La piel que habito: un thriller 'almodovariano'
A estas alturas, decir que Almodóvar es un cineasta cuya seña de identidad es inconfundible resulta de lo más obvio. El director manchego posee una trayectoria singular y un sello que ya es toda una marca reconocible más allá de fronteras.
El término ‘almmodovariano’ es, cada vez, más común y engloba una serie de huellas que el director ha dejado a lo largo de su filmografía. La piel que habito (2011) fue su primera incursión en un género que no dominaba, el thriller psicológico, pero que terminó por llevarse a su terreno.
El filme, en un primer momento, puede parecer una rara avis en la filmografía del cineasta. Sin embargo, tras su visionado, la extrañeza, la sorpresa, la risa y la sensación carnavalesca terminan por reafirmarnos que sí, que es un thriller, pero narrado desde una perspectiva profundamente ‘almodovariana’.
La piel que habito: orígenes
Pedro Almodóvar leyó fascinado Tarántula, una novela de Thierry Jonquet que terminaría por desembocar en el guion de La piel que habito. Por lo visto, al cineasta le fascinó la idea, pero había elementos que se habían quedado en el tintero o matices que se podrían haber tratado de forma diferente.
Así, comenzó a gestar lo que sería el largometraje que hoy conocemos, un thriller en el que se tocan temas tan fascinantes como la bioética, la venganza o el amor maternal.
El cirujano plástico Robert Ledgard es una eminencia, pero también un hombre marcado por la tragedia. Reside a las afueras de Toledo y mantiene cautiva a una mujer, de nombre Vera, que es idéntica a su difunta esposa, Gal. Vera, al parecer, es fruto de un experimento del doctor que ha logrado crear una piel artificial a prueba de prácticamente todo.
Tras el suicidio de su esposa, la vida del doctor se ensombrece y termina de oscurecerse con la muerte de su hija Norma. Una joven traumatizada por la muerte de su madre y que sufre una terrible violación. Así, Ledgard planeará una venganza que no conoce límites, llevará el campo del conocimiento científico al extremo y nos sumergirá en un laberinto en el que la locura campará a sus anchas.
Las intrigas acerca del pasado trágico de Robert y la verdadera identidad de Vera envuelven al filme en una atmósfera de thriller psicológico, pero no exenta de lo más descabellado del cine ‘almodovariano’. En definitiva, una atmósfera asfixiante, plagada de preguntas existenciales que se torna grotesca por momentos, pero con un componente psicológico espeluznante.
Las huellas de Almodóvar
Definir lo ‘almodovariano’ puede resultar complejo, pero hay una serie de temas recurrentes en su cine: la mujer, lo grotesco, la búsqueda por escandalizar, las relaciones maternofiliales y, en definitiva, un cine que apela a los olvidados, a aquellos grupos considerados ‘no normativos’, pero que termina por calar en el espectador; ya sea porque se escandaliza o porque empatiza con la otredad.
Los filmes de Almodóvar no dejan indiferente a nadie y, así, se alzó con títulos como Mujeres al borde de un ataque de nervios, en mundos absolutamente masculinos, o Todo sobre mi madre, con los que reivindica a los olvidados, la prostitución, los transexuales, etc.
Escandalizar e incomodar, pero también acercarnos a lo trágico, a esa otra mirada, a esa sociedad olvidada. Esas parecen ser algunas de las claves del cineasta manchego que, aún así, no cae en el melodrama y tampoco está exento de la risa.
Como si de un género único y propio se tratase, analizar un filme de Pedro Almodóvar supone someterse a la mirada -nada objetiva- de su cineasta; su uso del color, sus referentes y sus actrices fetiche son ya marcas de la casa. Por ello, cuando nos planteó la idea de un thriller psicológico, muchos dudaron, otros se dejaron llevar por el pánico y algunos se sometieron al director.
La piel que habito no es un thriller psicológico al uso, tan solo hay que leer la novela en la que se basa, y tampoco abrazará el dramatismo ni la elegancia de otros cineastas del género. Pero es un filme que merece un espacio, una visualización y más de un análisis desde perspectivas muy distintas.
La piel de Elena Anaya es tratada con absoluta delicadeza, contrasta con unos fondos de un blanco cegador, con un atuendo que simula una perfecta y tersa piel humana.
El tratamiento de la piel artificial se funde con el argumento, el color irrumpe en un relato armonioso que tan solo se rompe por el traje de tigre de uno de los personajes. De un personaje que llegará para destruir la monotonía y desatar el caos, que abraza lo grotesco e incluso lo trash.
Entre los tópicos ‘almodovarianos’, encontramos: la maternidad realizada en Marilia (Marisa Paredes); un profundo análisis de la transexualidad, la identidad y el género en Vera; lo trash y grotesco en un personaje vestido de tigre que comete una violación; el artificio y la falsedad en una piel perfecta creada por el hombre; la venganza hecha carne en un personaje que va de verdugo a víctima en cuestión de segundos a través de Antonio Banderas; carencias afectivas; lo risible; y, por supuesto, lo sexual…
Todo ello está muy presente en La piel que habito, un filme que puede ser leído en clave de thriller, pero cuya esencia reside en lo híbrido, en la particular mirada de su director.
La piel que habito: duelo, obsesiones e identidad
Tras la trágica pérdida de su esposa, el doctor Ledgard se refugia en su hija que, por desgracia, sufrirá el abuso y la tortura del hombre.
A raíz de otro trágico suceso en su vida, Ledgard llevará a cabo una venganza jamás vista, una venganza que tiene sus raíces en un duelo que le atormenta, que no logra superar; y que dará como fruto una gran investigación médica, pero cuya ética es bastante cuestionable.
Los roles de víctima y verdugo son claramente intercambiables, podemos entender a Ledgard hasta cierto punto y, finalmente, empatizamos con Vera. ¿Quién es quién? Esa es la duda que nos plantea Almodóvar, en su filme, nadie parece salvarse. Los roles se cambian con facilidad, la maternidad se torna trágica y el sexo es dotado de la más incómoda violencia.
Deseo, autodestrucción y venganza son temas recurrentes en su filmografía y, en este caso concreto, se tornan todavía más espeluznantes. La obsesión inverosímil parece verosímil a pesar de sus fallos, la piel de Anaya hipnotiza al espectador recordando la idea de falsa perfección en una especie de duelo ético y médico entre creador y creación.
¿Qué consecuencias tiene jugar a ser Dios? Este Frankenstein contemporáneo desdibuja los roles de género, de identidad, haciendo ver al espectador que, tras los órganos sexuales, hay una persona que no cambia, pese a las transformaciones que su creador la ha sometido.
Asimismo, la decisión del creador es puesta en tela de juicio, llevándonos a una visión cuestionable. ¿Hasta qué punto el ser humano se somete? ¿Hasta qué punto jugar a ser Dios es peligroso? ¿Dónde están los límites de la ciencia?
Laberintos, intrigas y desasosiego, pero con alguna carcajada ingenua en el peor de los momentos, eso nos deja La piel que habito. Rompiendo tabúes como ya hizo Agrado en la inolvidable Todo sobre mi madre, ante lo descabellado y espeluznante de Átame, pero con la sonrisa amarga de Mujeres al borde de un ataque de nervios, thriller, terror y cuestiones existenciales se combinan en este filme de Almodóvar.
Y así, se establece un paralelismo entre cine y película, el propio cine es una creación, como lo es la falsa piel de Elena Anaya o los intentos por recrear a su esposa de Ledgard. Una creación, una reivindicación y una ilusión; un Frankenstein dotado de la ciencia más contemporánea y un afanado deseo por escandalizar, por dejar sin palabras al espectador, eso es, en resumidas cuentas, La piel que habito.