La impaciencia: 3 ideas para transitarla
La impaciencia es un estado que bordea de forma peligrosa la ansiedad. Que nos hemos vuelto más impacientes no es un secreto para nadie. La velocidad de la vida moderna nos ha acostumbrado a que todo ocurra más rápido, volviéndonos más intolerantes frente a los tiempos de espera.
Esto es realmente lamentable. Casi todo lo que tiene verdadero valor y sentido se construye con el paso del tiempo. Por norma, los resultados rápidos también son más efímeros y tampoco se puede adelantar el reloj frente a realidades que exigen su propio proceso. En esas condiciones, la impaciencia termina siendo autodestructiva.
En últimas, la impaciencia es una falta de sincronización emocional con el ritmo de la realidad. Si esta no va a la velocidad que lo deseamos, no es problema de la realidad, sino consecuencia de nuestra falta de adaptación. Pero, entonces, ¿cómo transitar esa incisiva sensación de no poder esperar más? Las siguientes son tres claves para lograrlo.
“La misma esperanza deja de ser felicidad cuando va acompañada de la impaciencia”.
-John Ruskin-
1. Identificar la necesidad real
Rara vez nos detenemos a analizar qué es lo que realmente hay detrás de la impaciencia. En principio, puede ser que simplemente la realidad vaya a una velocidad distinta a la que estamos acostumbrados; cuando ese ritmo disminuye, sentimos el contraste y nos incomoda en un comienzo. Si esta es la razón, lo más probable es que lo asimilemos pronto.
En otras ocasiones, detrás de la impaciencia hay algo más. Si necesitamos tan intensamente que algo ocurra o no ocurra, quizás sea porque no hemos logrado lidiar con el presente; con lo que falta o con lo que sobra. Por eso queremos escapar y la impaciencia es la expresión de no poder hacerlo.
En esos casos, el problema no está en aquello que no termina de llegar o de irse, sino en la dificultad para adaptarnos a un presente que quizás no es el más agradable. Sin embargo, ese presente es lo que hay, lo que está ahí. Antes de pensar en cómo deshacernos de él, quizás sea mejor reflexionar sobre cómo podríamos encontrar un lugar dentro de esa realidad.
2. Deconstruir el deseo
Muchas veces tampoco está claro cuál es el deseo que palpita detrás de la impaciencia. En apariencia, simplemente se trata del anhelo por salir de una situación que implica sufrimiento, carencia o malestar. Nadie quiere permanecer en esos estados por mucho tiempo, de manera que la impaciencia aparece cuando no se produce un cambio.
Sin embargo, aquí ocurre algo similar a lo que comentábamos antes. No desear la realidad que vives tampoco significa que la salida esté en resistirte a ella, esperando a que cambie. Lo inteligente es trabajar para cambiar esa realidad, tanto como pueda ser cambiada en el momento actual.
Para que las cosas sucedan no basta con desearlas. Y para que no sucedan, no es suficiente con resistirte a ellas. En ambos casos hay un esfuerzo estéril, pero que es esfuerzo al fin y al cabo. Siempre tenemos algún margen de acción y es a ese margen al que debemos aferrarnos para transitar la impaciencia.
3. Meditar, un antídoto contra la impaciencia
La meditación es una práctica que ayuda a serenar la mente. Cuando alcanzas un estado de mayor calma también es más fácil escuchar lo que sucede dentro de ti y comprenderlo mejor. Te resulta más fácil saber, por ejemplo, si lo que quieres es que suceda o deje de suceder algo o más bien escapar de esa parte de ti que no ha encontrado la forma de afrontarlo.
La meditación no es la calma, pero sí una herramienta para ganar control sobre nuestra velocidad mental. Al hacerlo, ganaremos capacidad de adaptación. Por contrapartida, cuando te dejas llevar por la impaciencia, todo se torna más difícil. De hecho, estar tan impaciente puede ser un factor que retrase o bloquee aquello que tanto anhelas.
La paciencia, como tantas otras virtudes, no viene incluida en el paquete que traemos al mundo al momento de nacer. Se trata de un rasgo que se debe cultivar y que solo se asienta dentro de nosotros con mucha práctica, por mucho tiempo. Las situaciones difíciles son el terreno perfecto para acrecentar esa virtud.
Ayuda que hagas ejercicios de concentración y que medites. Ayuda también que pienses en lo inútil de la impaciencia. “No por mucho madrugar amanece más temprano” dice un viejo refrán popular. Es cierto. Todo tiene su ritmo y este muchas veces no depende de nuestros deseos y/o necesidades.
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- Flores, J. (1990). La impaciencia de la razón. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 36(140), 37-43.