La semilla del diablo: terror en estado puro
La semilla del diablo es, probablemente, uno de los filmes más reconocidos del cineasta Roman Polanski. Y no lo es únicamente por su gran calidad cinematográfica, sino también por los misterios que parecen envolverlo.
Rodada en el edificio en el que poco más de una década después sería asesinado John Lennon, en el mismo edificio en el que vivió y murió Boris Karloff y tan solo un año antes del asesinato de la esposa del cineasta, Sharon Tate; La semilla del diablo es una película que, todavía hoy, suscita horror y misterio. Polanski, a su vez, es uno de los cineastas más controvertidos, sumido en problemas legales, pero cuyo legado cinematográfico es casi inigualable.
Una joven pareja, unos vecinos extraordinariamente peculiares y un embarazo de lo más trágico serán algunas de las claves del filme. Rosemary y su esposo se sumergen en la habitual tarea de buscar un hogar y formar una familia. Aunque las ambiciones del esposo superarán las expectativas familiares, obligando al matrimonio a sumergirse en un infierno menos inverosímil de lo que aparenta.
En definitiva, La semilla del diablo es un largometraje que nos lleva por un sendero entre lo fantástico y lo racional, un camino lleno de trampas, desventuras y claustrofobia. Y, por supuesto, una de las grandes joyas del cine de terror.
La incertidumbre como clave del terror
Pese a todas sus virtudes, por contra, diremos que el título en español nos parece de todo menos acertado, pues Rosemary’s baby, título original en inglés, resulta bastante más sugerente.
Sin embargo, en la década de los 60, parece que la palabra spoiler no era un problema, sino una desconocida, y dotar de tal spoiler al título debía ser lo indicado. Aún así, cabe resaltar que, pese a lo explícito del título, la película sigue levantando pasiones en el ámbito hispano.
Dejando a un lado esta cuestión, el filme nos lleva por un sendero de incertidumbre, se toma la libertad de plantear dudas en el espectador y ponerlo sobre la cuerda floja. Una cuerda que roza la agonía, la asfixia e incluso la claustrofobia, pero siempre rodeada de tintes de racionalidad.
Y hablando de incertidumbre, ya en el siglo XIX, Pedro Antonio de Alarcón, uno de los grandes estudiosos de Edgar Allan Poe, se permitía decir que lo brillante de Poe residía, precisamente, en “ser racionalista y aspirar a ser fantástico”.
Una afirmación que hoy, un par de siglos después, podemos encajar perfectamente en el largometraje de Polanski que hoy nos ocupa. Y es que la incertidumbre, la duda y el terror psicológico son las bases de La semilla del diablo.
“Yo no quiero que el espectador piense esto o aquello, quiero simplemente que no esté seguro de nada. Esto es lo más interesante: la incertidumbre”.
-Roman Polanski-
Polanski logra que el espectador dude de lo real y lo ficticio. ¿Son los sueños meros sueños o fruto de la realidad? ¿Qué ocurre con Rosemary y sus vecinos? El espectador no hará más que preguntarse y cuestionarse qué es lo que está viendo en pantalla. Bien es cierto que, a mediados del siglo XX, las religiones tenían un papel fundamental y, en este sentido, el filme era una auténtica revelación, hasta una blasfema.
Sin embargo, en plena era racional y escéptica, en pleno siglo XXI, el espectador termina por preguntarse lo mismo que varias décadas atrás. Así, La semilla del diablo demuestra lo imperecedero de su discurso y pone de manifiesto un terror que, lejos de ser leído bajo la lupa de una época concreta, sigue atemorizando y desconcertando a día de hoy.
Esa duda o vacilación entre lo imposible y lo posible, entre lo real y lo irreal, es la auténtica clave del terror y el suspense en el filme de Polanski. La forma de dirigir nuestra mirada, de situarnos en un punto de vista determinado gracias a un encuadre y de presentar a los personajes en el momento clave, no entiende de épocas, ni de tendencias, sino que apela directamente a lo psicológico. En definitiva, a nuestra mente, al terror a lo desconocido y a la incertidumbre que despierta la duda.
Polanski no ha inventado los cultos satánicos, sino que es algo que proviene directamente de nuestra propia realidad. Polanski tampoco inventa el escenario, pero se adentra en un punto de partida conocido. Como si del final de una comedia romántica partiera, el cineasta toma a la joven e idílica pareja para desengranarla, destruirla e incluso ridiculizarla. No sin olvidar el papel fundamental del público que dará sentido a una historia de apariencia fantástica, pero verosímil; y que terminará por dudar de todo lo que ve en pantalla.
La semilla del diablo, una película maldita
Buena parte del culto -o admiración- que envuelve a la película reside en los extraños acontecimientos que la acompañan. Como bien hemos adelantado, el filme fue rodado en el edificio Dakota de Nueva York, un lugar que, en su construcción, quedaba bastante alejado del centro neurálgico de la ciudad. Pero, con el tiempo y el crecimiento de la misma, se convirtió en un edificio deseado por la gente de alta cuna y diversas personalidades del mundo del cine, la música o la cultura de masas.
Sin ir más lejos, parece ser que advirtieron a Polanski: todo parecía indicar que rodar allí era una especie de suicidio. Trágicamente, su esposa aparecía asesinada tan solo un año después. El propio compositor de la banda sonora, Krzysztof Komeda, moriría poco después. Incluso el protagonista de la cinta, John Cassavetes, falleció poco después.
Si Boris Karloff había practicado espiritismo -o no- mientras residía en el edificio aún sigue puesto en duda. Pero pocos años después del rodaje del filme, John Lennon fallecía a las puertas del edificio Dakota, lugar en el que tenía establecida su residencia.
Un sinfín de misterios se unen al perfeccionismo de Polanski, un cineasta que no dudó en poner en situaciones límite a sus actores. Así, su protagonista, Mia Farrow, tuvo que comer carne cruda a pesar de ser vegetariana y se vio obligada a rodar una escena cruzando una calle que no había sido cortada. Por lo que, los vehículos que vemos corriendo a su alrededor y frenando para no atropellarla, no son cosa del cine, sino de la propia realidad.
Igualmente, la joven actriz recibió los papeles de divorcio de Frank Sinatra mientras rodaba la película y, además, se enfrentó a diversas enemistades en el set. Así, La semilla del diablo no solo es maldita por los temas que trata, sino por los misterios e incómodos sucesos que envuelven su rodaje.
El verdadero terror
Pese a todo, no diremos que el terror reside en las anécdotas y horrores que la envuelven, sino en el propio filme. Pocas veces nos encontramos ante un terror que no entiende de épocas ni de modas, que no importa el tiempo que haya pasado, sino lo universal de lo que narra.
Y es que La semilla del diablo presenta algo universal, hace uso del cine y los recursos estilísticos que se prestan para configurar una atmósfera clasutrofóbica, aterradora y desesperanzadora.
El filme, en realidad, es una adaptación de la novela homónima de Ira Levin y, a su vez, la propuesta cayó en manos de Hitchcock, pasó por una Rosemary interpretada por Jane Fonda e infinidad de manos hasta llevarnos al resultado ofrecido por Polanski,
Un resultado estremecedor, bello y que despliega todo el imaginario cinematográfico, pero que tan solo se alzó con un Óscar, el de Ruth Gordon en su papel de Minnie Castevet.
Pese a todos esos cambios, Polanski hizo suyo el guion, logró apelar a lo freudiano en un sueño sin igual, que pone en tela de juicio lo real frente a lo fantástico, que desconcierta al espectador y que pone todo el horror en el asador.
Sin duda, nos encontramos ante uno de los mejores filmes de terror de todos los tiempos, una película en la que la vejez o incluso lo obsoleto no encuentran lugar, sino que apela al subconsciente, a esa sensación cuasi animal de ‘estar en alerta’, como si algo excepcional fuese a ocurrir mientras vemos la película.