Los padres que desearíamos haber tenido (y no tuvimos)
Los padres que desearíamos haber tenido y no tuvimos conforma a menudo una marca que escuece y que nos acompaña de por vida. Es un vacío que se acompaña de la sensación casi persistente de que nos ha faltado algo en nuestra existencia. No obstante, y a pesar de ello, son muchos los que siguen manteniendo contacto con esos progenitores que, a fin de cuentas, siguen siendo parte de sí mismos.
Hay infinitas maneras de ser una buena madre y un buen padre. Lo llamativo es que también existen múltiples formas de todo lo contrario. Sin embargo, y a pesar de ello, persiste el mito cultural de que la paternidad o la maternidad dotan a la persona casi de manera automática de buenas habilidades para la crianza. Se asume, entre otras cosas, que todos los hijos son amados y su bienestar es siempre una prioridad.
Ahora bien, como ya sabemos, esto no siempre sucede. De algún modo, estamos casi obligados a asumir que a veces el mundo es tan injusto como extraño. También que los malos padres y las madres poco afectuosas existen, como existen a su vez los hijos que no aman a sus progenitores y que son violentos con estos últimos.
Sin embargo… ¿qué puede hacerse cuando existe esa tristeza inscrita en nuestro interior al no haber tenido los padres que deseamos?
Tipos de padres que no aman a sus hijos
Hay algunos tipos de crianza y educación que resultan invisibles para la mayoría. Hablamos de esos estilos que, sin existir maltrato físico, evidencian múltiples carencias que a ojos de los demás pasan desapercibidas. Esos estilos de paternidad y maternidad no tienen nada que ver con la negligencia infantil y a menudo hasta son compatibles con llevar a los hijos al parque, al zoológico o al cine.
Hay comportamientos que faltan, que están ausentes y aún así todo niño los percibe sin importar su edad. Porque toda persona que llega a este mundo lo hace necesitando amor, seguridad y ese apego que valida y enriquece emocionalmente. Cuando esto no existe o no se da de manera adecuada, cualquier pequeño lo percibe sin importar si tiene 3 o 12 años.
Así, los padres que desearíamos haber tenido y no tuvimos se caracterizan por una serie de rasgos y comportamientos muy concretos. Son perfiles en los que abunda la desaprobación, los gestos vacíos, la frialdad emocional o las exigencias más severas. Analizamos a continuación esas tipologías.
Padres que no nos dieron afecto
Los padres que no quieren a sus hijos existen. Como también los hay que aún queriendo infinitamente a sus niños, los quieren mal. Las razones de por qué ocurre esto son múltiples y no es tan fácil definirlas. En ocasiones, puede darse el hecho de que, en realidad, no desearan esa paternidad o maternidad y aún así dieran el paso.
Otras veces, podemos encontrarnos con problemas mentales o con el simple hecho de tener en mente otros intereses. Sea como sea, pocas cosas resultan tan lesivas psicológicamente. Tanto es así, que estudios como el realizado en la Universidad de Columbia señalan que este tipo de vivencias las experimenta el cerebro del mismo modo que procesa el dolor físico.
Padres narcisistas
Los padres que desearíamos haber tenido perfilan casi siempre a unas figuras capaces de dar amor sin concesiones. En cambio, lo que pudimos haber tenido fue a unos progenitores narcisistas que solo se priorizaban a sí mismos.
En estas situaciones, nunca importa lo que quiera o necesite un hijo, sus prioridades son secundarias. Importa solo lo que desee el padre o la madre.
Madres y padres controladores
Hay familias controladoras que no dejan ser, ni crecer, ni madurar ni elegir el rumbo de la propia vida. Los progenitores autoritarios y sancionadores dejan marcas profundas porque cortan alas y llenan la mente de inseguridades profundas. Esta tipología de crianza y educación también deja su marca profunda en el desarrollo de la persona.
El padre y la madre con amor preferencial
Hay padres y madres que profesan un amor preferencial hacia uno solo de los hijos. Ese amor selectivo hacia el hijo o la hija dorada descuida al otro o los otros, dejándolos en un desconcertante segundo plano.
Esos niños destronados no saben qué han hecho mal, no entienden por qué el afecto de los padres a veces, sí tiene condiciones.
Los padres que desearíamos haber tenido: la marca de la carencia
Los padres que desearíamos haber tenido y no tuvimos dejan una herida permanente. Es la marca de la carencia, de la sensación de no haber tenido lo que necesitamos en un momento. Es también la incomprensión de por qué ciertas cosas ocurrieron como lo hicieron. Esa decepción que se enhebra con la tristeza y en ocasiones, hasta con la rabia, nos acompaña desde el pasado hasta el presente.
¿Cómo podemos lidiar con todas esas sensaciones?
Aceptar la imperfección de nuestros padres
El primer paso para superar esa lesión de vida que suele dejar la mala relación con nuestros progenitores, es la aceptación. Es necesario asumir todo lo sucedido. Es bueno a su vez, entender que nuestros padres no fueron perfectos, que no hicieron las cosas bien y que nada de lo ya ocurrido puede cambiarse.
Aceptar lo vivido no es claudicar ante ello, es validar cada emoción sentida, cada decepción y experiencia para después poder avanzar.
Nosotros no tuvimos la culpa
Hay muchas personas que aún estando en la edad adulta, siguen asumiendo que tal vez, hicieron algo mal para no recibir el afecto paterno o materno.
Ningún niño ni ningún adulto es culpable de que uno o ambos progenitores no los amaran como merecían. La responsabilidad siempre es de los padres.
Somos merecedores amor
Es cierto que los padres que desearíamos haber tenido no serán jamás como esperábamos, que las segundas oportunidades rara vez se dan y que el pasado, no es fácil de reparar. Sin embargo, hay un hecho que debemos tener claro. Somos merecedores de amor y el afecto que no recibimos de nuestros progenitores nos puede llegar de muchas otras figuras: amigos, pareja, hermanos, tíos…
El amor, venga de donde venga, siempre nutre y enriquece. El afecto auténtico del presente es el bálsamo para cualquier carencia del ayer.
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