamos muchas veces incluso nuestra condición. Nos perdemos en este baile de rutinas, de “pasos concretos para ser una persona adulta”, de vivir para trabajar… y olvidamos que existimos en este mundo.
El piloto automático de última generación y perfeccionado a base de práctica controla nuestra vida y dirige nuestros pasos. Nos volvemos ciegos (ignorantes) a la belleza exterior. Hace tiempo que decidimos que no merece nuestro tiempo, sin darnos cuenta de que lo habíamos decidido. “No tenemos tiempo”, hay que llegar a este sitio, tengo que hacer esto otro. Solo tengo recursos para precipitarme hacia este laberinto que la sociedad ha construido para mí.
La gratitud enriquece nuestro sentido, el de nuestra existencia
Nos olvidamos de la naturaleza y de las lecciones que esta nos brinda. Existimos para dar unos pasos ya establecidos y perfectamente organizados. Hay personas que entran en esta espiral y no se dan cuenta. Es como si hubieran apagado el botón que les conecta a la vida (en toda su extensión y profundidad).
Muchas veces la tristeza profunda tiene que ver con esta falta de gratitud hacia las pequeñas regalos que la vida nos ofrece. Tiene que ver con una visión que se ha invertido de a fuera hacia dentro. Una mirada que no contempla más allá de sí misma. Por tanto el dolor será muy extremo, ya que no podemos ayudarnos del exterior para salvarnos.
Dar algo por hecho, asumir que las personas que están a nuestro lado lo estarán nos comportemos como nos comportemos… Asumir que lo que hacen nuestros padres por nosotros es porque son nuestros padres y no valorarlo… Situarnos en esta perspectiva refuerza esta visión en túnel.
La ingratitud atrofia nuestros sentidos y aumenta nuestra insatisfacción
Cuando nos damos cuenta que hemos entrado en esta espiral de ingratitud (tan fácil de entrar y tan asumida en la sociedad actual) podremos hacernos una idea de su poder destructor. Como si se tratara de un huracán que arrasa con todo lo que encuentra. La ingratitud nos hace egoístas e insensibles hacia la bondad de los demás.
Nuestros sentidos se atrofian cuando damos por hecho lo que tenemos en nuestra vida sin apreciarlo ni agradecerlo. Ya que no nos fijamos tanto en lo que tenemos como en lo que nos falta, y siempre nos faltará algo mientras miremos hacia dentro y busquemos fuera. Solo nos fijamos en lo que la vida “debería” darnos según nuestras leyes de justicia. Así, en la medida que alimentamos estos pensamientos, incrementamos la sensación de insatisfacción que sentimos en y con nuestras vidas.
La tristeza se hace más liviana e incluso desaparece cuando hacemos un pequeño ejercicio. Consiste en agradecer aquello con lo que contamos y sobre lo que pensamos que gozamos por derecho. Agradecer los buenos gestos de las personas que tenemos a nuestro alrededor o centrarnos y atender a los mensajes que la naturaleza nos manda podrían ser dos ejemplos.
La tristeza se difumina cuando agradecemos lo que la vida nos da
No dejes pasar ni un día más sin alzar el vuelo y ver el bosque del que puedes disfrutar, que va más allá del pequeño desierto en el que no han crecido frutos. No estamos hablando de grandes cosas, ni si quiera de algo material. Hablamos de la sencillez que nos alimenta todos los días de manera silenciosa. Que nos roba una sonrisa, interesante o tonta, pero sonrisa.
Desde la calidez que entra directa en nuestro corazón cuando nuestro perro se alegra por vernos… hasta la sorpresa e ilusión por ver cómo va creciendo la semilla que un día plantamos en una maceta. La gratitud nos salva la vida. Sensibiliza nuestros sentidos y nos trasforma en grandes compañeros de vida. Compañeros que nos muestran la belleza y la bondad que hay en el mundo que nos rodea. Si abrazas a la vida tal cual es, abrazas la gratitud. Y la gratitud calma y apacigua hasta al alma más atormentada.