Liberarse del resentimiento
Cuando estamos resentidos, sentimos dolor y enfado retenidos, enfriados y cronificados en el tiempo desde que sucedió aquello que nos provocó el resentimiento. Desconectamos de lo que sucedió anteriormente o de lo que podrá pasar en un futuro, permaneciendo esa situación y lo que experimentamos, inmutable en el tiempo.
“Estoy resentido con mi hermana porque cuando necesitaba su ayuda, no se interesó por mí, no se preocupó y ni siquiera, valoró lo que hice”, “Me encuentro resentido con mi pareja porque no me tuvo en cuenta hace un año para aquella decisión importante que tomó”…
Así, cortamos el interés hacia la otra persona e intentamos que no nos importe nada de lo que hace o dice, sin embargo, no podemos desconectarnos de la sensación de frustración, rabia, impotencia o dolor, de aquello por lo que nos sentimos ofendimos.
Cuando experimentamos resentimiento, seguimos sintiendo, la misma palabra lo dice: re-sentir. Es una pequeña guarida donde guardamos el dolor y el enfado no resueltos, no elaborados, sino acumulados en el tiempo y que si no nos damos cuenta, pueden seguir creciendo como si albergáramos un monstruo en nuestro interior que poco a poco se hace más grande.
Generalmente, quien experimenta resentimiento, en un principio no se encuentra en condiciones de comprender o resolver, ni siquiera de olvidar, siendo una emoción muy descalificada a nivel social.
Pero el resentimiento, como cualquier emoción, tiene una causa y una razón de ser que lo explican, a la vez, que nos sirve de señal para indicarnos la existencia de un problema o dificultad que tenemos, y que nos cuesta darle solución.
Sentir y re-sentir
El resentimiento comienza a generarse cuando vivimos una experiencia que nos frustra, nos desorganiza y ante la cual, no expresamos nuestro dolor ni enfado. Por ello, las personas que suelen experimentar esta emoción suelen ser las más hipersensibles, las cuales viven tanto el dolor como el enfado con mucha intensidad, no habiendo aprendido a expresarlos de manera adecuada.
Así, poco a poco, se van reteniendo en el interior de la persona, atravesando un proceso en el que se van exagerando y desproporcionando.
El dolor y el enfado albergados en nuestra cueva, van creciendo dando lugar a ese monstruo que puede apoderarse de nosotros. Pues todos sabemos que lo no expresado y lo no integrado, se vuelve tóxico en nuestro interior, manteniéndose desconectado del resto, haciéndose crónico.
Ante la permanencia en el tiempo del resentimiento, resulta conveniente preguntarnos cómo nos evalúamos a nosotros mismos por sentir este enfado retenido o enquistado, ya que nos ayudará a descubrir cómo lo estamos elaborando.
Podemos evaluarnos de muchas maneras, algunas de ellas nos ayudarán a resolver el resentimiento pero otras como la descalificación y el desprecio hacia nosotros mismos por experimentar ese resentimiento, lo agravarán.
Si además del dolor y el enfado, aparecen los autorreproches, la persona puede sentirse “mala”, incluso que no merece ser querida o sin ningún respaldo, afectando de esta manera a su autoestima.
Por lo tanto, para evitar que aparezca el resentimiento, las estrategias son saber enojarse adecuadamente y sobre todo, reconocer y expresar el dolor que se siente.
Si tenemos en cuenta que la mayoría de nosotros no sabemos o no nos han enseñado a expresar nuestro enfado de manera adecuada, ni siquiera a cómo dirigir la energía resultante de dicha emoción, produciremos más problemas que soluciones.
Cuando nos enfadamos, suele pasar que nuestras expectativas han ido más allá de lo que posteriormente la realidad nos presenta. Por lo que tenemos que tener en cuenta que cuando nos enfadamos, lo que estamos generando es un aumento de energía para tener más fuerza y resolver el problema que nos ha molestado. La cuestión es el grado en el que lo expresamos y cómo lo hacemos.
Esto, unido a la actitud de comunicar nuestro dolor sin reproches, nos permitirá que no crezca el resentimiento en nosotros.
Pero, si no podemos evitar que aparezca el resentimiento, habrá que observar y transformar la evaluación interior que hemos hecho sobre lo resentido. Así, si en vez de descalificarnos, nos damos la oportunidad de transmitir cómo nos sentimos y qué necesitamos, nos daremos cuenta de que estamos heridos y enfadados y podremos comunicárselo a la otra persona, de manera adecuada.
Se trata de ser conscientes de lo que sucede e identificar cómo nos sentimos, en lugar de actuar de manera automática. Además de comprender que todo el mundo no nos puede proporcionar lo que pedimos o necesitamos, no solo debido a sus circunstancias, sino también porque a menudo no solemos expresárselo.