La sociedad del espectáculo de Guy Debord
Si hablamos de sociedad del espectáculo nuestro inconsciente nos traslada a las imágenes del papel cuché. Nos lleva a los programas de entretenimiento en los que contar la intimidad de cada uno es lo que le da sentido al mismo formato, sin ningún tipo de finalidad y ambición añadidas.
Podríamos pensar en eso, pero nos situaríamos tremendamente lejos del significado de este concepto. Hablamos de la definición de sociedad del espectáculo que el filósofo Guy Debord quiso transmitir con la publicación de su obra, allá por los años 70 del siglo pasado.
De haber vivido en la época actual, probablemente no la hubiera escrito o no hubiera tenido repercusión, ya que las obras de los filósofos se revelan como genuinas por su capacidad de predecir y de advertir los fenómenos sociales que vendrán. La sociedad del espectáculo no es algo que se infiera, que se advierta, que solo se visualice en televisión.
La sociedad del espectáculo es el mal de nuestro tiempo, pervirtiendo la espontaneidad de nuestras relaciones humanas y adulterando todo el conocimiento del mundo, el estudio de las ciencias y la expresión de las artes.
Si no queda representado, ya no somos lo que somos
Guy Debord aplica el concepto fetiche de la mercancía de Marx al estudio de las relaciones en la sociedad moderna y la influencia que en ella tienen los medios de comunicación. Las imágenes que se crean de la sociedad parecen una construcción propia y ajena a sus protagonistas.
Básicamente, Debord trata de explicar que las personas hemos dejado de relacionarnos como realidades, para pasar a hacerlo como representación de las mismas. El ser por el parecer que en la actualidad y cada vez de forma más extensa, impera en nuestra forma de comunicarnos.
“Toda la vida en las sociedades donde rigen las condiciones modernas de producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una representación”
-Guy Debord-
Una relación social mediada por las imágenes que se derivan de ella. Las relaciones humanas no serían más que interacciones que desean ser representadas en su forma, pero que no encuentran el más mínimo sentido si se viven como una experiencia directa y no demorada. El poder abstracto del espectáculo nos aleja de nuestra libertad y existencia concretos.
Las relaciones sociales mediatizadas por las imágenes
En la medida en la que convertimos nuestra vida en un producto, más separados estamos de ella, ya sea a nivel laboral u otros niveles. Las muchedumbres producen mercancías y las imágenes continuas que tenemos de ellas nos alejan de los demás.
La sociedad ha creado una imagen en la que vemos lo que producimos como una realidad paralela. A su vez, nosotros también pasamos a formar parte de la mercancía, a través de la publicidad se nos transmite nuestra esencia como un producto. También a través de las religiones y la economía nuestro sentido crítico y ética pasan a ser una realidad colectiva manipulable.
A través de la exposición de nuestra vida privada, pasamos a ser representaciones que resultan más o menos atractivas para los demás, sin que ello implique que nuestras verdaderas realidades se unan. La forma actual de definir las relaciones de amistad o románticas están condicionadas por la rentabilidad de la imagen con la que me voy a relacionar. Las relaciones pasan a ser mercancías expuestas en la sociedad.
Medios que nos transforman en imágenes, no en realidades
La mayor parte de los trabajadores están alienados por los medios de producción que las grandes élites les han brindado y sin posibilidad de escapar. Eso sí, sin incluir su realidad de clase sino la mediada por imágenes que el poder proporciona.
“En Arte ya no es necesario hacer una cuenta del pasado de sensaciones. Puede convertirse en la organización directa de sensaciones más evolucionadas. Se trata de una cuestión de producir nosotros mismos, no las cosas que nos esclavizan.”
-Guy Debord-
Nos hemos convertido en esclavos de nuestra imagen al estar nuestras realidades tan deterioradas. Nuestra propia incapacidad para buscar una realidad con sentido nos conduce a la necesidad de construir una imagen de nuestra realidad adulterada y estática.
Las imágenes que continuamente contemplamos y que nosotros mismos producimos nos niegan el cambio. Ponen distancia entre nosotros y la sana insensatez, la libertad de no estar sujetos a las tarjetas personales que hemos ido repartiendo a los demás.
La necesidad de disfrutar del espectáculo y transformar nuestra propia vida provoca que convirtamos nuestra realidad en una interminable representación. Todo ello provoca que seamos esclavos de la inmediatez del momento presente y estemos sujetos a la representación posterior que hacemos de este.
Lo contrario a vivir es hacer ver que se vive mejor que los demás. Mostrar la intimidad no se percibe como peligroso. Esto es así porque al carecer de profundidad en ella, la ofrecemos como una mera imagen en oferta que cualquiera puede consumir de manera rápida y sencilla.
Lo importante es que el espectáculo continúe y con ello la producción de mercancías al mismo nivel que los sentimientos.
La era de las redes sociales
“Vamos a hacernos una foto para colgarla en Facebook” es una frase que escuchamos una y otra vez nuestras vidas. Guy Debord no se equivocó al postular que estamos perdiendo nuestra propia vida para convertirla en espectáculo. Las redes sociales nos sirven para darnos una fama que no tenemos, y en muchas ocasiones, vivimos o actuamos conforme queremos que nos vean.
La vida de muchas personas ha dejado de ser auténtica para convertirse en un espectáculo. Lo que hacen está destinado a ser admirado o vilipendiado por la opinión pública. Da igual el resultado, lo importante es el espectáculo. Hemos convertido nuestra vida es espectáculo público.
Nuestra vida es más una mercancía que exponer que algo auténtico para nosotros. La sociedad capitalista nos impone une mentalidad casi de mercancía, en la que nos hemos dividido en dos: nuestra vida “espectáculo” y nuestra vida real. ¿Qué vida estás viviendo tú?