Los pensamientos se pueden moldear
Pensar es como respirar, la mayoría de las veces lo hacemos sin darnos cuenta. Ahora bien, los pensamientos nos ayudan a decidir. De hecho, sin nuestros procesos mentales internos, tendríamos grandes dificultades para desenvolvernos en ciertas circunstancias, especialmente las más inciertas.
Una de las facetas más importantes de nuestra forma de pensar es el estilo que utilizamos para explicar los sucesos que nos afectan. El modelo desarrollado por Martin Seligman analiza cómo nos afecta la permanencia o duración del impacto de los sucesos, la penetrabilidad o extensión que le asignamos a sus efectos y la personalización o grado de responsabilidad personal que estamos dispuestos a asumir por lo ocurrido.
Cuanto más permeables seamos a estos filtros, más pensamientos irracionales y filosofías de vida mantendremos de forma dogmática. Esta es la principal raíz de las perturbaciones emocionales y conductuales. Paul Watzlawick, psicólogo y profesor de Psicología de la Universidad de Stanford, describe con ironía en su libro El arte de amargarse la vida cómo pueden llegar a ser de negativas las consecuencias derivadas de algunos pensamientos más inconscientes.
Olvidamos que tenemos más poder sobre nosotros mismos de lo que creemos. Las cosas que nos ocurren no son las que nos producen malestar, sino los pensamientos que tenemos sobre ellas, la forma de interpretarlas. Por eso, a la hora de juzgar las circunstancias que nos afectan, son preferibles las explicaciones que minimizan el impacto en nuestro bienestar o facilitan la aceptación de lo sucedido.
“Hacelock Ellis dice: “El lugar donde más florece el optimismo es en los asilos de lunáticos”.
Albert Einstein afirma: “Pues yo preferiría ser un optimista loco que un pesimista cuerdo”.”
-Alice Calaprice, Las citas de Einstein (1966)-
¿Podemos moldear nuestra forma de pensar?
Pensar puede concebirse como una conducta, además de una creencia, y como todas las conductas, se puede moldear. Para ello, es crucial entender la forma en la que surgen los pensamientos. Estos no se tratan de algo concreto que se pueda alterar directamente, sino que aparecen por una interacción entre un organismo y un ambiente. Por lo tanto, para modificar nuestra forma de pensar necesitamos conocer los antecedentes y las consecuencias de nuestros pensamientos, es decir, si estos nos ayudan o nos ponen la zancadilla.
Ahora bien, no podemos desaprender una determinada forma de pensar, pero sí podemos aprender a hacerlo de forma diferente. Hay conductas que aprendemos a no hacer, pero no desaparecen de nuestros repertorios. Simplemente no las hacemos más. Con los pensamientos ocurre lo mismo. Sencillamente, aprendemos a modificar lo que nos decimos ejerciendo un control consciente sobre nuestra mente.
Si nuestros pensamientos son inflexibles, dogmáticos o absolutos y se expresan en términos de obligación, necesidad o exigencia, por lo general provocarán emociones negativas inapropiadas (culpa, ira, ansiedad, miedo). Y estas pueden interferir en la consecución de nuestros objetivos y además, generar alteraciones conductuales como aislamiento o conductas de evitación y escape.
Para moldear los pensamientos inflexibles debemos asumir que aquello que estamos pensando ahora no va a desaparecer del todo. Tenemos que abandonar la estrategia de suprimir o sustituir totalmente pensamientos, y en lugar de ello, ser más flexibles e interpretativos reformulando nuestras creencias para crear distancia con su contenido. Esto socava la influencia de los pensamientos irracionales sobre nuestra conducta y sobre nuestro de estado de ánimo. Así, la clave está en tomar distancia entre lo que pensamos y lo que somos.
Por ejemplo, para intentar cambiar nuestra forma de pensar tenemos que preguntarnos: ¿qué pensamientos útiles podríamos agregar a nuestro repertorio? o ¿qué pensamientos nos abren perspectivas racionales y respuestas más flexibles?
Cómo utilizar nuestros pensamientos sin que nos utilicen a nosotros
Los pensamientos pueden ser nuestros grandes aliados o nuestros peores enemigos. De nosotros depende la relación que establezcamos con ellos. Además, no olvidemos que a través de nuestros procesos mentales podemos llegar a identificar qué nos produce malestar.
Nuestros pensamientos tienen mucho que decirnos si nos hacemos las preguntas adecuadas. ¿Por qué una idea nos molesta tanto? ¿Cuánta importancia le damos a determinado pensamiento? ¿Realmente tiene tanta relevancia?
El problema del pensamiento es que tenemos un control muy limitado sobre él. Es imposible decidir no volver a pensar nunca más en un recuerdo y abstenerte completamente de hacerlo. Las relaciones simbólicas que conectan nuestros pensamientos entre sí requieren que aceptemos que siempre pueden volver, aún sin quererlo.
Pensar de manera racional es pensar relativizando, expresándose en términos de deseos y gustos en lugar de exigencias absolutas. Cuando las personas piensan de manera sana, incluso cuando no consiguen lo que desean, los sentimientos negativos que estas situaciones generan, no impiden el logro de nuevos objetivos o propósitos.
Por lo tanto, pensar de manera equilibrada es algo que está al alcance de cualquiera que ponga el suficiente empeño en conseguirlo. Por lo tanto, si te esfuerzas de manera inteligente, tus pensamientos se convertirán en tu mayor aliado.