La luz roja de nuestro semáforo
“Cuanto más tranquilo se vuelve un hombre, mayor es su éxito, sus influencias, su poder. La tranquilidad de la mente es una de las bellas joyas de la sabiduría”
James Allen
¿Te imaginas la vida sin semáforos? Es decir, sin nada que te detenga, que te diga cuando puedes avanzar, cuando esperar y cuando quedarte quieto. Esas luces de tres colores que están en las esquinas de las grandes ciudades y suelen usarse para manejar el tránsito, también se encuentran en nuestro día a día.
Es que el simple hecho de encontrarnos con algo que nos detiene, no nos permite seguir adelante. ¿Cómo? Claro, porque en ese caso, las barreras son autoimpuestas. Y nada ni nadie debería decirnos cuando podemos hacer realidad nuestros sueños. Apostar por ellos.
Cuántos más semáforos hay, más problemas de circulación padecemos. ¿Por qué? Porque el ser humano no ha nacido para ser un esclavo de la luz roja, amarilla y verde, como así tampoco de alguien “superior” que nos esté supervisando todo el tiempo.
En ciertos pueblos se han hecho estudios quitando además de los semáforos, las señales de tránsito y hasta las comisarías. ¿El resultado? Menos accidentes, menos embotellamientos y menos delitos.
¿Si probáramos un día “vivir sin semáforos”?
Ser libres de decisión, sin molestar al otro, contar con nuestra decisión por sobre cualquier cosa, evitar cumplir aquellas reglas que nos han impuesto desde hace tiempo y que no nos hacen felices…
El problema de que haya una luz roja en el semáforo es que luego, al cambiar a verde, todos quieren salir corriendo porque ya tienen “el permiso”. Es como cuando llegan las vacaciones de verano y millones de personas se agolpan en la carretera, se pisan en la playa, hacen fila en un restaurante (nada más alejado de la realidad que la idea de que se viaja para descansar).
No seamos aves enjauladas, no esperemos a que la luz esté en verde para hacer lo que queramos, todos tenemos derecho a ser felices cuando así lo deseamos. Rompe las reglas de vez en cuando, no seas como todos los demás, no te conformes con avanzar sólo cuando te lo indiquen. No estamos diciendo que a partir de ahora tienes que ir por la vida haciendo “lo que se te de la gana”, pero tampoco vayas al otro extremo y sólo actúes cuando alguien te lo indica.
¿Qué pasaría si quitaran todos los semáforos del mundo? ¿Crees que habría únicamente caos, accidentes, gritos y bocinazos?
Todo lo contrario, la gente aprendería a respetar su lugar y su momento, habría más solidaridad y menos problemas.
¿No te ha ocurrido alguna vez que al intentar cruzar (ya sea andando, en bicicleta, en coche o en autobús) una calle sin señalización y tardar menos tiempo que si hubiera habido un semáforo?
Las personas no sabemos actuar cuando nos dicen que hacer, tampoco podemos ir todos al mismo ritmo. Entonces, lo mejor es que no haya una luz (o tres) que nos digan cuando avanzar y cuando detenernos. Llevemos esta teoría al plano personal.
Si en este momento quisieras estar en “stand by” y no pensar en tus proyectos, ¿por qué tendría que venir alguien a darte luz verde cuando quieres estar en amarillo o rojo? Y lo contrario si estás con toda la voluntad del mundo para avanzar y cumplir tus metas, ¿Quién puede indicarte que te detengas, dejes pasar a todos los demás y luego sigas adelante?
Lo mejor de todo, es que si no nos preocupamos por las señales de tránsito (o de vida), podremos enfocarnos en otras cosas más interesantes y valederas.
Así como no hace falta irse a vivir al campo o a un pueblo que ha quitado los semáforos para transitar mejor por la calles, tampoco deberíamos hacerlo para avanzar en nuestros proyectos o evitar que alguien nos indique cuando avanzar o cuando detenernos.