Los guiones que las mujeres interpretan en el amor (1ª Parte)
Toda relación es de dos, con sus éxitos y sus fracasos. Pero en toda relación existe un patrón complementario que guía la interacción. “Las víctimas crean sus propios verdugos al igual que los tiranos crean a sus sometidos en un juego de relaciones.”
La razón más simple por la cual en este artículo nos referimos a las mujeres en exclusiva es por el hecho de que suelen ser éstas las que se quejan seriamente de sus insatisfacciones sentimentales, habida cuenta de lo que el psicólogo Giorgio Nardone nos plantea en su libro.
Así pues, Giorgio Nardone ha hecho gala en obra “Los errores de las mujeres en el amor” de poder destacar a partir de su experiencia diferentes papeles que las mujeres tienden a interpretar de forma constante en sus relaciones, sin caer en la cuenta de que son tales los que las mantienen en sus desgracias. No se trata más que del mismo personaje en diferentes tragicomedias.
Reconstruir nuestro estilo de gestión de las relaciones es empresa complicada, sino imposible, fruto de acomodar y asimilar experiencias y conocimientos. Llegados a este punto la lectora o el lector pueden preguntarse cuál es el problema si cada uno interpreta su papel en función de lo que ha fundamentado su experiencia. La respuesta a este interrogante es comprender el problema desde la inflexibilidad de la actriz. Cuando la actriz, en su diligencia, se ha encasillado en el papel cual bufón de corte, aunque ya no haga reir ni al absurdo. Dicho en otras palabras: mismo papel ante el fracaso reiterado. Y es que, el amor, como proceso, es dinámico y evoluciona.
En total son 17 perfiles los que este autor nos muestra, los cuales iremos presentándoos en secuencia en diferentes artículos. En lo que a este artículo nos corresponde, comenzaremos presentando dos de los propuestos.
El hada
Siempre dulce y perfecta, triunfadora y siempre atenta. Casi deberíamos evitar tocarla para no contaminarla. Esa perfección la lleva al extremo y se convierte en la causa por la que cada error y cada conflicto deben tener un final feliz. No importa cuán grave sea el agravio porque, como en los cuentos de hadas, los protagonistas deben ser felices y comer perdices.
El hada, además, no elige pacíficos magos sino crueles villanos que llevan su vida al extremo de la contrariedad y la violencia. Este tándem hada-infiel tan letal como frecuente, especialmente en la adolescencia cuando la inocencia está buscando equilibrio en la realidad. Además, nuestra “mujer de las maravillas, termina a menudo maltratada y traicionada por las amigas más íntimas e insospechadas. Es como si siempre consiguiera suscitar un imprevisible rencor, incluso en las personas en apariencia más benévolas, por culpa, sin duda, de su insoportable ausencia de defectos.”
Entonces es cuando, sino se ralentiza el desarrollo de su personalidad, nos encontramos ante un hada maltrecha incapaz de comprender la cruel realidad del mundo en el que vivimos, la paradoja de ser castigada por ser demasiado amable y la obligación de autodefinirse como el problema. Esa soez definición le otorga la motivación necesaria para procurar convertir a la siempre adorable en la corrompida diosa del bien, transformándose en una adorable bruja que se adorna de maldad pero es incapaz meterse en su personaje al que procura el mejor de los maquillajes. No deja, pues, de ser ese ser primigenio de bondad infinita aunque su disfraz la defina como lo contrario.
La que busca el príncipe azul
Aparece como el sueño de toda dama un impecable y apuesto caballero, puro y bello como la princesa. Entre ambos florece el amor, perfecto y genuino, fruto de la intervención divina y del amor romántico. Un amor de princesas Disney que aún pervive en el imaginario colectivo, aunque cada vez se va quebrantando su presencia.
Su desgracia es que si antes los príncipes azules eran escasos ahora prácticamente son inexistentes. O es que la idea que tenemos del hombre tradicional, el que tenía la varita del poder, no era tan real. El poder es de las mujeres, dicen. Las mujeres, esos seres que han ido adquiriendo la responsabilidad de guiar las vidas, las que toman decisiones y se convierten en imprescindibles para cuantos las rodean y les otorgan la potestad. El hombre de antes, el del ideal del príncipe azul, que debía mantener a la princesa constantemente fascinada y protegida, no hay alma humana que lo soporte. Una tarea tan encomiable la de estos príncipes como imposible, pues errar es en esencia función del ser humano.
Por eso, la búsqueda del príncipe azul se torna, metafóricamente, en la búsqueda de la piedra filosofal. Empresa sino imposible, improbable, que la exhausta princesa termina por abandonar y consigue conformarse con el menos malo de los aspirantes al trono. Decisión que, consecuentemente, lanza a nuestras nobles mujeres a una vida reseca con tal de evitar la soledad.
Así, las mujeres que entienden haber encontrado a ese príncipe guapo, atento y talentoso advierten que es incapaz de llenarlas de pasión y hacerles perder los papeles. Entonces es probable que caigan en los brazos del más vil mercenario.
Así, tal y como propone el autor y en términos menos metafóricos: en general, la mujer insatisfecha por culpa de una relación basada en el respeto y en la protección, pero carente de pasión, siente una atracción incontenible hacia hombres de cualquier otra especie. En la mayoría de los casos, termina relacionándose con los clásicos sinvergüenzas, es decir, con hombres sin escrúpulos, a menudo desequilibrados, cuando no peligrosos, con los que la carne de gallina no falta, precisamente en virtud de la situación de contraste que se crea. Y no es tan raro que la mujer mande toda su vida a hacer gárgaras para seguir y transformar al hombre indomable que ha revolucionado sus sentidos.
Podría parecer que esta imagen de mujeres de cuentos de hadas está desfasada pero, tal y como comenta el propio autor, podemos garantizar que “en la actualidad aún sobreviven excelentes ejemplos de esta tipología femenina”. Estad atentos porque.., aún tenemos 15 perfiles en el tintero que os mostraremos próximamente, alguno puede ser el vuestro…
Imagen cortesía de Larissa Kulik