¿Eres tú la que te pones los obstáculos de los que nace el miedo?
A veces, las dudas, las inseguridades, los miedos o la propia ansiedad ante el fracaso nos impiden avanzar. Son esos pequeños temores los que se vuelven grandes obstáculos en nuestro camino hacia lo que deseamos realmente. Con ellos no hacemos más que tropezarnos y obsesionarnos con la idea de que, hagamos lo que hagamos, vamos a fracasar.
Esto hace que nos obsesionemos con las posibles piedras del camino, en lugar de reconocer todo lo que llevamos recorrido. Produce que pensemos más en las amenazas que pueden aparecer que en las posibilidades que se abren ante nosotros. Nos dejamos llevar por nuestras inseguridades, en lugar de centrarnos en nuestras fortalezas.
Somos nuestra mayor amenaza en cuanto a la consecución de nuestras metas.
Jorge Bucay, en su maravilloso relato titulado “Obstáculos” nos habla de esta manía de perjudicarnos a nosotros mismos. Espero que disfrutes del cuento y reflexiones sobre él.
Obstáculos, un cuento de Jorge Bucay
Voy andando por un sendero. Dejo que mis pies me lleven.
Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.
Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad. Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.
Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa.
Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide mi paso. Temo… dudo. Me enfado por no poder alcanzar mi meta de manera sencilla. De todas maneras decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto… Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.
Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo.
Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos… Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo… y resisto.
Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho. Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado… descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños…
Me siento abatido… Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo. La ciudad está tan cerca… No dejaré que el muro impida mi paso.
Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire… De pronto veo, a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad.
Me recuerda a mí mismo… cuando era niño.
Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: –¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?
El niño se encoge de hombros y me contesta: –¿Por qué me lo preguntas a mí?
Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras… Los obstáculos los trajiste tú.
¿Por qué nos ponemos nuestros propios obstáculos?
Nosotros ponemos nuestros propios obstáculos en el camino cuando nos obsesionamos con pensar en todo lo malo que podría ocurrir, cuando pensamos en el lado oscuro de un futuro improbable pero que hacemos real con cada pensamiento. Cuando el miedo nos domina y las dudas son tan poderosas que lo único que nos aportan es ansiedad.
Piensa que todos tropezamos en la vida, pero solo quien se rinde, incluso antes de empezar el camino, es aquel al que los obstáculos le han podido.
Nos ponemos los obstáculos, en cierto modo, como protección ante un posible fracaso. Son la excusa, el “ves, te lo dije”, cuando nuestros peores miedos se confirman y caemos en el camino o no logramos conquistar el reto en un primer intento.
También nos ponemos obstáculos porque tenemos miedo a la incertidumbre de lo que vendrá en el siguiente paso hacia nuestro destino. Así, preferimos resguardarnos a la sombra de lo malo conocido en lugar de buscar lo bueno que nos queda por conocer. Nos volvemos unos cobardes vencidos por nuestra propia imaginación, son nuestras ideas las que se vuelven obstáculos ante nuestro paso.
Por ello, acostumbra a tu mente a ver lo positivo de la realidad. El triunfo lo tienes asegurado cuando te esfuerzas, ya sea con el aprendizaje o con la consecución del propio logro. Por otro lado, si vuelves a tropezar, busca la belleza oculta detrás de cada sombra, detrás de cada obstáculo, porque al igual que las estaciones, las personas tienen la capacidad de cambiar. Recuerda que en esta vida sobrevive quien lucha y se esmera, no quien mira con miedo hacia lo que pueda venir.
Y, sobre todo, no dudes de tus capacidades. Vive la vida como mereces vivirla porque todos tropezamos, pero no son los tropiezos los que marcan la vida, sino los aprendizajes que sacamos de ellos. Sigue caminando y cuando te encuentres delante del abismo pregúntate si ese precipicio lo pusiste tú al cubrir tu camino de dudas. Y ahora, ¿vas a quejarte de los obstáculos que te pones en la vida, o a caminar con paso firme y sin miedo luchando por lo que quieres?